Decimoquinto capítulo : Emociones que afloran de repente

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La madrugada deja incómodo al silencio

Luis Miguel seguía coreando el bolero de su compatriota Alberto Domínguez, pero Ludovica no quería seguir bailando

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Luis Miguel seguía coreando el bolero de su compatriota Alberto Domínguez, pero Ludovica no quería seguir bailando. ¿Estaba molesta? Ni ella sabía, en realidad, cómo se sentía. Lo que le fastidiaba era la sorpresa que tenía guardada el ojiazul; eso le hacía sentirse una tonta de pacotilla. Ahí estaban las mujeres, y debía reaccionar de manera casi inmediata. Aún le quedaban algunos compases al surco del intérprete azteca; tiempo que debería ser más que oportuno para arribar a una decisión.

Por fin, resignada, salió de su arrobamiento con una pregunta por demás existencial para esa hora en que ya estaba corriendo el minutero de la madrugada.

—¿Será que voy a caerles bien? —Dijo, con voz de timorata, y el ingeniero jamás supo si era su genuina expresión de incertidumbre o solo una construcción gramatical Ludoviqueña para salir del paso.

—¿En serio te preocupa caerles bien? ¿Tenés miedo de causarle una mala impresión a mi familia? —Entre la sorpresa y la admiración, el muchacho se esforzaba por ver en su novia los rasgos de una moza ingenua, aunque no le convenía bajar la guardia pues en cualquier momento podía saltarle de adentro el otro personaje de su bipolaridad, y rugir como una leona amenazante.

—Es que todo me abruma y me sorprende. Primero, la emoción por la declaración de amor a la antigua. No es que me haya disgustado, pero me dejó sin sentido porque era un aspecto tuyo que desconocía —comenzó preparando el terreno.

—Esa es una de las tantas cosas que aún no sabés de mí —dijo, pretendiendo mandarse la parte, pero al instante decidió reparar sus dichos por temor a ser malinterpretado— je, je, je —y la mejor manera que encontró de hacerlo fue guiñándole el ojo izquierdo y emitiendo una risita que pretendió ser pícara y fue, realmente, bastante pelotuda. En fin, como bien dicen, «no aclares que oscurece».

—Luego, siguiendo el ritmo de la formalidad, conocer a tu familia así, de una. Es algo que no esperaba, porque me pone en una situación difícil. Tengo que hacerme a la idea de que aún el compromiso es algo serio y que podríamos planear casarnos. Entonces tengo que verme siendo parte de una nueva familia, a la que no conozco, de la que sé muy poco, y para eso voy a precisar algo de tiempo. Me hago la superada y la heavy, pero en el fondo no lo soy tanto.

—Lo entiendo. Te pido disculpas por precipitar las cosas. Debí suponer que podría pasar esto. Pero están acá y podrás conocerlas. ¿Sabés por qué no pude impedir la visita, aunque lo planeé? —Intentaba dar una excusa que aparentaba ser sincera.

—Si no lo decís, no lo sabré. Estoy algo nerviosa para jugar a las adivinanzas.

—Porque el anillo que puse en tu dedo lleva más de ciento cincuenta años en mi familia. Es una joya que viene pasando de generación en generación, y siempre que llegó el momento en que un hombre de mi estirpe lo entregara a su amada, hay un pequeño rito que la futura suegra realiza para bendecir la unión. Yo fui el único en tantas generaciones que rompió la tradición del encuentro familiar. Se lo expliqué a las mujeres de casa. Ellas sabían que iba a ser una propuesta secreta y me apoyaron pese al enojo de la abuela, porque los tiempos cambiaron y creyeron que yo me estaba adaptando a ellos y no escapando del compromiso formal.

Intentando vivir con tu recuerdo - Secuela #HomoAmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora