Capítulo 3

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Cuando el turno terminó recordé que le había prometido a Carlo que hoy continuaríamos con el control de stock, por lo que decido buscar la carpeta para ir hacia la zona de piletas. Paso por el vestuario antes de ir, quiero estar más fresca, ya que ese lugar es un puto sauna, por lo que decido cambiarme y embutirme en una malla roja simple, enteriza de tirantes, con la espalda al descubierto, aunque decido mantener el pantalón negro que llevaba.

Nos quedamos un buen rato en ese rectángulo caluroso, las paredes grises, repletas de estanterías y ganchos metálicos de los que cuelgan varios ula-ulas, gorras de baño o antiparras, no ayudan a que el lugar se vea más amplio, menos asfixiante. Una enorme mesa de madera oscura se extiende frente a la puerta de hierro, está repleta de cajas pequeñas con distintas cosas dentro, entre ellas: marcadores de diversos colores o tizas para pizarras. Estamos contando varios de esos materiales (puntualmente silbatos y sogas finas) cuando un adolescente voluptuoso, no muy alto y con unos preciosos ojos oscuros, se asoma detrás del marco de la puerta abierta; es uno de los ayudantes de los profesores de natación, viene a comunicarle a Carlo que es solicitado en las piletas: uno de sus alumnos se ha lesionado. Él se disculpa y sigue preocupado al joven fuera del depósito, dejándome sola con el conteo. Prosigo con los ula-ulas, para al cabo de un rato, sentarme en el suelo frío para contar las redes de vóley acuático que han traído, las cuales aún siguen en sus paquetes originales y no se han abierto. Coloco la caja nuevamente en su estantería cuando finalizo, pero es tan pesada que me cuesta horrores subirla y por eso, noto una punzada en mi hombro izquierdo hasta el cuello.

—Joder—gruño tomándome el cuello e intento masajearlo.

—Creo que necesitas ayuda—sueltan a mis espaldas, del susto me giro repentinamente viendo a Caleb apoyado en el marco de la puerta con el ceño fruncido. Viste igual que antes: jogging gris y una camiseta roja con inscripciones, salvo por la bata blanca que lleva puesta.

—Ya casi acabo— comento mirando mi planilla, solo faltan los conos.

—¿Te has hecho daño? —Pregunta preocupado, mientras camina hacia mí al notar que me tomo el cuello con una mueca de dolor.

—No, solo me ha dado un tirón, la caja estaba pesada y...—su acción me interrumpe, me toma de la cintura para ponerme de espaldas hacia él, corre el cabello de mi espalda con cuidado y coloca sus manos fuertes en mis hombros ejerciendo una leve presión—. Mierda—mascullo notando cómo se me eriza la piel ante el dolor.

—Relájate— ordena en un tono sugerente en mi oído, yo realmente lo intento, pero el hecho de que sea él quien esté tocando mi piel desnuda y sudada en este depósito vacío (al que nadie entrará por un buen rato), no ayuda en absoluto.

Sus manos cálidas se desenvuelven con destreza, aprietan en los lugares justos, con la justa fuerza. Sus pulgares presionan mi nuca arriba y abajo antes de que su tacto apriete ligeramente entre mis omóplatos. Cierro mis ojos intentando disfrutar lo increíble que se siente el masaje, el sonido de su respiración calmada, la sensación de calor en la zona que toquetea. El silencio nos rodea hasta que él me pregunta si me siento mejor, le respondo afirmativamente cuando volteo, agradeciendo su atención, Me dedica una sonrisa despreocupada para luego rodearme con el fin de recostarse sobre la mesa llena de cajas, estira sus largas piernas, entrecruzándolas al igual que los brazos. En un silencio algo incómodo empiezo a contar los conos pequeños, con los cuales paso un buen rato ya que hay más de cien y al finalizar habla repentinamente:

—Ivy— levanto mis ojos para verle, pero entonces se arrepiente, ríe y niega con su cabeza evitando mi mirada— despreocúpate, no era nada— finaliza quitándole importancia a sus pensamientos, le observo irritada, odio que me dejen con la intriga.

Eterno Retorno [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora