41.- If I just lay here.

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Entrar al departamento y encontrar un desastre con Sherlock en medio ya no era una sorpresa. Más bien, comenzaba a hacerse un hábito.

Claro que seguía siendo una molestia, y más cuando el doctor, aún sin haber participado en el experimento, tenía que ayudar a limpiar.

Aquel día no había sido la excepción; Watson había llegado del consultorio, encontrando el apartamento revuelto, tubos de ensayo y sustancias extrañas sobre la mesa de la cocina, libros abiertos por todas partes, unos lentes de protección y un par de guantes en el sofá largo... y por último, un Sherlock Holmes acostado en el suelo, justo en medio del sillón gris y el sillón rojizo.

—John, acuéstate conmigo —pidió el rizado.

Ese era el colmo. Estaba muy cansado como para cumplir uno de los caprichos del detective.

—¡¿Por qué?!

El menor no contestó nada. Simplemente puso una cara de cachorrito regañado, haciendo que inmediatamente, John se acostara a su lado.

El silencio reinaba en todo el piso. No había intercambio de palabras, ni de miradas. Tan sólo bastaba con estar recostados en el suelo con la vista en el techo.

—John —habló por fin el más alto.

—Dime.

—¿Por qué te acostaste?

—¡Porque tú, gran imbécil, me lo pediste! —explotó el médico.

—Eso lo sé —murmuró con molestia—. Me refiero al porqué. ¿Por qué no decirme que no? ¿Por qué me dices que sí?

—Mira, Sherlock. He accedido a ver un sinfín de cadáveres contigo, ¡¿y te sorprende que acceda a recostarme?! —el detective simplemente asintió con la cabeza.

—No te entiendo, John. Eres muy extraño...

—Dijo el señor normal —pronunció con sarcasmo.

—... Es que —continuó luego de la interrupción—, no lo entiendo.

—Ni siquiera yo lo entiendo. Tienes ese don, el don de convencerme para ir por papas fritas, para buscar a un asesino en serie o para simplemente acostarme junto a ti en medio de la sala.

—¿Y si me acuesto aquí? Si sólo me acuesto, ¿te acostarías conmigo y olvidarías al resto del mundo? —balbuceó con un tono débil.

—¿No es eso lo que estoy haciendo?

—Pero, ¿por qué perder tu tiempo?

—Porque estoy perdiéndolo contigo, y créeme que cada maldito segundo vale la pena.

El menor ya no comentó nada más. Esas palabras habían dicho demasiado, así que se limitó a acercarse un poco más y a entrelazar sus dedos con los del rubio, volviendo así a las miradas dirigidas al techo y a aquel cómodo silencio.

Johnlock DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora