Décimo capítulo : Esa sutil conexión mágica

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La hora grande, de a ratos, paraliza el mundo

Ludovica no podía volver en sí de la agitación

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Ludovica no podía volver en sí de la agitación. Vaya que aquello no se lo esperaba, y así, de golpe, tomándola tan de sorpresa. Justo a ella que le gustaba tener todo bajo control, incluso sus emociones. No podía emitir una palabra. El tiempo pasaba, pero solamente el sideral. El otro, más íntimo y psicológico, ése sí que no pasaba, se había detenido. Es más, se podría llegar a creer que hasta se había perdido. Ludovica no podía hablar, y vaya que ella era una gran charlatana. Pero estaba muda... o aterrada.

Si algo faltaba, para infundir más presión, la joven se sentía observada por todos. Desde el dueño del lugar, que parecía más feliz que ninguno con lo que estaba sucediendo, los camareros, e incluso otros comensales, que estaban en las mesas cercanas muy entusiasmados con el gesto de Darío, muchos de ellos incluso registraban el momento con sus celulares. Ludovica, al advertirlo se espantó. ¿Y si estaban transmitiendo en vivo por las redes? Eso era privado, no estaba segura de querer compartir algo tan íntimo con el mundo. Pero ya era tarde para evitarlo y peor sería intentar, presa del enojo, arrebatarles los teléfonos a los clientes del sitio.

Lo que le enojaba era la presión que sentía, porque la ponía en la obligación de dar una inmediata respuesta. Era lo usual, lo que se espera. El sueño anhelado de toda niña de familia que crece en el ámbito de una sociedad típica y cristiana. Pero no, Ludo no era de esas, ella tenía otros sueños. Lo que le molestaba era ser complaciente con las expectativas ajenas, no solamente las de Darío.

«¿Por qué será que la gente se pone tan cursi cuando ve una declaración de amor en público, o un pedido de compromiso? ¿Qué fuerza magnética tiene un anillo que cuando alguien te lo ofrece de rodillas todos quedan pasmos, esperando la respuesta? Seguro que están aguardando que yo le dé el sí para empezar a gritar, aplaudir y celebrar, como si me conocieran... como si realmente compartieran mi alegría», se le ocurrió de repente, y ese mismo pensamiento fue transformando su cara de sorpresa a fastidio.

Darío lo notó, y algo en su interior supo que había metido la pata. Quiso seguir el ritual tradicional de su estirpe y aceptó el consejo que le diera su madre para ir definiendo la relación que tenía con la muchacha. Hacía veinte días que tenía el anillo con él, porque era una joya de familia; lo recibió su bisabuela en una fiesta y así fue pasando de generación en generación en el pueblo de Juárez. Antes de salir de viaje, el ingeniero había organizado hasta los mínimos detalles con el dueño del restaurante. Se aseguró de que tuviesen música mexicana romántica; de que el salón estuviese bellamente acondicionado y de que las luces le pusieran un tono intimista a la ocasión. Era evidente que todos los estaban esperando en complicidad, y que la única ingenua era la agasajada.

Cuando alguien organiza esta clase de eventos, debe tener certeza de que le va a salir bien la jugada. La fórmula, por lo general, suele funcionar. Pero en la capital provincial, estaba visto que no iba a suceder lo mismo que sucedió por generaciones en Juárez. La novia no estaba segura de responder bajo tanta presión, y no podía articular las palabras.

Intentando vivir con tu recuerdo - Secuela #HomoAmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora