Era mi inspiración, todo lo que quería llegar a ser en esta vida si es que alguna vez era posible llegar a ser algo. Algo más que simples criaturas que caminan, mesmerizadas por los contenidos de esas cajas de cristal que exhiben todo, hasta nuestros más íntimos deseos.
Era a quien más esperaba en las horas de sueños, a quien extrañaba cuando las luces del día se encendían. A quien deseaba ver a cada instante, sin importar el formato ni el paso del tiempo. Su rostro, la prueba de su existencia en este mundo. La certeza de que alguien como él caminaba por oscuras calles y sentía lo mismo que yo cuando el mundo se desplomaba ante sus ojos.
Sentía que éramos lo mismo, pero nada parecido también. No era posible para nosotros vivir más alejado el uno del otro, pero sin embargo yo sabía de él, y él...existía. Eso era lo que nos conectaba, y de alguna manera, lo que me permitía seguir con vida. Seguir, de la más burda manera. Superficialmente. Sosteniéndome de mentiras que cada vez eran más insoportables.
Pero él era como yo. Quizá había estado en otros brazos, quizá yo también así lo había hecho, pero éramos lo mismo. Ocultábamos nuestros pensamientos detrás de los marcos de nuestros ojos, mirando con temor a aquello que no sabíamos que nos esperaba, pero que teníamos que esperar de todas maneras. Porque de eso se trata la vida, o al menos, eso nos enseñaron. Dábamos pasos en falso, más preocupados por lo que los demás iban a decir de esos pasos, que de mover los pies en sí. No estábamos seguros del porqué de nuestro caminar, pero caminábamos igual.
Estábamos cansados. Heridos. Malinterpretados. ¿Cómo hacíamos para seguir? Seguíamos. Mentíamos. Llegamos a pensar que no existíamos, si total, todo lo que salía de nuestras bocas eran falsedades.
De a instantes, brillábamos, pero volvíamos a oscurecernos. El dolor se transportaba de nuestras mentes a nuestros cuerpos y nos ocupábamos más de lo segundo, porque a lo primero es preferible nunca curarlo. Era mejor mantener en secreto todos aquellos monstruos que escondíamos. Negábamos.
Y aun así, si éramos lo mismo ¿por qué era él mi inspiración? Quizá porque parecía que con sus mentiras había llegado más lejos que yo. A lo mejor era destino. Pero yo quería ser como él, oscuro pero deslumbrante al mismo tiempo. Profundo. Temeroso. Constructivo. Una persona que daba esperanzas cuando sabía que todo estaba perdido. Mentiroso profesional. Al que nunca le faltaban las palabras cuando de engañar a las pobres almas se trataba.
Por supuesto que quería ser como él. Robar el sueño a las personas con una simple sonrisa inventada. Jactarme de que la felicidad está en las cosas más triviales, cuando en realidad me la había pasado todo este tiempo deprimida porque sabía perfectamente que esa felicidad no existía. Ser capaz de conocer mucho, pero al mismo tiempo, no estar seguro de nada de lo que reinaba en este universo. Oscurecer cada vez más mis pensamientos.
Él era eso, todo eso. Yo quería ser eso. Pero no le llegaba ni a los talones. Jamás lo haría. Podría pretender que peleaba para lograrlo, pero la batalla estaba perdida. La había perdido apenas la comencé. Por mí misma, por cobardía.
Era mi todo, quien me mantenía con vida. Mísera vida.