Capítulo 10

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Cuando Julia volvió a casa estaba anocheciendo. Su hermana ya estaba allí. Se había apoderado del sofá y manejaba el mando de la televisión mejor que su espada láser un Maestro Jedi.

– ¿Qué tal tu charla con Diego?

– Mal. Muy mal.

– ¿Qué pasó?

– Nada... Es sólo que... Fue un error intentar algo con él.

La chica se dirigió a su habitación y se tumbó en la cama. Estuvo allí, mirando al techo, hasta que escuchó a sus padres entrar.

La cena le devolvió el buen humor. Adoraba la comida mexicana. Alrededor de las diez y media alguien llamó a su puerta. A Julia le dio un vuelco el corazón pesando que podía tratarse de Bruno. Sin embargo, sólo era Maje.

– Feliz cumpleaños, Julia – dijo sonriente.

– ¿Quién...?

– Fui yo. – su hermana habló. – Te pasas el día amargada. Ve, y diviértete.

– Y... ¿Y Diego?

Si su hermana había hablado con Maje, debía haberle contado que ella estaba con el chico aquella tarde. Su mentira estaba a punto de desmoronarse.

– Está enfermo.

– Ah.

– Pero... – comenzó la niña. Julia no la dejó hablar. Se levantó de golpe y cogió la chaqueta.

– Bueno, me voy. Me llevo las llaves.

Salió de la casa y cerró la puerta rápidamente tras ella. Maje la miraba de brazos cruzados.

– Tu hermana me ha dicho que esta tarde estabas hablando con Diego. Y eso es imposible, porque lleva desde anoche vomitando sin parar.

– Es que necesitaba estar sola. Era la mejor excusa.

– ¿Es por lo de vuestro beso?

Las chicas empezaron a caminar. Aquel era el último día de fiesta, y al día siguiente se trabajaba, por lo que apenas había gente en la calle

– Sí. – mintió Julia. – Ya sé que no parece para tanto. Pero nunca nadie había mostrado tanto interés en mí. Creí que... Bueno. Que podíamos estar juntos.

Nuestra protagonista calló por unos momentos. ¿Era de Diego de quien hablaba? ¿O de Bruno?

– No importa, siempre hay una primera vez para todo.

– Supongo que sí.

Ambas sonrieron.

– He avisado a los chicos para dar una vuelta. – explicó Maje. – No sé sueles celebrar así tus cumpleaños pero...

– No los cerebro.

– ¿Por qué no?

– Bueno, digamos que no tengo muchos amigos.

Maje la miró curiosa.

– Soy... Soy bastante rara.

– ¿Rara? ¿En qué sentido?

– Pues... A veces...

– ¿En ocasiones ves muertos?

– ¿QUÉ?

A Julia se le revolvió el estómago. Maje había descubierto su secreto.

– Tranquila. Sólo imitaba la película. Ya sabes, la del crío que ve fantasmas.

– Sí, esa. No me gustan las películas sobre fantasmas. Suelen darme mucho miedo.

– Pues deberías intentar ver alguna. Son geniales.

– Claro.

Maje paró delante de una puerta de madera. Dio un par de toques y la puerta se abrió. Aparecieron Cristina y Mario, cogidos de la mano.

– Felicidades, Julia. – Mario le guiñó un ojo. La chica se preguntó si aquel sería su comportamiento normal con todos, o estaba tratando de ligar con ella a pesar de tener a su novia justo al lado.

Recorrieron un par de casas más, recogiendo a los chicos con los que Julia había entablado más confianza. Aquella noche no fueron a la verbena. La llevaron hasta un parque y allí se sentaron a hablar.

La charla se alargó. Los chicos eran muy agradables. A pesar de ello, Julia no podía evitar sentir un pinchazo cada vez que hablaban de Diego.

– Me hago pis.

– ¿Ves ese bar de allí? – Maje señaló un letrero brillante en el que se leía "La casa roja".

– Sí.

– El baño está fuera del bar. Así que puedes entrar sin problemas.

– De acuerdo.

Julia se levantó y fue hacia allí. Cuando se alejó de sus amigos escuchó una voz tras unos árboles. La curiosidad le pudo y se asomó. Tuvo que contenerse para no gritar. Bruno estaba allí. Hablaba con alguien, completamente cubierto por una túnica negra. Fue entonces cuando el extraño ser habló, con una voz que parecía salida del mismísimo infierno.

– Hazlo de una vez. Se te acaba el tiempo.

Bruno estaba nervioso. Casi temblaba.

– Lo haré. Lo haré. Voy a matar al descendiente.

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