Capítulo XXIV

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Hey, chicos, una aclaración.

Como ya saben, marco el cambio de narrador poniendo en letra cursiva lo que no está dicho por Perla. Para este capítulo necesitaba usar las letras cursivas para otro fin, así que sólo aclaro que los diálogos que están marcados en negritas son lo que debería ir en cursiva. Así será con el resto de los capítulos de esta secuencia, hasta que vuelva la narración con Perla.

     Me impacto contra el suelo de tal forma que mandíbula rebota. Escupo sangre y limpio las comisuras de mis labios con el dorso de mi mano derecha. Mi cuerpo entero duele cuando me levanto, me sorprende estar en pie y no haberme roto ningún hueso. Todo está demasiado oscuro, ni siquiera puedo ver el hueco por donde caí.

     — ¿Hay alguien ahí?

     Mi voz se propaga con un eco y no obtengo respuesta.

     ¿Dónde se metieron esos chiquillos inútiles?

     Se escucha un chasquido y veo encenderse una luz. Es una antorcha empotrada en la pared. La luz titilante ilumina una puerta de madera oscura cuyo picaporte tiene una Pokebola tallada donde debería estar la cerradura.

     Avanzo y abro la puerta, las bisagras sueltan un rechinido que me pone la piel de gallina. ¿Qué bruto animal pondría una puerta aquí abajo?

     La nueva habitación a la que llego es más amplia. Circular, con más antorchas en las paredes. Todo es de color negro.

     — ¿Hay alguien aquí?

     El eco es mi única respuesta. Escucho la puerta cerrándose y me giro sobresaltada, sólo para descubrir que la puerta ha desaparecido. 

     No hay salida.

     ¿Dónde demonios estoy?

     —Jackie Roosevelt…

     Me sobresalto de nuevo cuando escucho esa voz cavernosa en mi cabeza.

     ¿Quién es y cómo sabe mi nombre?

     —Debí suponer que vendrías tarde o temprano… Estaba esperando con ansias este momento.

     — ¿Quién eres?

     —Tú no me conoces, pero vaya que yo sí te conozco.

     — ¡Déjate de tonterías y muéstrate, cobarde!

     Una corriente de viento gélido se enrosca al rededor de mi cuerpo, me provoca escalofríos.

     ¿Quién está detrás de todo esto?

     —Pobre Jackie Roosevelt… Pobre y estúpida Jackie Roosevelt. ¿No te provoca repugnancia llevar ese apellido?

     — ¿Qué…?

     —Sé lo que toda tu familia ha hecho, Jackie Roosevelt. Conozco todos y cada uno de tus pecados. En este momento te encuentras a mi merced, y eso es gracias a la oscuridad que llevas en tu corazón. Los fantasmas de las atrocidades que cometiste se ciernen ahora sobre tus hombros. El remordimiento, Jackie. ¿Lo sientes? Terminará por aplastarte.

     —No sé de qué tonterías estás hablando.

     Intento tomar una Pokebola de mi bolsillo, pero algo me tiene paralizada. Se siente como si fueran manos frías y huesudas que me sujetan por los brazos y las piernas. 

     —Pobre Jackie Roosevelt… Para ti debió ser difícil crecer bajo la sombra de tu padre. Semejante presión sobre los hombros de una niña tan pequeña… ¿Recuerdas todas esas veces en las que tu padre te obligaba a entrenar con los Pokemon salvajes que había en la pradera circundante a tu antigua casa?

     Mientras esa voz parlotea, centenares de imágenes llegan a mi cabeza. Provocan que la desesperación me invada tan intensamente que me abrazo a mí misma.

     Triciclos abandonados. Muñecas olvidadas en el césped. Látigos demasiado grandes para una mano pequeña. Pokebolas. Chillidos de Pokemon. Azotes con el látigo y la insistente voz de mi padre repitiendo que los Pokemon no pueden sentir lo que les hacemos.

     —Mereces que alguien te dispare en la cabeza para hacerte pagar tus crímenes, así como tú ejecutaste a esos Entrenadores inocentes por órdenes de tu padre.

     Frente a mí se materializa mi propia mano, con la manicura impecable y el esmalte de color negro en las uñas. Esa mano sujeta un arma y dirige el cañón hacia mi cabeza. Presiona el gatillo y la detonación me ensordece.

     Pero no estoy muerta.

     Y esa voz no deja de hablar.

     —Mereces que un Pokemon le hinque los colmillos a tu adorado Persian, para así enmendar todas las veces que le permitiste a tu Pokemon alimentarse con la carne de los suyos.

     La réplica de mi mano se esfuma y aparece en su lugar un Pokemon. Persian. Mi Persian. Aparece también un Rhyhorn que le asesta una mordida a Persian en el cuello.

     Y su dolor es mi dolor. Sus chillidos de agonía son mis gritos de terror. Me desplomo de rodillas en el frío y duro suelo cuando Persian deja de moverse. Debajo de él se encharca su propia sangre.

     —Basta… —musito con voz ahogada.

     — ¿Vale la pena todo el sufrimiento que has causado, Jackie Roosevelt? Lo has perdido todo. Perdiste el amor de tu padre. Perdiste a tu mejor amiga. Perdiste tu honor. Perdiste a tu hermano.

     Más imágenes pasan frente a mis ojos. 

     Veo a mi padre anunciando los nombres de los Ocho Líderes, ningún puesto es para mí o para Max. Veo a Skyler Crown abrazándome con cariño y la imagen cambia para mostrarme cómo la delaté cuando pretendía liberar a nuestros Pokemon prisioneros. Escucho sus gritos a la hora de recibir el castigo. Veo a Jay Jason burlándose luego de que Skyler me abofeteara y me llamara traidora. Revivo miedo y el dolor que sentí durante mi Iniciación, esas sucias manos recorriendo mi cuerpo y la voz… Esa voz que antes me tranquilizaba cuando las noches tenía miedo de dormir sola… Esa voz que ahora me causa repudio hacia mi misma… Veo a Max, a un pequeño Max de escasos cinco años, sujetando una Pokebola. Escucho la inocente voz del pequeño Max prometiendo que estaríamos juntos siempre. Me escucho a mí misma prometiendo que siempre lo cuidaría. Y la escena cambia. Max es golpeado por la técnica de Mewtwo y cae desde lo más alto de la torre. Max… Mi hermano… Se convierte en un saco de huesos sin vida. 

     — ¡Basta! ¡Por favor, ya no más!

     De alguna manera termino retorciéndome en el suelo. Cierro con fuerza los ojos y me cubro los oídos con ambas manos. Grito sin parar aunque mi garganta comience a arder, pero nada funciona.

     Aún escucho la voz de mi padre llamándome inútil, lo escucho gritar y al mismo tiempo siento sus agitados jadeos en mis oídos. Escucho la voz de Skyler diciendo que nuestra amistad duraría eternamente y, al mismo tiempo, me acribillan sus gritos enfurecidos. 

     ¡Traidora! ¡Eres una traidora! ¡Confié en ti y me traicionaste! 

     La risa cruel de Jay Jason. La voz de mi hermano. De Max...

     Te quiero, Jackie.

     Y el sonido de su cuerpo estrellándose contra el suelo.

     No dejo de llorar y esa criatura, sea lo que sea, ríe a carcajadas.

     ¿Por qué?

     ¿Por qué a mí?

     ¿Qué fue lo que hice...?

Pokemon IV: La Cueva de UmbreonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora