– ¿Qué? ¿Cómo que desaparecerás?
– Por favor. – Bruno se sorbió la nariz. – No me hagas encadenarte de nuevo. Levántate y haz todo lo que yo te diga.
– ¡No! ¡No hasta que me digas qué está pasando!
El fantasma se levantó y tiró con violencia del brazo de Julia. La llevó con él, lejos de la avenida. La chica no se atrevía a abrir la boca. Miraba hacia abajo mientras caminaba junto a él, observando su herida de bala.
– ¿Dónde está Diego? – murmuró con un hilillo de voz.
– Donde lo dejaste.
Bruno era incapaz de mirarla a la cara.
– ¿Por qué haces esto?
– Cállate.
Apretó con fuerza su brazo, clavándole las uñas. La llevó de vuelta al cobertizo. Levantó el brazo hacia arriba y la trampilla se abrió. El interior estaba algo más iluminado que cuando la chica escapó. Un candelabro descansaba en el centro de la habitación. Al fondo, Diego estaba acurrucado. Continuaba encadenado y temblaba. Bruno cerró la trampilla y dejó libre a Julia, para cruzarse de brazos. Ella lo miró. Una fina capa cristalizada le cubría los ojos. Estaba conteniendo las lágrimas. Tragó saliva.
– Esta noche todo terminará.
Puso una mano sobre la espalda de la muchacha y la guió al lado del chico. Le ordenó que se sentase. Después musitó algo, algo casi inteligible, algo como "Lo siento". Después, se retiró al otro extremo del cobertizo. Julia extendió la mano y comenzó a acariciar el pelo de Diego.
– Lo siento. – dijo ella entonces. Se echo a llorar. No conocía los planes de Bruno. A decir verdad, no conocía nada sobre los fantasmas. Todo lo que su abuela le había enseñado era sólo una décima parte. Podían volar, poseer, llorar y besar. No se percató, pero Bruno estaba apoyado en la pared opuesta, observándola mientras finas lágrimas corrían también por sus mejillas, en silencio. Tenía que haber otra manera. Ella no formaba parte del trato al principio. ¿Qué había cambiado?
– Diego... – Julia tocó la cara del muchacho. Estaba pegajosa. No parecía haber dejado de llorar.
– Julia...
Parecía que le costase incluso hablar. Levantó el brazo con dificultad y puso su mano sobre la de la chica. Ella entrelazó sus dedos. El muchacho gimió de dolor. Tenía una raja en la palma de la mano.
– ¿¡Qué les has hecho!? – le gritó a Bruno.
– Nada.
– ¡Está sangrando!
– Yo no fui. – Bruno caminó hacia ella.
– ¿Y por qué no te dejas de tanto misterio? ¿Quién te obliga a hacer esto? ¿Por qué vas a desaparecer? ¿Por qué él? ¿Por qué yo?
El fantasma se agachó frente ella, hasta quedar sus caras a unos pocos centímetros la una de la de la otra.
– ¿Quieres respuestas?
Julia asintió. Bruno se levantó de un salto.
– Levanta.
La chica acarició por última vez la cabeza de Diego y se puso en pie. Siguió a Bruno hacia el extremo opuesto de la habitación.
– Prométeme que no escaparás.
– No puedo prometerte eso.
Bruno bufó y se agachó frente a una caja. De ella sacó una gruesa cuerda, que enrolló alrededor de las muñecas de la chica. Luego pasó la mano por delante tiñendo las ataduras de una luz morada.
– ¿Qué has hecho?
Él no contestó. Caminó hacia delante y abrió la trampilla. Movió su muñeca derecha hacia delante y las manos de Julia tiraron de ella hacia donde se encontraba el fantasma. Estaba controlando las cuerdas. De acuerdo. Salieron del cobertizo. Bruno la guió por callejones, siempre donde nadie los viera, hasta que llegaron a un gran camino de piedras, en el que comenzaba a verse gente. Comenzaba a anochecer. El camino llevaba al cementerio. Aquellas personas no eran vivos, sino muertos. A Julia no le aterraban los cementerios. Siempre pensó que allí descansaban las almas en paz. Las atormentadas continuaban en hospitales, cárceles o... quizá casas rurales. Continuó caminando mirando hacia abajo. Los fantasmas la miraban curiosos, pero ninguno se atrevía a intervenir. Conforme entraba al cementerio comenzó a ver gente viva, que llenaba de flores y comida las tumbas de sus familiares difuntos. Por fin, pararon frente a una lápida. Era completamente negra, y en ella no había nombre ni flores.
– ¿Qué es esto?
Bruno no contestó. Julia se mantuvo arrodillada frente a la tumba, mirando al suelo. Al cabo de un tiempo, el muchacho habló.
– Te crees que por ser capaz de vernos conoces todos los secretos del mundo de los muertos.
– Todos no. – murmuró ella. – No sé dónde vais después de cruzar.
– Yo tampoco. Y si no cruzo pronto, desapareceré para siempre.
Se arrodilló junto a ella.
– Diego no es tu asunto pendiente, ¿verdad?
– Hace mucho tiempo que abandoné la idea de la venganza.
– ¿Y entonces? ¿Cuál es?
– No lo sé. Llevo más de ochenta años vagando sin rumbo, sin saber por qué sigo aquí.
– ¿Por qué vas a desaparecer? ¿Y qué tengo que ver yo en todo esto? ¿¡Y Diego!?
– Hay un ser extraño, aún mas tenebroso que la mismísima muerte. Se dice que es un alma en pena desde que el mundo es mundo. Le gusta juguetear con los vivos, en especial con los que tienen el don.
– ¿Juguetear?
– Como mascotas. Cree que investigándolos encontrará la manera de volver a la vida.
La tierra tembló, y la sobre la lápida negra frente a la que se encontraban comenzó a trazarse una línea de rotura. Julia miró a su alrededor. No veía nada. Todo lo había cubierto una densa niebla gris.
– Quiere vernos. – murmuró Bruno. – Esta es su casa.
La tumba continuaba rota.
– ¿Qué va a hacerme?
– No lo sé.
– Desátame.
Bruno miró a Julia, quien contenía las lágrimas y temblaba. Estaba muy asustada. Se odiaba a si mismo por todo aquello. Nunca debió de aceptar el trato.
– Está bien.
De un tirón, las cuerdas volaron lejos de allí. Esta vez, Bruno lo dijo en voz alta, y mirándola a los ojos.
– Lo siento.
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EL DON.
Misterio / Suspenso¿Alguna vez te has preguntado cómo sería tu vida si fueses capaz de ver cosas que los demás no? Fantasmas, por ejemplo. Por extraño que parezca, Julia lo lleva con bastante normalidad. Heredado de su abuela, este extraño don le permite hablar con lo...