Capitulo dieciséis: No más.

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- Te repito por enésima que no estaba pasando nada, Sebastián.

- ¿Entonces yo estoy loco?

- Ah eso si no lo sé. - Luciana lo miró enojada.

- No quieras verme la cara, Luciana. Yo sé lo que vi, casi te besa, y tú te ibas a dejar. - Le habló fuerte y con rabia, mejor dicho, celos.

- Mira Sebastián. Primero, no me grites, y segundo ¿Cual besar? No estábamos haciendo nada.

- ¿Entonces porqué estaban tan cerca?

- Iba de salida y él estaba en la mitad del camino, llegaste justo en ese momento.

- Ese cuento que te lo crea otro, yo no. Además, no sé que hacía él en tu consultorio. ¿Fue a buscarte, cierto?

- Él trabaja en el hospital.

- ¿Eh?

- Si, su constructora está haciendo las remodelaciones a una parte del hospital, por eso el va, pero solo es a veces.

- ¿Y por qué no me dijiste?

Luciana se estaba irritando, nunca había tenido que soportar los celos de Sebastián tan seguido. - Se me olvidó.

- Es que últimamente todo se te olvida. No me cuentas una mierda cuando se trata de ese imbécil.

- ¿Sabes qué? Yo tengo mucha hambre y una hija que me espera como para estar discutiendo contigo por pendejadas. Adiós. - Quiso irse pero su novio la sujetó del brazo.

- ¿Te parecen pendejadas? Él quiere contigo, Luciana. Sino que vino a hacer aquí a tu consultorio, porque que sepa, esta oficina no tiene nada que ver con las obras en las que él o su constructora están metidas ¿O sí?

- Quiere conmigo, si. - Sebastián quiso golpear algo del coraje. - Quiere hablar de su hija conmigo. Porque a eso vino. Vino a pedir permiso para llevarse a Salomé el miércoles a las afueras de la ciudad. Y ahora quítate. - Lo quitó de su camino con un flojo empujón. - Ya no quiero seguir dando espectáculos, porque de seguro allá fuera escucharon toda tu escenita de celos.

Luciana salió del consultorio enojada, ella no tenía porqué aguantar las escenas de celos de su novio en el trabajo, eso era una total falta de respeto y la podían hasta regañar. Aunque sabía que Sebastián tenía todos los motivos y derechos para reclamar y ponerse celoso.

Llegó a su casa y almorzó de lo más feliz con su hija. Su hija era la única que le hacía olvidar todo, hacía que solo pensara en ella.

- Mami, ya casi se acerca navidad. ¿Cierto?

- Siiiii. ¿Y qué quieres que te traiga el niño Dios?

- Quiero una bicliteca.

Luciana, al igual que Marta; la niñera. No pudieron evitar sonreír ante la pronunciación de la niña.

- Yo creo que el niño Dios te va a traer una bicicleta hermosa porque te has portado muy bien.

Salomé sonrió. - Quiero que sea rosada.

- ¿Y si es otro color?

Se encogió de hombros. - Yo se la pedí al niño Dios rosada.

- Bueno entonces él, te la va traer rosada. - Se levantó del comedor. - Ahora termina tu comida que te tienes que alistar para ir a las clases de natación.

- No quiero más, mami.

- Ni has comido nada, Salomé. Voy a lavar la losa y cuando regrese no quiero ver nada en ese plato. - La niña hizo pucheros pero Luciana se fue a la cocina para lavar la losa. Una vez terminó, se retocó el maquillaje y ayudó a su hija a cambiarse para ir a las clases.

Amantes Legendarios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora