Entró al apartamento y lo primero que vio fue al doctor Watson sentado en su sillón, leyendo el periódico. Su mirada recorrió la cocina... o lo que se suponía que era la cocina.
Por toda la mesa había matraces y tubos de ensayo conteniendo sustancias raras, había rastros de sangre —seguramente humana— en las puertas del refrigerador; el microondas, abierto, mostraba unos globos oculares dentro... y eso sólo mencionando lo que se percibía a simple vista.
—¿Y Sherlock?
—Salió, no me dijo a qué —respondió con serenidad el médico.
—Ugh... ¿no te molesta, querido? —cuestionó la casera con preocupación.
—¿Sherlock, la sangre, los instrumentos de química, que salga sin decir nada o que no pueda utilizar la cocina?
—Todo.
—Pues, verá —dijo con pesadez—... a veces sí, pero uno aprende a adaptarse.
—Sherlock debería hacerte un monumento.
—¿Por qué haría eso?
—Porque... ¡mira cuánto tiempo y cuántas cosas han pasado! ¡Y aquí sigues!
—Sí. A veces creo que algo le echa a mi té —bromeó el ex militar.
—Algunas veces yo también creo que es un mago, o un brujo... y debe tenerte bajo un hechizo.
—Señora Hudson, no lo sé, no lo imagino convirtiéndonos a usted y a mí en sapos —se mofó.
—De todos modos, debe de tener algún efecto mágico sobre ti. Si él quisiera, podría llevarte a diez casos en una sola noche o podría arrastrarte al mismísimo infierno...
—Y yo lo seguiría —interrumpió el médico—; lo peor es que sé que lo seguiría.
—Oh, vamos, John, pero eso es lo que te gusta. Sherlock es lo que te mantiene vivo, tu guerra más importante, es como tu oxígeno. Y tú eres lo que lo mantiene cuerdo, centrado; su gravedad.
—No hay necesidad de ponernos poéticos.
—Yo sólo digo —canturreó y soltó una ligera risilla.
—Debe de tener algo de razón; si Sherlock me arrastrara al infierno lo seguiría, si así pudiera tomar su mano y sacarlo de ahí...
—Eso es incluso más poético —se quejó la mujer—. Son tal para cual, siempre lo he dicho.
—Pero, nosotros no somos pareja...
—Aún.
—Aún —repitió el rubio y agachó la cabeza con pena.
La señora Hudson se despidió de su inquilino y salió por donde había entrado, aunque esta vez se llevó la sorpresa de encontrarse con el pelinegro pegado a la puerta, con una sonrisa en sus labios y un sonrojo en sus marcados pómulos.
—Aún —dijo también el detective.
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Johnlock Drabbles
FanfictionEllos resuelven crímenes; el doctor escribe en su blog de ello, el detective olvida sus pantalones y yo hago relatos cortos de este par.