CAPÍTULO 8 LA CALMA DEL CENTAURO

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La brisa helada penetraba a través de la ventana, una desordenada habitación enmarcaba el caos, en el suelo yacían trozos de la pijama de Ana Paula, y la ropa de Andrés, en la cama totalmente sola estaba ella, aunque admitía haberlo disfrutado se sentía confundida, llena de dudas.

Aun cuando le había permitido tocarla porque su cuerpo le había traicionado ella no lo amaba, aunque debía reconocer que sí le apasionaba o no hubiera respondido como lo había hecho.

Deprimida, y convencida de que no estaba bien disfrutar algo que se estaba construyendo sobre el dolor de su hermana se levantó, tomó uno de sus vestidos de verano y salió de la habitación dejando la fotografía de sus padres sobre la cama.

Andrés por su parte luego de haber saciado su lujuria se había sentido como un monstruo, ahora en la mirada que encontraba paz solo hallaba confusión, se había bañado con agua fría y había bajado al bar del hotel, un viejo piano de cola se hallaba al final, sin más se dirigió al desierto salón y comenzó a tocar, era lo único que podía despejarlo, hacerlo sentir más humano y menos bárbaro.

Cuando ya llevaba largo rato tocando para sí mismo, el botones que los había ayudado con las maletas más temprano se acercó a él.

-Disculpe Sr. Rizzuti, siento interrumpirlo, pero su esposa bajó hace un rato hasta la playa, y pienso que tal vez debería cerciorarse de que esté bien, la marea por estas noches ha sido bastante alta.

-¿Está seguro de que se trataba de ella?.

-Bastante seguro señor, una jovencita así es difícil de olvidar para cualquiera.- Andrés lo miró con el ceño fruncido, y el hombre de avanzada edad nervioso apartó la mirada sabiendo que había cometido una indiscreción.

-Gracias por informarme.
Andrés comenzó a sentirse enfermo, si algo le sucedía a  Ana solo sería su culpa, y no podía imaginar que pensamientos estaría abrigando, cuando llegó a la salida casi corrió hacia la playa.

Ana Paula mientras tanto estaba caminando por la orilla mientras las olas de vez en cuando bañaban sus pies, había comenzado a sentir frío pero no quería regresar, no soportaría estar en la misma habitación que él, sabía que merecía su odio, pero jamás le perdonaría lo que le había hecho, la había orillado a todo aquello. Lo peor era que se sentía acorralada, aunque quisiera no podría volver a casa, tendría que dar demasiadas explicaciones y terminaría por defraudar a su padre, pero tampoco deseaba compartir la vida entera con Andrés.
Aquella noche se había sentido la persona más descarada y sobre todo desleal en toda la faz de la tierra, su hermana no merecía lo que ella había hecho y lo que más se reprochaba era el haber participado, en medio de toda la brutalidad del momento Andrés había despertado en ella una parte que no conocía, había disfrutado de su toque, de sus caricias.

Comenzó a caminar por unas redondeadas rocas, intentó sentarse en una de ellas pero resbaló y cayó, su grito ahogado alarmó a Andrés que se acercó corriendo a la orilla, cerca de las rocas Ana Paula estaba luchando contra la marea, sin pensarlo dos veces se lanzó a buscarla, con esfuerzo la sacó del mar, ella estaba consciente aunque tosía intentando expulsar el agua de sus pulmones. Sin decir nada Andrés subió con ella hasta la habitación, despertando las miradas curiosas del botones y el ascensorista quienes preguntaron si llamaban a primero auxilios, pero el chico solo pidió que hicieran llegar a una mucama a la habitación.
Ana estaba titiritando del frío, cuando llegó la mucama Andrés salió no sin antes pedirle que ayudara a su esposa a cambiarse de ropa. Cuando la mujer salió y Andrés pagó por sus servicios entró de nuevo a la habitación. Ana Paula estaba abrigada con varias mantas y se había girado para no verlo, sin embargo él tomó una silla de la sala de estar y se sentó frente a ella, aún se sentía empapado, nervioso y culpable.

Ana desde el silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora