Capítulo 14

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A Julia se le heló la sangre. ¿¡MÉXICO!? ¡Bruno la había llevado hasta México! Poco a poco, su cabeza fue uniendo piezas. Bruno la necesitaba. Los necesitaba . Existía la creencia de que allí, el Día de Muertos, se abría una especie de portal, mediante el que los espíritus de los muertos visitaban la Tierra. Bruno quería cruzar al otro lado. Por eso la criatura misteriosa le dijo que se le acababa el tiempo. Debía de existir algún tipo de ritual que le permitiera cruzar. Quizá el chico mintió. Quizá su asunto pendiente no era Diego, y por eso necesitaba utilizarla para cruzar. Quizá ni siquiera sabía cuál era su asunto pendiente.

– ¿Qué pasa? – preguntó la cría.

– Nada. Nada.

Julia necesitaba alejarse de allí.

– ¿Dónde vives? Te llevaré a casa.

La niña la guió a través de la calle, hasta llegar a un pequeño callejón,  en el que había un par de casas.

– Es aquí.

Julia observó a Camila entrar en la casa y se echó a llorar. Estaba sola en un país desconocido, su amigo estaba secuestrado por un fantasma y por si fuera poco ese fantasma también iba a por ella.

– ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

La chica se giró. Una anciana ciega estaba de pie, en la puerta por donde había entrado Camila. Lucía un vestido rosa de cuadros y un delantal blanco.

– No. No es nada... Es qué... Estoy perdida... Me escapé de casa y...

– ¿Eres española?

– S... Sí. – Julia se pasó la mano por las mejillas, limpiándose las lágrimas.

– ¿Un pañuelo?

La anciana se sacó una pañoleta del delantal y se la tendió.  La chica la aceptó. 

– Te ha pasado algo muy malo. – le dijo. Entonces en su cara se dibujó una mueca de sorpresa. – Tienes el don.

– ¿Qué?

– Vamos, ven. Él te está buscando.

Julia no daba crédito a lo que oía. ¿Qué era aquella mujer? ¿Una especie de bruja? La anciana sonreía amable y le tendía su mano. No estaba bien fiarse de desconocidos pero, al fin y al cabo, después de lo que acababa de vivir, ¿qué era lo peor que podía pasar?

– Aquí no te encontrará.

Julia obedeció y entró en la casa. Era bastante pequeña. Constaba de un salón - comedor, que daba a la puerta de entrada, con una mesa, cuatro sillas, un sofá y una televisión algo estropeada. Había además tres puertas. De una de ellas salió la cría, con una muñeca entre las manos.

– Camila, cariño. – la mujer habló. – ¿Quieres ir a la tienda y traer algo de comida? Vamos a tener una invitada extra está noche.

Julia observó a la niña salir sin decir nada.

– Cómo... ¿Cómo sabía todo eso?

– Siéntate y te lo explicaré con gusto.

La anciana se orientaba perfectamente a pesar de haber perdido la visión. Se sentó en una de las sillas, e indico a Julia que lo hiciera en el sofá.

– ¿Crees en la magia?

La pregunta la descolocó un poco al principio, pero trató de responder.

– Veo fantasmas. Claro que creo en la magia.

– Yo también los veía, en mi juventud. Pero quedé ciega.

EL DON.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora