Cuando nadie quiere que termine la noche
—¿Veinticinco de agosto del cuarenta y cinco? Quiere decir que su última encarnación sucedió hace poco. Casi se podría decir que es contemporánea de mamá. Ella nació en mil novecientos cuarenta y nueve —Igal abría los ojos como platos.
—Así es. Veo que te sorprende enormemente. ¿Por alguna razón tanta intriga? —La entidad le respondía con otra pregunta, invitándolo al diálogo.
—Ninguna, Señora. Pensaba que los espíritus que conocí en otros lugares eran más viejos. No sé si me explico.
—Mmmmm... Sí y no. Haz un mejor esfuerzo, a ver...
—De niño acudí a un templo africanista y tengo dulces recuerdos de esa época. Me llevaba mi madre, que siempre fue respetuosa de las tradiciones ancestrales, y creyente, ¡oh sí! Y en aquel terreiro conocí a entidades que parecían ser muy viejas.
—Cuéntame un poco más de esa experiencia, por favor. Soy toda oídos —se acomodaba el cabello e hizo el amague de querer sentarse en el sillón Luis XVI que semejaba un trono. Su asistente procedió a acondicionarle un cojinillo para los pies y otro para la espalda.
—Está bien. Es grato para mí, aunque quedó muy atrás en el tiempo. Recuerdo con especial cariño a un viejito, de esos que se conocen como Pretos Velhos. Su nombre era Pai Thomé.
—Ese pícaro es un buen amigo de esta casa también. Vaya que lo conocemos...
—¡Qué felicidad! Porque no volví a verlo y me gustaría que supiera que mi destino se escribió tal cual él anticipó una tarde, allá por mayo, en esas fiestas enormes que se les hacen a los abuelos, con chocolate y muchos dulces. Jamás lo olvido.
—No te preocupes, que el viejo lo sabe. Vaya que lo sabe, si es un sabelotodo ese negro.
—Es algo así como el arquetipo de un anciano sabio. Muy sabio, realmente. Pero vivió en el Brasil de la colonia, en los tiempos de la esclavitud. Por eso se me ocurrió que los espíritus eran todos contemporáneos, —hurgaba en lontananza, queriendo encontrar imágenes que justificaran su recuerdo.
—¿Qué más recuerdas de ese tiempo? Percibo que han sido momentos cariñosos que han quedado grabados en tus entrañas —buscaba que el terapeuta continuara con las evocaciones.
—Recuerdo a un indio de nombre Sete Flexas, uno de esos guerreros que se hacen llamar Caboclos, que serían lo que en mi país se conocen como «mestizo».
—¿Qué cosa es un «mestizo»? Si puedes explicar, así vemos si se trata de lo mismo —no dudaba de sus conocimientos, quería llevarlo a un lugar emotivo en su memoria. Lo supo Aneida, o lo intuyó, porque se quedó en silencio observándolo sigilosamente, con especial prudencia y en estado de alerta.
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Intentando vivir con tu recuerdo - Secuela #HomoAmantes
Novela JuvenilCuando el corazón no puede más de dolor busca recursos inimaginables para alivianar la pena. Fue la noche en que Igal, indagando los motivos que llevaron a Nacho al suicidio, participó de su primera sesión de macumba. La sala estaba repleta de elem...