Capítulo 8

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Su boca recorría la mía con necesidad, parecía que fuera su último beso, o que su vida dependiera de ello. Mordí su labio inferior con un poco fuerza y extrema culpa, mientras mi lengua se entrelazaba con la suya de manera lenta pero valiente. Caleb Baró besaba como un dios besaría a su diosa, de maravillas, con pasión y a su vez, ternura, tomándome por el cuello para apretarme levemente contra su rostro. Las lágrimas salían de mis ojos, aunque a menor velocidad que antes, mientras mis manos temblorosas acariciaban su cintura desnuda; su boca por momentos atrapaba mi labio superior, para después pasar al inferior, dejando que se deslicen con calma entre los suyos. Suspiré cuando por fin pude lograr algo de espacio, luego de un suave beso en mis labios que lo llevó a separarse tan solo un poco, pegando su frente a la mía seguramente implorando (de manera silenciosa) autocontrol, exactamente igual que yo.

-Te quiero tanto Ivy-murmuró en mis labios-. Por favor, prometo...

-No-lo interrumpo, mi negativa hizo que se aparte de mi frente para mirarme a los ojos-, ni se te ocurra prometer que no te iras-advierto secando mis lágrimas con el dorso de mis manos, estoy harta que la gente me prometa eso y no lo cumpla- solo promete que no... que no vas a fallarme.

Caleb exhala una gran bocanada de aire caliente cuando se aleja de mi cara, parece tragar saliva a la vez que me mira fijo como si quisiera decirme o contarme alguna cosa. Finalmente me sonríe a boca cerrada, con una expresión algo triste en su rostro, pero vuelve a unir nuestros labios de manera simple y me susurra que promete intentarlo antes de enroscar sus brazos fuertes alrededor de mi cuerpo. Yo hago lo mismo sin esperar medio segundo, acaricio su espalda tersa sintiendo pequeños relieves en ella. Su tatuaje cicatrizado vuelve a mi mente por lo que mi boca no puede evitar preguntar:

-¿Cuándo te tatuaste? -El rubio sonríe algo más animado antes de mirarme.

-A los diecinueve, pasé días diseñándolo- recuerdo su pasión por el dibujo, de niño me ha bosquejado miles de cosas, desde casas hasta osos enormes.

-¿Aun dibujas? -Curioseo mirando su rostro, el asiente y noto que sus ojos brillan, realmente le gusta.

-En mi apartamento tengo una habitación solo para dibujar, estás invitada cuando quieras- le devuelvo la sonrisa mientras empiezo a observar la gente que mira a nuestro alrededor, fingiendo estar absorta en el paisaje... chusmas.

Sus brazos fuertes parcialmente tatuados con diversos dibujos me envuelven, acunando mi cuerpo con cariño, como hace mucho tiempo que nadie lo hace. A su vez, mi rostro posa en su pecho desnudo, frío pero agradable, obligando a mi oreja a percibir los fuertes y constantes latidos de su corazón. Una sonrisa estúpida se me pone en el rostro al sentir que galopa tan fuerte como el mío. La brisa del mar, entretanto, nos comparte su aroma salino, mezclándose con el olor a protector solar que emanan las personas circundantes.

-Ayer cuando me acariciabas, recordaba cuando me hacías trenzas en el cabello- comenta trayendo a mi cabeza memorias hermosas.

Cuando éramos pequeños y aun vivíamos en el maldito orfanato, estábamos obligados a cortarnos el pelo dos veces por año, ni más, ni menos. A Caleb solía crecerle el pelo tan rápido que, al llegarle a su cuello, se le formaban sutiles (pero preciosas) ondulaciones rubias. Para mi suerte y su desgracia, en los recreos u horas libres, él me permitía jugar con sus mechones haciéndole diversos (pero horribles) peinados. Por lo general, una vez que aprendí a hacerlas, entrelazaba las cerdas rubias para formar trenzas, lo cual me entretenía bastante gracias a su grado de dificultad. Recuerdo pensar que debía esforzarme para que le queden bonitas, que tenían que gustarle, de esa manera, se enamoraría tanto de mí que me pediría casamiento sin duda. A él siempre le gustaban, me decía que eran las mejores trenzas del orfanato, aunque claramente estaba mintiendo, alimentando (sin saberlo) mis ilusiones de ser su novia o esposa.

Eterno Retorno [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora