Capítulo 18

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Ambos continuaron caminando por el paraje lleno de niebla. Julia lloraba sin parar. Entonces, Bruno se detuvo.

- ¿Quieres darme la mano?

- ¿Qué?

- Que si quieres darme la mano.

- Me has secuestrado. - dijo ella. Lo miró a los ojos. Estaban rojos, y el iris azul era más claro de lo habitual, señal de que había estado llorando un largo rato. Él miró hacia abajo.

- No fue culpa mía. 

- Me da igual. - Julia dejó de llorar y la ira comenzó a correr por sus venas - ¡Me has llevado a otro país contra mi voluntad y tienes a mi amigo encadenado en un sótano! ¡No intentes hacerte el bueno! ¡No lo eres!

- Cállate.

Bruno le agarró la muñeca. 

- Se trata de supervivencia. ¿O acaso tú no habrías hecho lo mismo?

Ella no contestó. En aquel momento, la niebla aumentó su espesor, hasta el punto de no poder  verse el uno al otro. Cuando se disipó, se encontraron frente a una enorme torre de piedra. La chica comenzó a temblar de nuevo.

– Tenemos que subir.

Julia miró hacia abajo.

– Ven.

– ¿Qué?

– ¿Ves alguna puerta? – señaló la torre – Tenemos que volar, hasta la ventana.

La chica siguió la trayectoria del dedo de Bruno con los ojos.

– Agárrate fuerte. – le dijo. – Si caes podrías morir.

– Creo que ya estoy muerta. – contestó ella con desprecio.

Él se agachó, metió las manos por debajo de las piernas de la chica y la levantó. La pegó a su cuerpo. Su respiración se aceleraba por momentos. Volvió a maldecirse por aceptar el trato. Pero necesitaba salvarse.

– Agárrate. – la miró a los ojos. – Por favor.

Ella cerró los ojos, apoyó la cabeza en su hombro y le rodeó el cuello con los brazos. Bruno se dispuso a despegar cuando escuchó su voz.

– ¿Era verdad?

– ¿Qué?

– Que si era verdad todo lo que me decías. Que era preciosa. Y que me querías.

Él tragó saliva.

– No te quería. Te quiero.

– ¿¡Y por qué haces esto!?

– ¡Porque él me obliga! ¡Voy a desaparecer! Te quiero Julia. ¿Sabes cuánto tiempo llevaba sin sentir el latido de mi corazón? ¿Lo sabes? Tú lo has reactivado... – comenzó a pasarle la mano por el pelo, aunque se detuvo – Tengo que hacer esto.

Saltó, y de un momento a otro se encontraron frente a la ventana. Voló hacia allá, soltó a Julia y cayó de rodillas al suelo. Se encontraban en una habitación circular, únicamente iluminada por velas. La chica miró a su alrededor. Una cama, una mesilla y un diván. Bruno continuaba exhausto. Julia se levantó y se asomó a la ventana. Quizá, si saltaba, sobreviviría. Bruno estaba muy débil. No se lo impediría. Se sentó en el alféizar. Era irregular, y su cuerpo no dejaba de temblar. Miró hacia abajo una vez más. Si saltaba... ¿dónde iría? No sabía cómo volver al mundo de los vivos. Sin embargo, no tenía tiempo para pensar. Sin más, saltó. Fue entonces cuando unas manos fuertes como ganchos la sujetaron. Bruno.

– ¡No! ¡No! ¡Para! – empezó a chillar.

– ¡VAS A MATARTE! ¡MIRA BIEN! 

Julia miró de nuevo hacia abajo. La distancia pareció multiplicarse. Un gran vértigo la invadió de repente. Comenzó a gritar y se agarró a Bruno.

– Era sólo una ilusión. Él quiere que tengas miedo.

– ¿Qué va a hacerme?

– Ya te he dicho que no lo sé. – Bruno tragó saliva. – Debo irme.

– ¿Qué?

– Si ve que te acompaño más de lo debido se enfadará.

– Bruno. – Julia lo agarró de la muñeca. – Por favor.

– Lo siento.

A continuación, se esfumó.

– ¡BRUNO! – la chica se echó a llorar. Pasó así unos minutos, hasta prácticamente quedarse sin voz. No sabía lo que la esperaba. Pero sin duda, la muerte parecía la mejor opción.

– ¿Por qué lloras? ¿No te gusta tu habitación?

– ¿Qué?

Levantó la cabeza. Se encontró frente a una mujer castaña, de pelo por la cintura. Llevaba un vestido rojo de manga larga y ceñido en la cintura. Parecía una princesa.

– Esto. – extendió las manos y la habitación se iluminó. Julia distinguió entonces un par de estanterías llenas de libros, un escritorio y un armario. – Es tu nuevo hogar. Yo te elegí. Por eso Bruno te trajo.

La chica comenzó a temblar de nuevo al escuchar el nombre del muchacho.

– Entonces... ¿Tú eres "él"?

La mujer bufó.

– Sí. Ya sabes, la mayoría de los hombres no creen que una mujer sea capaz de decirles qué hacer.

– Qué me vas a contar.

Julia se relajó por un momento. Sin embargo, recordó las palabras de Bruno y volvió a estar alerta.
Le gusta juguetear con los vivos, en especial con los que tienen el don. Como mascotas. Cree que investigándolos encontrará la manera de volver a la vida.

¿Qué quieres de mí?

– Sólo un poco de ayuda. Después, podrás irte.

– ¿Y qué pasa con Bruno?

– Eso no te incumbe.

– ¿Y con Diego?

– ¿Quién es Diego?

– ¡El chico que has estado torturando!

– Está bien. Cálmate. – se acercó a ella. – Creí que él era lo bastante poderoso para ayudarme, pero apenas ha servido.

– Entonces deja que se vaya.

– No puedo hacer eso. Tú tampoco me bastas sola, pero con su energía por fin podré completar mi ciclo.

– ¿Qué?

– Bruno lo traerá. La ceremonia será mañana, el Día de Muertos. – sonrió. – Hasta entonces puedes descansar.

– ¿Qué?

La mujer se dirigió al extremo opuesto de la habitación. No había puertas, ni escaleras, ni trampillas. Atravesó la pared de piedra. Julia miró hacia arriba. A su mente vino la imagen de Diego sangrando y llorando. Supuso que a ella le esperaba el mismo destino, aunque dudó si aquella misteriosa mujer había sido tan gentil con el chico. Todo aquello era muy confuso. Bruno sólo era un "mandado", estaba claro. Quería su libertad. O algo así. Tampoco entendía las intenciones de la mujer. Quería volver a la vida. Y para ellos necesitaba a vivos con el don. Y un "ritual". Julia comenzó a marearse, hasta el punto de no poder tenerse en pie y tener que sentarse en la cama. Miró hacia abajo y vomitó.

Genial. Si me quedaba algo de comida en el estómago ya la he echado.

Entonces empezó a llorar. Lloró tanto que ni siquiera sentía las mejillas. Las preguntas circulaban por su mente a una velocidad vertiginosa. El mareo aumentaba por momentos. Finalmente perdió el conocimiento. Su cuerpo cayó sobre la cama, haciendo sonar los muelles. Fue entonces cuando Bruno apareció de nuevo, y, mientras se acercaba a ella casi temblando, maldijo mil veces aquel extraño trato.

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