CAPÍTULO 2 EL CORAZÓN DE UN CABALLERO

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CAPÍTULO 2
EL CORAZÓN DE UN CABALLERO

El caballo estaba dispuesto para Andrés frente a la casona de sus difuntos padres, le había pedido a Mariano su empleado de confianza que lo ensillara para él, la nota de la joven Ana había llegado temprano y la hora pautada estaba cerca. Estaba intrigado al respecto, había escuchado sobre los problemas económicos que Rodrigo de las Casas estaba viviendo, pero pensó que se trataba de rumores, sin embargo al parecer según su primo, la situación era real, pensó entonces que quizás la reunión trataba de eso, aunque por otro lado no imaginaba a aquel hombre tan fuerte como lo era De las Casas, solicitando ayuda a través de sus hijas, sin embargo no se le ocurría otra razón por la que la joven se hubiera animado a escribirle.
Montó su caballo sin hacer caso a su vieja nana Marta que le prevenía a cerca de la evidente tormenta que se avecinaba, y se encaminó a la loma divisoria entre ambas propiedades.

No estaba seguro de cuál de las jóvenes vecinas se trataba pues ambas se llamaban Ana y en la nota solo decía "Ana de las Casas", sin embargo imaginaba que sería la mayor, puesto que si tocarían el tema que él imaginaba, dudaba que enviaran a la hermana menor para tratar con un caballero a solas.

Además, por lo que recordaba era con la mayor con quien mejor solía llevarse, esta era una de las pocas personas con las que se había sentido más cómodo en su anterior visita al pueblo, puesto que le recordaba el desdén y la naturalidad de las chicas universitarias que había conocido, actuaba sin remilgos, y aunque a veces intentaba acallar sus impulsos siempre se le salía una que otra actitud que las "damas de sociedad" le hubieran reprochado de haberla escuchado.
Sus recuerdos con respecto a ella no eran vagos, podía recordar que aunque era bastante joven tenía mucha madurez en sus pensamientos, no hablaba de banalidades o cosas sin sentido como la mayoría de las chicas e incluso su hermana menor, sus conversaciones incluso tocaban temas fuertes, muchos de ellos políticos en los que llegaron a diferir varias veces, le gustaba la literatura osada y no la típica romántica que solían leer las chicas que conocía.

Ana Paula De las Casas era una joven a su parecer hermosa e inocente, pero también intrépida y dispuesta a defender sus opiniones, así que desde su punto de vista era probable que su padre se hubiera inclinado en solicitarle su apoyo en lugar de su hermano, que por lo poco que lo conocía era bastante apático e imprudente.

Sumergido en sus pensamientos llegó al lugar pautado, como imaginó era Ana Paula quien lo esperaba, aunque no fuera por las razones que él imaginaba.
Estaba tendida en el suelo, la había visto caerse al tratar de levantarse, cubierta de lodo y evidentemente apenada le explicó lo sucedido, sin embargo no pudo indagar más pues al alzarla se desvaneció en sus brazos. Aun así, esos segundos bastaron para que pudiera ver el intenso brillo en sus ojos color miel, la larga cabellera castaña de la muchacha que la bañaba endulzando sus ya de por si hermosas facciones, la había reconocido en seguida, aunque esta vez no lucía como la torpe jovencita que lo había atropellado con su elegante vestido, ahora estaba frente a él una verdadera mujer, su cuerpo bien torneado podía asomarse donde su vestido se había pegado a su cuerpo dibujando una deliciosa silueta, sus labios carnosos de un color rojo natural quizás por la fiebre, trasmitían fuerza y delicadeza al mismo tiempo, el joven Andrés se encontró entonces hechizado por la mayor de las jovencitas De las Casas.

Subió al caballo colocando primero a la chica, que continuaba inconsciente, y comenzó a guiar el paso del animal hacia la hacienda de sus vecinos, mientras la lluvia se dispersaba a sus espaldas. De camino a la casa continuó detallando las facciones de la joven llegando hasta sus manos, donde ella traía colgado un pequeño bolso de monedas, muy cerca una magullada hoja de papel lo miraba fijamente, se había quedado pegada a su vestido, húmeda y con letra borrosa, pero aun podía leerse "Para Andrés Rizzuti", tomó la carta hundiéndola en la solapa de su chaqueta, intrigado una vez más en el mismo día.
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Cuando Ana Leticia divisó la figura inconfundible de Andrés cruzar el jardín de sus padres casi se le sale el corazón de su pecho, pero su emoción se convirtió de nuevo en preocupación al ver que traía en lomo de su caballo a su hermana mayor.

Ana desde el silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora