Capítulo Séptimo: ¡Nossa Senhora!

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Cuando la magia te deja boquiabierto

El terapeuta continuaba en pleno arrobo

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El terapeuta continuaba en pleno arrobo. Como seguía inmerso en el estado de lasitud, Aneida le sacudió con fuerza el brazo izquierdo obligándolo a trastabillar, y con el envión lo acercó varios pasos hacia el sector desde donde lo habían llamado. El psicólogo, lejos de enfurecer, agradeció la reacción de su nueva amiga y le susurró algo poco entendible en voz baja, incluso para ella. La muchacha, canchera en esas lides, supo que estaría avergonzado o temeroso y comprendió que la parálisis obedecía a algo más que deslumbramiento.

Igal estaba aterrado, literalmente. Pero no solo miedo sentía. El repentino entumecimiento de su cuerpo no era fruto de una invalidez psicológica, sino una mezcla ancestral de terrores remotos, confusas ideas y amargos sinsabores. No estaba seguro de cuánto lo podían ayudar allí. Quería creer que era posible, que no había hecho el viaje en vano. Pero estar cara a cara con la magia tenía sus cosas. Lo iba descubriendo.

«Cuando era un purrete, hubiera pegado un salto y estaría al lado de la Señora, al instante. Bah, qué salto ni salto... Me las hubiera ingeniado y sería yo el que estaba con ella, sosteniéndole el cenicero. Ahora ¿de dónde me surge este inaudito temblor? ¿A qué le temo? Comprendo la lengua en que se comunica, ya estuve en sitios parecidos», y si algo le faltaba a la noche era una nueva secuencia de rumias de dimensiones Igalescas.

La morena decidió que era hora de hacerlo salir del brete. Se jugó una personal; si le salía bien, podía salir ganando; si no, al menos le abriría una grieta a ese agujero negro temporal en que la noche se había transformado. Porque hay un tiempo sideral y otro psicológico —ya lo sabemos, es más, ya lo hemos dicho— y si bien a Igal le estaba atormentando el segundo de ellos, en ese preciso instante se producía un empate. No reaccionaba y el salón estaba detenido —como en cámara lenta— esperando su respuesta.

—Si la Señora permite, me gustaría acompañarlo. Puedo oficiar de traductora o ayudar en lo que sea porque es su primera vez en una Quimbanda y lo noto impresionado —pronto Aneida se había tirado un piletazo e intuía la respuesta, pero igual creyó que alguien tenía que terminar con la parálisis. Y le tocó a ella.

—El mozo no precisa traductores, pero venga usted también, hija mía; de paso aprovecha y me hace el pedido que hace tiempo quiere hacer y no puede. —Intuición confirmada; las cosas habían salido bien, aunque la negra quedó expuesta y oía, a sus espaldas, risitas irónicas. Poco y nada le importaba. Lo interesante es que había conseguido el pase y vaya que iba a aprovecharlo.

—En marcha, es ahora o nunca —sin esperar respuesta, prácticamente maniató el brazo del elegante terapeuta y apuró el paso escoltada por él.

—A todo esto ¿qué hora es? —Sonrojado y confundido, Igal ignoraba por qué consultaba eso en ese momento. ¿Serían sus resistencias?

Sin detener la marcha, que aún estaban a cuarenta pasos de distancia del objetivo, la joven contestó. Le vendría bien ir conversando hasta llegar al trono, así evitaba los comentarios que surgían con cada articulación que daba.

Intentando vivir con tu recuerdo - Secuela #HomoAmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora