Capítulo veintisiete.

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Veo a Laurélie aparecer por el pasillo con un pequeño oso en la mano. Sonríe cuando me ve sentado en la sala de espera, cuando en realidad espero por ella. Ha pasado un mes desde que August está aquí en la clínica por ser prematuro y hoy, finalmente, después de muchas inyecciones y estudios, es hora de llevarlo a casa.

—Hola —sonríe aún más.

En el último mes no había tenido tiempo de hablar con ella sobre la relación y todo lo que eso conlleva. Desde aquella vez que tuve una crisis frente a ella no hubo más contacto.

—Está a punto de salir.

Ella asiente. Nos quedamos unos segundos a solas hasta que la puerta de la habitación de mi madre se abre y salen con una pequeña bolita envuelta en mantas azules. August era pequeño, muy pequeño y como todo niño prematuro, llora mucho.

—Mira quién está ahí —murmura mamá, sonriéndole al bebé—. Es tu hermano mayor.

Todos caminamos lentamente hasta salir de la clínica. Mi padre mete todos los bolsos en el maletero del auto mientras vigilo que mamá entre con delicadeza al auto con el niño en brazos.

—Es tan bonito, dan ganas de comerse sus mejillas —dice Laurélie, sonriéndole a mi madre.

—El hecho de que sea pequeñito lo hace más adorable.

—Es un Rowe, pudo con todos los estudios y las medicinas aún cuando es así de pequeño.

Mi padre parece orgulloso. Me pregunto si fue así cuando nacieron los mellizos, con una sonrisa orgullosa diciendo: “esta es mi familia”.

—Tú vendrás detrás de nosotros con Spring y Autumn, cuidado con la nieve —dice mamá antes de que yo le cerrara la puerta del auto para que el niño con reciba más viento o algo así.

Spring y Autumn suben al auto con urgencia porque hace un frío terrible a esta hora del día. La nieve ha cubierto la mayor parte de las casas cercanas a la clínica.

Laurélie sube también al auto, porque debo ir a dejarla a la casa de Channing, su madre le ha invitado a almorzar. Probablemente para sacarle información acerca de su hijo, quizás sobre alguna chica que exista y ellos desconocen. Aunque no la desconocen, pero ellos no deben saber eso.

Mientras conduzco con cuidado, los niños van conversando sobre las vacaciones de invierno y lo que podrían haber hecho en ellas, aunque ahora mismo no se pueda porque mamá está indispuesta y tomará tiempo su recuperación y la de August, pero aún así no son niños malos o egoístas. Están felices de quedarse en casa junto a mamá y el bebé, poniendo todas las cosas deseadas en la lista de espera para el próximo año, porque para ellos, aún hay tiempo.

—Nate —me llama Laurélie, en medio de la distracción de los niños.

—¿Sí?

—Lamento haber tenido dudas.

La miro por un segundo, sintiendo ganas inmensas de besarla recompensando todo el tiempo que hemos estado lejos.

—Lamento haberme alterado y también lamento haber terminado lo nuestro.

Ella asiente a mis disculpas por ser un tonto y ser primerizo en esto de las relaciones.

—Bien, tengo algo que proponerte.

—¿Qué cosa?

—Si yo realmente no soy el amor de tu alma, al menos vamos a tratar de demostrarle a este destino egoísta que sí lo soy. Que nadie puede decidir sobre lo nuestro si somos nosotros mismos.

»Porque... ¿qué sentido tiene querer tanto a alguien si vas a estar reprimiendo ese sentimiento todo el tiempo con todo el miedo que llevas dentro? Yo hice todo lo posible para gustarte incluso cuando no te habías recuperado, creo que luché por esto. No puedo ser tan tonta al dejarte ir porque luché por estar aquí. Realmente, aunque mi miedo vuelva, quiero ser para ti tanto como lo quieres tú. Ha pasado mucho tiempo desde la primera vez que te hablé, cuando tenías tanto miedo de mi presencia y estabas confundido. Ya no estamos más en el colegio. Creo que ya no somos niños. No quiero renunciar a ti por miedo, Nathan. Porque te amo.

Complicado es sólo una palabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora