36.- Something with you.

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De acuerdo, tenía que admitirlo; no había estado bien gritarle a John, y mucho menos frente a Lestrade... ¡y mucho menos frente al imbécil de Anderson!

Entre balbuceos y palabras mal articuladas le había sugerido —por no decir "ordenado"— al canoso inspector que registraran la habitación en busca de un doble fondo o algo similar. Luego de eso abandonó la escena del crimen, esquivando a los forenses, a los policías y a la gente entrometida que se reunían alrededor de la presuntuosa casona.

Tomó un taxi lo más rápido que pudo y llegó a Baker Street casi derrumbando la puerta. La señora Hudson salió de su cocina para encontrarse con el detective en el recibidor.

—Oh, Sherlock, cariño. Me dijo lo que pasó y me dio órdenes de no permitirte la entrada, así que... ¡Fuera! ¡Ve y soluciona esto! ¡Resuelve el mayor problema que has tenido! ¡Largo!

Sin atreverse a discutir, salió a la calle y mandó un mensaje de texto a Greg: "¿Sabes dónde conseguir un violín? Lo necesito cuanto antes.

SH"

El mensaje fue contestado de inmediato, asegurándole que se lo enviaría. Unos minutos más tarde, un coche de policía llegaba a su ubicación y le entregaba un violín en su estuche correspondiente.

No era su violín, por lo que tuvo que verificar que estuviera afinado, y una vez que el sonido era lo suficientemente bueno, comenzó a tocar sin importar que ya fuese algo tarde.

Tocó pieza tras pieza, todo de su autoría, y Watson ni siquiera encendió una luz.

Estaba dispuesto a volver a textear a Lestrade, o a Molly, incluso a su hermano, pues sabía que la señora Hudson no lo dejaría pasar. Se sentó en la banqueta, mirando hacia el pavimento y comenzó a tocar tonterías con el instrumento. Notas solas, pedazos de canciones, piezas que aún no tenía bien definidas...

Entonces comenzó a tocar la melodía de una canción que perfectamente conocía. Mentalmente repasaba la letra y, ¡vaya! Quedaba con su situación. Y es  que era cierto, John no se daba cuenta de lo mucho que le costaba ser su amigo.

Terminó la pieza y bajó el instrumento, justo para después escuchar unos aplausos detrás de él. Inmediatamente volteó hacia la ventana de su piso, pero las luces continuaban apagadas. Fue entonces cuando bajó un poco más la mirada y se topó con el doctor.

—Yo tampoco quisiera morirme sin tener algo contigo —murmuró.

Sí, ahí estaba, parado en el umbral de la puerta principal, en pijama, aplaudiéndole y mirándolo con la misma ternura con la que siempre lo vería.

Johnlock DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora