Capítulo 27

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Todo el aire se esfuma de mis pulmones, el murmullo de la gente a nuestro alrededor cesó e incluso, parece que se hubieran ido todos, dejándonos solos aquí. Caleb me ve extrañado, mientras que su madre no entiende la situación y, para ser sincera, yo tampoco ¿Por qué? ¿Cómo? ¿De dónde sacó esa información? Me pregunto y repregunto mil veces en menos de dos segundos, no encuentro ninguna respuesta. Entretanto, el viejo decrépito disfruta de verme en aprietos, lo veo en sus ojos oscuros como la mismísima noche y en el regocijo de su rostro cubierto por una canosa y tupida barba candado.

No lo entiendo, pero a la vez sí... esta estúpida cena fue su excusa perfecta, sabe que no armaré un escándalo en el medio del restaurante, con su familia aquí, mucho menos con su nieto tomándome cariñosamente del brazo. Concluyo que estuvo fingiendo todo el maldito rato, el correrme la silla para que tome asiento, el cumplido acerca de mi vestido al verme, sus sonrisas, su predisposición a la charla. Quiero llorar, me siento estúpida y hasta estafada, pensé que por fin podíamos estar juntos sin llevarnos mal. Trago grueso antes de abrir mi boca.

—Apendicitis— la risa colérica de mis demonios estalla en mi cabeza.

—¿Apendicitis? —Cuestiona el canoso recostándose sobre su silla, cruzando ambos brazos a la altura de su pecho y achinando los ojos a la vez— qué raro... por lo que leí estuviste al borde de la muerte por mucha pérdida de sangre— duda con fingida inocencia, Caleb me ve antes de mirar a su padre.

—¿Cómo es que tú...? — Horacio interrumpe a su propio hijo al girar la cabeza para ver a su esposa.

—¿Puede ser posible que haya estado tan grave por apendicitis, Martha? —La mujer pasea su ceño fruncido entre mi rostro y el de su marido.

—No...—musita gracias a su pasado como doctora, presa de la escudriñante mirada del viejo.

Las lágrimas me escosen los ojos, el rubio mayor me mira intentando de comprender qué sucede, pero es imposible ni siquiera yo lo adivino. El cuerpo comienza a temblarme a pesar de que no tengo frío, incluso siento mi cara arder. Pido disculpas antes de tomar el sobre de mano que he traído y levantarme sin haber terminado el plato. Caleb me toma del brazo preguntándome a dónde voy, a su vez el pequeño se queja de que lo he soltado, de pronto todo el mundo mira con disimulo la escena y me siento completamente avasallada. Los padres de mi novio me miran, él sabiendo que dio en el clavo y ella, completamente confundida. Entonces me zafo del agarre del inglés para encaminarme a paso acelerado hacia la salida más próxima, buscando desesperadamente el aire, tan liberador como frío, de afuera.

Gotas gruesas de agua salada me recorrían la cara con total albedrío, varios fumadores se acercaron a preguntar si me encontraba bien, y hasta algunos, me ofrecían sus pañuelos. Los ignoré a todos, apenas si podía pensar en otra cosa que no sea en mi maldito pasado. El viento gélido que venía del mar me golpeaba con fuerza, sacudiendo mi cabello en aire al igual que mi vestido. Solo podía sollozar mientras me acercaba a la carretera en busca de un taxi que me lleve hacia mi casa y así, refugiarme bajo la seguridad del techo que me esforcé por conseguir junto a Rodo.

—¡Ivy! —Exclama Caleb al verme desde la puerta a la par que camina poniéndose el abrigo.

—¡Joder! —Gruño al hacer dedo a un taxi y que este me pase de largo.

—¡Hey! —Insiste el rubio al llegar a mi lado, tomando mi rostro entre sus manos para obligarme a velo a sus ojos—. Habla conmigo, nena, por favor— 'Jamás lo hará, amigo', palmea su hombro mi yo interior, yo solo puedo llorar.

—Por favor, vete con tu hijo—ruego, sigo haciendo dedo hasta que un coche para a mi lado e intento deshacerme de su agarre, pero vuelve a tomarme por el brazo.

Eterno Retorno [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora