Capítulo 15

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A Julia le fue imposible seguir interrogando a la anciana sobre aquella criatura, ya que se sentaron a cenar, y no quiso asustar a Camila. La pequeña era adorable y vivaracha. Contaba que quería ser astronauta, teniendo aún problemas para pronunciar la "R".

– ¿Tú que eres, Julia?

– ¿Yo? Aún no soy nada.

– ¿Y qué quieres ser?

La muchacha dejó la cuchara en el plato y miró hacia arriba pensativa. Se había aislado tanto en su don que nunca se había preguntado a que quería dedicarse. Por unos momentos, se imaginó tras una bola de cristal, en uno de esos programas donde la gente llama para contactar con sus seres queridos ya fallecidos. Meneó la cabeza.

– También astronauta.

Camila abrió mucho los ojos y la boca, y se estiró para abrazar a Julia. Esta le acarició el pelo.

– Abuela, por favor, ¿puede dormir Julia conmigo?  – Camila hizo un pucherito.

– Creo que nuestra invitada preferirá una cama para ella sola.

Tras recoger la mesa, la anciana sacó dos cojines y una manta, y los puso sobre el sofá.

– Lamento que esto sea lo mejor que pueda ofrecerte.

– Créame. Ya ha hecho suficiente con protegerme de Bruno.

Alrededor de media noche Julia dormía. Sin embargo, un ruido la sobresaltó. Abrió los ojos. Vislumbró sombras moverse, que venían de la habitación contigua. Se levantó temblando y se dirigió hacia allí. Abrió levemente la puerta. Un enorme altar ocupaba casi toda la habitación. Tenía decenas de fotos y estaba iluminado por velas de todos los tamaños, además de decorado con flores. A sus pies, la anciana mujer observaba sin decir nada. Se giró hacia ella.

– ¿Te he despertado?

– Sí... Pero no importa. Esto es muy bonito.

Se adentró en la habitación. En México, la muerte no se veía como el fin , sino como un nuevo comienzo. Se colocó junto a la mujer.  El calor de las velas la embriagó. Observó una foto que destacaba sobre el resto, al estar esta en color. Un hombre y una mujer abrazados, posaban junto al Gran Cañón de Colorado.

Julia se figuró que serían los padres de Camila. Justo entonces una enorme nostalgia la invadió. Le pareció imposible, casi irrespetuoso, que no se le hubiese ocurrido antes.

– ¿Tiene un teléfono? Querría hablar con mis padres.

Teniendo en cuenta la diferencia horaria, en España debían de ser las siete de la mañana. Vaciló antes de marcar el número. ¿Qué iba a decirles? Esperó con el corazón en un puño. Cinco tonos. Por fin, una voz contestó al otro lado de la línea.

– ¿Quién es?

– Mamá.

– ¿Julia? – la voz de la mujer se quebró. Escuchó ruido.

– ¡Mamá! ¡Soy yo! ¡Estoy bien!

La muchacha comenzó a sollozar también.

– ¡Julia! ¡Julia! ¡Mi pequeña!

Apenas entendía a su madre. Su voz se volvía cada vez más pastosa e incomprensible.

– ¡Mamá! ¡Tranquila! ¡Estoy bien! ¡Estoy bien!

El llanto no cesaba. No mamá. La policía no puede ayudarme. Porque me ha secuestrado un fantasma. Estoy en México. Si, México. Diego también está aquí. Él está con Bruno. No sé porqué no os lo dije antes. Hay que acabar con esto. Ojalá la abuela estuviera aquí.

Julia colgó el teléfono, y continuó sollozando mirando al suelo. La anciana optó por dejarla sola. Estuvo allí horas. A veces levantaba la cabeza y observaba el altar, para después volver a bajarla y comenzar el llanto de nuevo.

Fue entonces cuando se dio cuenta de todo lo que había desencadenado con esa llamada. Pronto, su cara estaría en los telediarios de todo el mundo, junto a la de Diego. La policía investigaría. ¿Qué les diría cuando todo acabase? No podía hablarles de un fantasma. La meterían en un psiquiátrico.

Sin embargo, Julia se había olvidado de la pregunta más terrorífica. ¿Y si aquello nunca acababa?

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