Capítulo Quinto: La visitación

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Dioses portadores de un revelador mensaje

Como los tamboreros estaban entusiasmados loando y reverenciando a las Pombagiras presentes en la sala, cantando y vitoreando sus nombres y saludos, y al parecer ninguno prestaba atención a la presencia del pequeño Exú, de repente el dios infante ...

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Como los tamboreros estaban entusiasmados loando y reverenciando a las Pombagiras presentes en la sala, cantando y vitoreando sus nombres y saludos, y al parecer ninguno prestaba atención a la presencia del pequeño Exú, de repente el dios infante salió de sus casillas y dejando a un lado las artimañas que venía haciendo, se movió hacia la izquierda de la sala donde, luego de inclinarse ante el tambor, carraspeó tres veces antes de puxar:

Pomba voou, pomba voou lá no cruzeiro,

e meu cambono me chamou lá no terreiro.

Eu sou Juquinha, cheguei na gira,

vou trabalhar pra mamãe Pombagira...

La multitud, entre sorprendida y desapuntada, comenzó a sentir culpa por no haber reparado debidamente en su presencia y rodeando al pequeño Exú, batía sus palmas y acompañaba el cántico en tercera persona.

Juquinha parecía feliz por el reconocimiento y zarandeaba al son del tamborín con destreza y gallardía, lo que robaba más de una ovación entre los presentes.

Igal sintió pena. Miró en su interior y recordó otros tiempos, no muy felices, en los que siendo niño era prácticamente ignorado en las reuniones de los adultos. Relegado a una mesa en el fondo, con suerte podía compartir un refrigerio con sus primos mayores, que le llevaban dos lustros o más de vida y que siempre lo tomaban para el churrete por el simple hecho de ser chico. Esa suave melancolía evocada le hizo tomar la decisión de dialogar con el Mirim.

—Me animo a saludarlo, de verdad. Llevame a conocerlo, Aneida —suplicante, le pidió a la joven con tanta ternura, que la morena intuyó que había algo más detrás de la petición.

Suele suceder que los dioses juegan a los dados con nuestra energía cuando llegamos a una ronda en el Pejí, y eso habría pasado porque con la misma desesperación, la imberbe deidad apuraba el tranco enfilando en dirección al terapeuta.

El psicólogo sintió que era su momento. Por fin podría dialogar con alguien del otro mundo. Tenía tantas preguntas sin respuestas, y tantas recomendaciones de Adela, que no sabía por dónde comenzar. Sabía que sería imposible pretender develar tamañas incógnitas en una sola noche. Pero respiró profundamente y dijo para sus adentros:

«Bah, sí... Que sea lo que Dios quiera. Al menos vamos a comenzar», y para no permitir que su rumia lo paralizara, con un ímpetu otrora desconocido se puso en marcha en dirección al Menino.

Se encontraron a poco de andar e Igal, que no sabía cuál era la manera correcta de saludarlo, —y entre el jolgorio y la excitación de la noche no recordaba haber reparado en el modo en que las personas congratulaban a las deidades al pararse enfrente— ridículamente intentó pasarle la mano, retirándola de manera brusca cuando se dio cuenta de que no se trataba de una persona común. Pero era tarde, al mocito le encantó la osadía y comenzó a hacer piadas al respecto, remedándolo con humor.

Intentando vivir con tu recuerdo - Secuela #HomoAmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora