El inclinado camino hacia la loma más alta de la hermosa propiedad de su padre le había producido no solo un severo dolor en sus pies, debido a lo inapropiado de su calzado para tan inesperado paseo, si no también le había proporcionado un vestido totalmente manchado de lodo en el dobladillo, sin hablar del aspecto descuidado de su cabello. Ana Paula lo sabía, conocía totalmente cuan ridícula lucía, sus hermosos zapatos aterciopelados, esmeradamente cuidados desde que fueran un regalo de su tía Margarita, testigos de numerosas veladas y fiestas cargadas de lujo, ahora víctimas del abultado césped y la inconsistencia del terreno la observaban con penoso aspecto; si bien le dolía el semblante de su antes angelical vestido celeste, eran sus zapatos los que más le afligían.
Con cada forzado paso que daba maldecía mentalmente la hora en la que había aceptado cumplir con el encargo de su hermana. Ella sabía que estaba mal, estaba segura de que era una locura, sin embargo allí estaba, siempre era igual, parecía que a sus 22 años su hermana Ana Leticia de tan solo 20 lograba manipularla de cualquier modo como si aún fueran unas niñas. Hacía aquella cara suya de desconsuelo, y allí iba de nuevo su corazón dispuesto a sucumbir ante los deseos de su hermana, por más desequilibrados que fuesen.
Al llegar a la cumbre de la empinada loma se tendió exhausta sobre el pasto sin importarle más su aspecto, estaba muerta, había caminado demasiado, cierta llovizna pasajera le había roseado a mitad del camino, y el clima amenazaba con irrumpir en cualquier momento con una lluvia torrencial. Cerró los ojos y recorrió por un momento como había terminado allí.
A su parecer todo era culpa de Andrés Rizzuti, si aquella noche años atrás en la fiesta de los Marcano él no se hubiera tropezado con el estúpido vestido de cola que ella torpemente había decidido ponerse, jamás habría conocido a su hermana menor, y por ende jamás hubiera surgido este absurdo capricho de Ana Leticia hacia su pretencioso vecino.
Ana Paula estaba abochornada aquella noche debido al penoso incidente con el presuntuoso vestido azul que se había empeñado en llevar, aun cuando Ana Leticia le había repetido en numerosas oportunidades que era demasiado llamativo para la sencilla velada a la que asistirían; pero ella estaba convencida de usarlo, desde que lo había comprado en la capital no había podido ponérselo, puesto que en su sencilla localidad no habían mucha excusas para usarlo, y aun siendo la hija del hombre más acaudalado de la zona no era propio llevarlo sin una ocasión especial de por medio. A su parecer era realmente hermoso, y lo era, desgraciadamente era tan bonito como inapropiado.
Y allí estaba, siendo víctima de fuertes pisadas en la pequeña cola de su vestido, en vano había tratado de evitar los pisotones de los invitados, pero el peor había sido Andrés, al pisar la cola se enredó en sus propios pies y cayó de largo a largo en plena pista de baile cuando ella intentaba alejarse lo más que podía del centro, justamente por la penosa situación del aplique de su vestido.
Todo el mundo se había girado a mirar, el joven se había levantado rápidamente pero algunas risitas ahogadas se escaparon en el salón, Ana Paula estaba totalmente colorada, y aunque luego se reprochó no haber ayudado al joven, en ese momento pudo más su vergüenza, así que sin si quiera pedir disculpas se marchó al jardín. Su hermana menor, un poco más consciente de la situación asistió al muchacho, ayudándolo a ponerse en pié.
Justo allí resultó el flechazo, de ese momento en adelante se volvió su sombra, su hermana encontraba excusas para encontrárselo en alguna tienda, o en la plaza, aun cuando las haciendas de ambos quedaban bastante retiradas del pueblo, sirviendo Ana Paula de celestina sin quererlo. Por aquel entonces ella tenía 19 años recién cumplidos y su padre confiaba totalmente en su buen juicio, así que Ana Leticia de 17 solo iba a un lugar en compañía de su hermana.
Aunque Ana Paula no estaba de acuerdo con la actitud de la muchacha, no podía negarle prácticamente nada, la adoraba, no solo era su hermanita si no también su mejor amiga, ¿Cómo podría entonces negarse a ayudarla?, si hubiera sabido el destino que luego correría se habría opuesto rotundamente a ayudarle. Para ella Andrés, aunque muy guapo era bastante pretencioso y demasiado mayor para su hermana, tenía 22 años entonces, y ciertamente tenían amigas que se habían casado con caballeros que tenían la edad de su padre, para ella él era demasiado maduro para su hermana a la que seguía viendo como a una niña. Andrés había pasado casi toda su vida en el exterior, había estudiado la mayoría del tiempo en la capital y luego había estudiado contaduría en Italia, había regresado al país justo antes del inicio de la guerra en Europa, pero se comentaba que su visita no sería muy larga, todo apuntaba a que regresaría a la capital y probablemente se establecería allí, todos hablaban de su forma de ser tan tranquila y abierta, ciertamente la conducta descarada del europeo estaba en todo su ser, aun así le parecía un joven honesto y de principios.
Esto le daba cierta tranquilidad no creía que siendo tan serio se dedicara a ilusionar en vano a su hermanita, pero le preocupaba demasiado que el joven no hubiera hecho ya ninguna propuesta, o como mínimo se hubiera presentado en su casa desde su llegada, tampoco había demostrado tener la intención de pretender algún tipo de relación con su hermana, salían, se divertían, y conversaban, pero desde el punto de vista de Ana Paula las intenciones del joven no parecían ser las de un enamorado, aun cuando ella no tenía ninguna referencia al respecto, pero comparaba su trato hacia ella con el que el muchacho le daba a su hermana y no veía diferencia alguna aunque Ana Leticia insistiera en que él la miraba más a ella, o hacía comentarios que los involucraban.
Pasados unos meses se veían más a menudo, su padre había aprobado las visitas entre ellos ya que la familia del muchacho era reconocida en la zona, y su padre fue muy amigo del suyo en su juventud, a veces simplemente se encontraban en la loma que dividía ambas haciendas y pasaban horas riendo por todo y por nada, siempre los tres, su hermana estaba totalmente enamorada de Andrés, mientras que este simplemente disfrutaba de las conversaciones con ambas hermanas.
Para el relajado joven no pasaban de ser dos amables jovencitas. En la universidad se había topado con muchas chicas, pero tan gentiles como ellas nunca, si bien no se había sentido atraído por ninguna de ellas tampoco lo había hecho con alguna otra en aquel pequeño pueblo que lo vio nacer, estaba acostumbrado al bullicio de la ciudad y no tardó en aburrirse del campo, al cabo de un tiempo comunicó a su familia, a sus viejos amigos y a su par de nuevas amigas que partiría de regreso a la capital, sin imaginar que aquella decisión le partiría el corazón a la pequeña Ana Leticia.
La hermana menor lloró, sufrió y acunó su corazón hecho pedazos por días, al momento de la partida del joven, no se sintió lo suficientemente fuerte para despedirlo y Ana Paula la consoló en la soledad de su habitación. El tiempo pasó, pero Ana Leticia no se olvidó de aquel que había sido su primer amor, correspondido o no, para ella Andrés era el hombre de su vida, y tarde o temprano estaría de vuelta, el destino fiel a los deseos de la jovencita se encargaría de traerlo a su puerta, pero esta vez ella no sería la misma niña con la que podía reír por horas, para cuando volviera Ana Leticia estaba resuelta a convertirse en la mujer que él elegiría para pasar el resto de su vida.
Ana Paula aunque no estaba muy convencida al respecto no le quitó sus esperanzas, y la animó para que se convirtiera en esa dama que deseaba ser, su idea era dejarla vivir aquel momento, puesto que estaba segura de que en el camino de seguro se toparía con algún chico y toda esa ilusión infantil con el vecino se desvanecería.
Que equivocada estaba Ana Paula, pasó el tiempo y como era de esperarse ambas se toparon con pretendientes y numerosas amistades, pero ni la una ni la otra encontró en ninguno de ellos el amor, así que después de tres años y veintiún días Andrés Octavio Rizzuti Arismendi volvió a casa para removerlo todo.
