Las luces de la fábrica aún estaban encendidas pero una sola oficina se hallaba ocupada; en el asiento principal frente a un enorme escritorio de roble se hallaba un Cristopher totalmente exhausto, una montaña de papeles descansaba a su derecha mientras el joven estudiaba con detenimiento uno de los documentos.La oficina era grande, disponía de una pequeña sala a su derecha con una sustanciosa biblioteca de fondo, mientras que a la izquierda la enorme cabeza disecada de un ciervo lo observaba todo, abriendo paso a otra biblioteca con un diván de lado, la alfombra persa que lo cubría todo completaba el aire demasiado señorial para ser la oficina de un joven, pero el muchacho no había querido cambiar nada, recibió de manos del antiguo dueño aquel lugar amoblado y no hizo ningún esfuerzo en cambiar nada, no tenía animo alguno de hacerlo, a sus espaldas una ventana le daba una jugosa vista de la ciudad y a un lado una cartelera poblada de tipos de botones con diseños simples y otros más elaborados, bajo la misma descansaba un tocadiscos, único mueble que había agregado el muchacho al sobrio lugar.
Cris jamás se imaginó que al terminar sus clases iba a parar sentado en una aburrida oficina, sin embargo su propia tristeza le había permitido adaptarse rápido, se había convertido en corto tiempo en una persona seria, de mirada fría, podría decirse que incluso un típico hombre de negocios.La puerta de la oficina se abrió y Cris levantó la mirada para encontrarse con Fausto un entrecano señor de unos 60 años, siempre vestido con traje formal le proporcionaba al joven dueño toda la ayuda necesaria, había sido el antiguo administrador de los primeros dueños de la fábrica, y conocía el negocio más que cualquiera; suya había sido la idea de agregar a las líneas de producción el diseño de cierres pues debido a la guerra para la confección de uniformes se había convertido en toda una industria.
- Y bien?, se ha quedado una noche más aquí, ya todos se marcharon hace un par de horas y usted sigue sumergido en esos papeles.- Dijo el hombre mientras sacaba un puro de la solapa de su saco.
- La verdad es que no me di cuenta que había pasado tanto tiempo, tengo que estudiar muy bien estas cotizaciones antes de aceptar el próximo cargamento de materia prima.
- No lo dudo muchacho, pero si me permite debo decirle que en medio del agotamiento las cosas no suelen salir muy bien, la mente se cansa y comenzamos a desdibujar las líneas de lo racional, desde que llegó aquí no ha hecho más que trabajar, ¿por qué no sale usted a conocer la ciudad?, al menos en el piso 4 he visto una o dos jovencitas que estoy seguro no se negarían a mostrarle los alrededores.- El hombre tomó otra calada de su puro.
- Para serle franco no siento ánimos de salir a pasear, aunque ya conozco la ciudad, vine años atrás de vacaciones con mi abuelo. Aun así esta noche en media hora debo hacerlo.
- ¿Cómo, ha decidido invitar a alguien?.
- Para nada amigo mío, he sido yo el invitado, pero créame cuando le digo que la compañía no es nada grata... se trata del General Taylor, me ha insistido esta tarde en encontrarnos para cenar en el restaurant francés dos cuadras abajo.
- Vaya, por un minuto pensé que se había animado a sacar a alguna señorita.
- No, la verdad solo me imagino caminando estas calles con una señorita pero está muy lejos de aquí.
- Vaya, vaya muchacho ¿acaso percibo cierto corazón roto por aquí?.
- No seas curioso Fausto, respeta tus canas.- Respondió sonriente.
- Bueno antes de pecar de hablador me retiro, espero le vaya bien en su cena, aunque conociendo al personaje la cena de esta noche será poco más aburrida que las anteriores, es increíble yo con tu edad estaría bailando en algún salón deleitándome con la sonrisa de una guapa señorita.
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Ana desde el silencio
RomanceEl inclinado camino hacia la loma más alta de la hermosa propiedad de su padre le había producido no sólo un severo dolor en sus pies, debido a lo inapropiado de su calzado para tan inesperado paseo, si no también le había proporcionado un vestido t...