Capítulo Tercero: Todo se vuelve sorprendente

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¿Estoy inmerso en un sueño? Que alguien me pellizque

Al volver en sí, a Igal todo le parecía confuso, como despertar de una pesadilla en la que estuvo inmerso sin poder definir las secuencias oníricas a su antojo

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Al volver en sí, a Igal todo le parecía confuso, como despertar de una pesadilla en la que estuvo inmerso sin poder definir las secuencias oníricas a su antojo. Guardaba leves rescoldos de memoria del rapto, pero poco y nada, prácticamente eran sensaciones de incerteza y registros vocales internos que ignoraba que tenía. Lo que posiblemente le asustó más, fue encontrarse de pie, sostenido con ambas manos por muchachos robustos, practicantes del ritual, y que un tercer rapaz le estuviera soplando aguardiente a un costado y al otro, dándole certeros escupitajos por encima del aura. Por si fuera poco, lo alzaron de manera impetuosa, propinándole un sacudón para hacerlo reaccionar.

Sentía que lo llamaban. Escuchaba sus voces.

—Muchacho, muchacho —en un forzado portuñol, seguramente porque nadie conocía su nombre.

Cuando pudo responder, le alcanzaron un botellón de agua para que bebiese, diciéndole

Tres goles.

Igal sabía que aquello significaba «tres tragos» y empinó la vasija de barro con prestancia, pero tuvo que tragar una solución salina bastante desagradable que parecía ser una mezcla de agua con varias raciones de sal. No le quedó otra, aunque el rostro denotaba cuán áspera le resultó la poción a su lengua. No sería educado escupir el brebaje, aunque le había producido un retortijón en el estómago y sentía ganas de vomitar.

—¿Qué cosa es? ¿Qué me dieron de beber?

Marola —fue la respuesta de los tres.

Igal recordó la palabra. Era frecuentemente usada por los espíritus del congá al que acudía en su niñez. Con ella, los espíritus se referían al agua marina. Definitivamente, le dieron de beber agua de mar; posiblemente del Mar Muerto, que dicen ser bastante más salobre, porque las arcadas se sucedían a los eructos y tuvo que salir disparando en búsqueda del baño.

Una mezcla de nerviosismo y gratificación tenían los demás en la mirada. Pero no lo advirtió el terapeuta que, en cuanto pudo, se escabulló por un costado buscando el fondo a la derecha. Pasados veinte minutos, se sentía reconfortado, y tras refrescar el rostro con agua del lavatorio, volvió al salón para ver de qué iba aquel asunto y pedir explicaciones sobre su fugaz desmayo.

Una silla antigua, semejante a un trono, era acomodada a un costado del altar; al lado, una mesa de estilo francés sostenía una copa y una champanera. El crujiente ruido del hielo reventando en el balde le llamó poderosamente la atención. Fijó sus ojos en la hielera metálica, sin poder percibir su reflejo debido a que la temperatura en que se mantenía la bebida había empañado el recipiente. Quedó embobado contemplando aquella imagen, sin poder reaccionar.

Repentinamente, el corcho que aprisionaba la garrafa de exquisito contenido decidió desprenderse, saltando por el aire sin que nadie lo presionara y llevándose consigo el precinto de alambre que le servía de contención. Una explosión de burbujas se desparramó por el suelo, como una catarata de espumante que nadie lograba contener. El ensordecedor sonido que produjo el tapón de la botella al volar por la sala despertó un sinfín de carcajadas de todos los espíritus en trance, pero sin dudas, la más estruendosa fue la risotada de una mujer que no le quitaba los ojos de encima.

Intentando vivir con tu recuerdo - Secuela #HomoAmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora