De no ser por aquel pequeño local, su vista siempre sería gris. Era aquella floristería la que le daba aunque sea una pizca de vida a las monótonas calles que recorría a diario cuando regresaba de trabajar.
Se había detenido un par de ocasiones a contemplar lo que vendían, pero nada más. La señorita le preguntaba si podía ayudarle y él respondía que sólo iba de paso.
¿Sería correcto? No, por supuesto que no. Eran cosas muy efímeras y mundanas; jamás obtendría un resultado positivo si hiciera aquello que tenía en mente.
En una ocasión logró pedirle a la chica la tarjeta del establecimiento y la había contemplado infinidad de veces, aún pensando si sería una buena idea. Entonces, cuando él solo se reprimía, mejor optaba por guardarla en su cartera para observarla y pensar lo mismo otro día.
La rutina se repetía. Llegada, firma, charla innecesaria, entrada al consultorio, paciente, paciente, paciente, descanso, café, regreso al consultorio, paciente, paciente, paciente, salida. Y en su trayecto volvía a pasar por aquel sitio que tanto llamaba su atención.
Entonces, un día se detuvo como solía hacerlo, miró las flores y miró a la señorita que con tanto cuidado las arreglaba. Ella preguntó lo de siempre.
Ese día la respuesta había sido distinta, y por lo tanto, ese día había entrado al 221B de Baker Street con un ramo de flores que mezclaban distintas tonalidades de púrpura.
—¿Cita?
—Sólo si tú quieres —dijo, extendiéndole las flores al que llevaba una camisa que combinaba perfectamente con ellas.
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Johnlock Drabbles
FanfictionEllos resuelven crímenes; el doctor escribe en su blog de ello, el detective olvida sus pantalones y yo hago relatos cortos de este par.