CAPÍTULO 13 EMPATÍA Y DECEPCIÓN

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   Los rayos del astro rey brillaban con más fuerza que nunca, bajo el avasallante calor de medio día Max cabalgaba con ímpetu intentando encerrar completamente solo una cantidad prominente de caballos salvajes en sus corrales, Ana Leticia lo observaba desde la puerta de la nada lujosa hacienda donde la había llevado a vivir su ahora esposo.

Lucía fuerte y poderosamente varonil, su cojera a raíz de la lesión que había sufrido ya le era prácticamente imperceptible y desbordaba un atractivo natural, pero seguía siendo un total enigma para ella, en silencio acarició su abultado vientre como un acto espontáneo, y suspiró casi al mismo tiempo, no había pasado tanto tiempo desde la boda pero ya su embarazo comenzaba a notarse, así que sin muchos ánimos había decidido no salir al pueblo para no despertar suspicacias. Así que pasaba prácticamente todo su tiempo aburrida en aquella rústica casona, que en nada se comparaba con la casa de su padre.

Lo humilde de la propiedad de alguna manera chocaba con sus costumbres pero estaba aprendiendo a sobrellevar su nuevo modo de vida. De vez en cuando enviaba o recibía cartas de sus hermanos, mas no de su padre que seguía disgustado. Ya que no eran muy comunes los lugares que poseían teléfonos en la zona, pues solo los lugares más exclusivos y acaudalados gozaban de este servicio, y eso no era precisamente lo que describía a su hogar, así que tenía que conformarse con las sencillas cartas que eran su única conexión con el mundo exterior.

Ana Leticia no comprendía porque Max se negaba a tomar más dinero del que necesitaban de la cuenta donde su hermano depositaba mensualmente las ganancias de sus múltiples negocios. Había tomado únicamente lo necesario para levantar la hacienda, amoblarla modestamente y contratar a dos jornaleros y una cocinera.
Sus razones eran simples aunque incomprensibles para su mujer, él deseaba ganar dinero por sus propios medios, siempre vivió de lo que devengaba como militar, y ahora no sería diferente, siendo un hombre sumamente serio y recto no veía posible vivir de algo que solo había sido trabajado por su hermano, aunque lo hubiera hecho con la herencia de sus padres. Andrés le había recalcado mil veces que él solamente había tomado interés real por los bienes de su padre a su muerte, y que si ciertamente había estado más atento a los negocios que Max era porque su relación con su padre era mucho más cercana. Max siempre fue más distante, pero no por eso debía sentir que toda la herencia no le perteneciera. Aun así Max le daba poca importancia a las palabras de su hermano, nadie lo sacaría de su posición.

Así que mientras Ana Leticia moría del aburrimiento y vivía molesta por extrañar los lujos que había dejado atrás, él era feliz trabajando a toda hora sin importarle ser el único que no estuviera almorzando como sucedía en ese instante.

   Ana Leticia no solo extrañaba los lujos de su hogar, las pláticas con sus hermanas, o las salidas con sus amigas, también echaba de menos al hombre que había roto su corazón, sabía que no lo merecía pero ella aun lo amaba, era fácil entonces encontrarla en algún rincón de la casa sumergida en sus propios pensamientos. Sin embargo cuando llegaba la noche todo se transformaba dentro de ella, aunque Max no lo había dicho para ella estaba implícito, así que pasados un par de días de convivir en aquel lejano lugar, fue ella misma quien le buscó en medio de la oscuridad nocturna.

    Max le provocaba un deseo inusual, no lo amaba, de eso estaba segura, sin embargo lo que la atraía hacia él era un deseo absolutamente carnal, empujada quizás por sus hormonas afectadas por el embarazo sucumbió ante sus más íntimos deseos, y se convirtió en la verdadera mujer de Máximo Rizzuti. Cada noche, e incluso a plena luz del día, ella terminaba allí dominada por sus propios deseos carnales, Máximo le atraía profundamente, era serio, callado y abismalmente obstinado, su sencillez y las atenciones que tomaba con ella aunque fueran las más simples le atraían de una forma que no sabía explicar.

Le gustaba mucho su altives, lo desafiante en su mirada, y la manera como la miraba, era al principio perturbadora, luego se descubrió ansiándola, la observaba con verdadero deseo, uno que antes de la boda jamás había demostrado, quizás la convivencia, la cercanía y el simple hecho de estar prácticamente solos en aquel lugar tan primitivo les había sembrado ciertos instintos de alguna manera salvajes.
Era predecible entonces encontrarse tomando el almuerzo y al cabo de unos minutos terminar tumbados jadeantes en el medio de la sala. Había una atracción innegable, pero solo eso, y Ana Leticia no sabía cómo lidiar con aquello que extrañaba de su antigua vida, y lo que ahora tanto le atraía del presente.

Ana desde el silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora