Capítulo Octavo: El tiempo que pasa y no

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La «hora grande» que a todos desconcierta

La «hora grande» acontecía en todo el mundo

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La «hora grande» acontecía en todo el mundo. También en Barranqueras donde Adela la estaba viviendo de una manera muy especial. Felicísima por haber salido airosa de su encuentro a solas con la inoportuna trabajadora social, se dedicó a cocinar el mejor puré de patatas y zapallos que Nachito hubo probado hasta el momento. No conforme, colocó en la vaporera unos tallos de acelga, morrones y un pedazo de lomo de ternera a tiernizar. El pequeñuelo estaba en la etapa de dentición y se le hacía agua la boca cuando sentía olor a carne. La muchacha, dedicada de lleno a las funciones maternas, había investigado por sus medios la mejor manera de cocinar alimentos saludables para los niños que recién comienzan a comer. Y en esas andaba mientras Nachito, inquieto en su silla alta, jugaba con el móvil de colores que le había puesto a su alcance.

«No quiero que se acostumbre a usar el chupete porque es malo y deforma el paladar; a la larga puede ocasionarle complicaciones serias. Es preferible que use un mordisco de goma, una de esas argollas llenas de gel que vienen en distintos colores. Así, de paso, va ejercitando el mordiscón y evitamos una visita al fonoaudiólogo», liberaba un ejército de sutiles pensamientos mientras la cacerola humeaba en plena cocción de la papilla mixta, y el ruido del aparato recién enchufado permitía suponer que la carne y las otras verduras apenas comenzaban a soltar sus jugos.

Dejó al niño jugando muy cómodo en su silla y dio una corridita al lavadero en busca de una vieja radio que funcionaba a pilas.

«No sé cómo Igal puede andar con un aparatejo de estos. Se nota que tiene algo de vintage el cuñado», reía de sus ingenuas ocurrencias.

Sintonizó como pudo la única frecuencia que se escuchaba bien. Luchando con la estática y decidida a no oír chamamé, dio vueltas por el dial hasta que halló una emisora que estaba difundiendo música retro, canciones de amor de los años setenta y ochenta.

—La mejor música está a tu alcance... Estaciones en el Sol, liberando los sentidos de tu piel —decía una voz femenina desde el ordinario parlante y Adela entrecerraba los ojos queriendo viajar a un tiempo no vivido, anterior a su propio nacimiento cuando la melodía comenzó a sonar con una canción de Bee Gees.

«No creo que Igal haya bailado este tema... Bah, me parece. No sé de qué década es el tema pero suena viejo, viejo», en su imaginación pensaba cómo hubiera sido vivir el tiempo de la minifalda y los tacones de plataformas de corcho.

«A mi hermano e Igal les hubiera encantado conocer Estudio 54; recuerdo cuando vimos la peli. Qué cara de enamorados ponían los dos», en su memoria comenzó a aflorar la lágrima indicadora de que debía cambiar la estación para no sucumbir a un ataque de nostalgia.

Buscó inútilmente en el dial, las demás sintonías se escuchaban con interferencia. Escudriñó en la casa para ver si conseguía algún alambre, un cable de cobre, o algo que hiciera de mejorador de señal para el radiotransmisor. Pero nada. Giró el aparato para un lado y el otro. Llegó a ponerlo patas para arriba. Lo acercó a la ventana, lo alzó a media altura. Nada. No mejoraba. Si no era un pastor evangélico el que interfería, era un sonido de acordeón y chamamé. Ofuscada, apagó la radio y decidió cantarle una canción a Nachito.

Intentando vivir con tu recuerdo - Secuela #HomoAmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora