Ariacna

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Aquel enorme monstruo había helado el ambiente solo con su presencia. Los cuatro niños prisioneros simplemente rompieron a llorar, a decir que querían irse a casa, o a preguntar dónde estaba su madre. No se podía pedir más a unos pobres niños.

Pero incluso los aventureros parecían estar sumidos en la desesperación. Ni siquiera se pararon a pensar en lo que dijo, ni siquiera se sorprendieron de que aquella cosa pudiera hablar, no. Sólo se asustaron, sólo tuvieron miedo. No pudieron pensar más allá del miedo.

Buba, quien siempre acostumbraba a tener una sonrisa dibujada en la cara, a estar siempre feliz y sonriente, mostraba un semblante aterrado. Babel y Briron, que solían ser serios y firmes, tragaron saliva tratando de procesar aquello, mientras sus piernas hacían el amago de ponerse a temblar como locas. Angie llevó instintivamente sus manos a su arco, para recordar al instante que no tenía flechas y sentirse abatida. Y Burck, que desde el comienzo de aquella locura se había mantenido firme ante todo y pese a todo, no pudo evitar caer al suelo.

Mientras, Ratz, era el único que conservó la calma en aquella situación. Pero su calma nacía de su miedo, de un temor tan real que se había apoderado por completo de él.

-Estamos muertos. -Dijo el hechicero, sin siquiera haber prestado atención a la transformación de Dean; sin temor, sin exaltarse lo más mínimo. Lo dijo con tanta calma que parecía que ya lo había procesado.

-No... ¡Aún no estamos muertos! -Trató de decir Dean, buscando elevar su moral, la de todos. Sin embargo, Ratz había abandonado toda esperanza.

-¿Cómo puedes pretender ser valiente cuando todos estamos muertos de miedo? -Dijo el hombre negro, mientras bajaba los hombros en un suspiro resignado.

-Solo cuando tienes miedo puedes serlo. -Respondió Dean con confianza. En ese momento Ratz vio por primera vez a Dean, se dio cuenta de su aspecto extraño.

-Espera... ¿El demonio del que habla esa cosa...? -Todos miraron a Dean entonces. Estaban asustados, salvo por Burck, aquella era la primera vez que veían esa forma, e incluso el cazador que ya la había visto aún tenía cierto "respeto" por aquel ser.

-Sí. -Respondió, mientras el tatuaje de su pecho se expandía de nuevo, continuando aquella transformación. Dos cuernos brotaron de su cabeza y su piel se oscureció al tiempo que su pelo crecía descontrolado y se volvía rojizo. -Soy yo. -Añadió, ahora con su voz hueca y deshumanizada, tan grave que parecía la voz de un muerto.

Instintivamente miraron a Burck, como buscando respuestas, pero él solo negó con la cabeza.

En ese momento Ariacna, la reina de las arañas, retomó la palabra que había perdido en pos de que aquellos humanos procesaran lo que estaba sucediendo.

-¿Cuál es tu nombre, demonio? -Sus fauces vibraban a cada palabra, amenazantes. Un mordisco de aquella cosa podría partir en dos a un elefante sin problemas, no podían bajo ningún concepto dejarse coger por esas cosas.

-Dean. -Respondió con firmeza, aunque supiera que aquel era un formidable enemigo. Tras la derrota de todas aquellas arañas, más el paso por el campamento goblin, los guardianes en el pueblo y demás, Dean había subido algunos niveles, y con su modo demonio todavía era más poderoso aún. Sin embargo, aún así, esa cosa era realmente peligrosa.

-Dean... -Repitió la reina. -Dean, el Demonio. -Añadió, mientras bajaba lentamente hasta quedar su rostro a escasos metros del propio demonio, tratando de asustarle probablemente. -Y dime, Dean, ¿has venido aquí a matarme? -Con cierta superioridad la reina hacía una pregunta complicada de responder.

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