No habían pasado dos minutos desde su llegada cuando ya su hermana se había hecho mil planes en su cabeza sobre como acercarse al joven durante la fiesta de bienvenida que había planeado su primo Alexander unas semanas antes. Ellas habían sido invitadas como la mayoría de las familias pudientes de la localidad y desde entonces Ana Leticia no paraba de hablar de lo mismo.
Atenta ante cualquier noticia a cerca de su ficticio enamorado Ana Leticia descubrió por habladurías de sus amigas, que Andrés había vuelto para hacerse cargo de la herencia de su padre; un año antes su padre había fallecido de un infarto, su fortuna estuvo a cargo de los abogados de su padre ya que él y su hermano estaban en Europa hasta que ahora el joven había resuelto regresar y tomar el mando de sus negocios, al parecer había cambiado mucho, ya no era el chico despreocupado de antes, ahora en un hombre de negocios cargado de fuerza y aplomo, convirtiéndose en una figura importante para la sociedad de aquel pequeño pueblo.
La noche de la fiesta llegó bastante rápido y Ana Leticia estaba hecha un manojo de nervios, Ana Paula había sido víctima de una abeja en el jardín y la mitad de su labio inferior estaba tan hinchada que parecía un globo, por lo tanto no iría, y serían Rodrigo Alonso y Claudia, su esposa, sus acompañantes, mientras que Ana Paula cuidaba de las hijas de su hermano.
La fiesta como la mayoría de las reuniones que daba el excéntrico primo de Andrés estaba llena de lujo, cuando Ana Leticia por fin encontró entre la gente el rostro que estaba buscando desesperadamente, sus piernas se hicieron de hule y tuvo que hacer esfuerzos sobre humanos para mantenerse en pie.
Esperó largo rato para acercarse educadamente al guapo caballero que siendo el objeto de la fiesta se hallaba rodeado de personas, y cuando tuvo una pequeña oportunidad allí estaba su sonrisa, él la había reconocido con algo de esfuerzo, hasta que amablemente la saludo, y al cabo de un rato se hallaban charlando amablemente en una esquina del salón.
Aunque para Andrés no pasó de ser una charla amena con una vieja conocida para Ana Leticia fue casi una declaración de amor por parte de su interlocutor, en su mente quizás nublada por los deseos de su corazón distorsionaba cada gesto o palabra del ahora bastante serio caballero, las habladurías eran ciertas, no había mucho rastro del chico despreocupado de años atrás, ahora al mando de la mayoría de los asuntos de su padre en la ciudad se había convertido en un verdadero hombre de negocios, centrado y totalmente seguro de sí mismo.
Ana Leticia no era la única en notarlo, por ende debía competir por la atención del codiciado caballero entre la presencia de las damas que como ella no eran ajenas a sus encantos. Sin embargo en su corazón sentía que él de alguna manera le correspondía a sus sentimientos, así que regresó a casa para contarle a su hermana de cómo era evidente cuan interesado estaba su guapo vecino en ella.
Sin embargo, los días pasaron, y después de casi dos semanas no había rastros de un mensaje, una nota, una llamada o alguna visita inesperada que diera a conocer el interés del vecino hacia Ana Leticia. Así que harta de esperar, la audaz jovencita decidió enviarle una nota con la servidumbre, pidiéndole se encontraran en la colina divisoria de ambas propiedades con el fin de conversar con él sobre asuntos de gran importancia. Él algo preocupado temiendo que sus vecinos tuvieran algún problema aceptó de inmediato enviando una nota en respuesta aceptando la invitación.
Todo esto lo había hecho Ana Leticia en silencio, a escondidas de su hermana sabiendo cuan molesta estaría si se enterase, no obstante no pudo ocultarlo por mucho tiempo, pues esa misma tarde a su padre se le ocurrió la brillante idea de invitar a casa a los padrinos de la joven, que se hallaban en el pueblo, y su padre al toparse con la pareja de ancianos les invitó a pasar la tarde en su hacienda. Siendo Ana Leticia su única ahijada no podía retirarse así como así de la casa, así que no le quedó más remedio a nuestra intrépida señorita que contarle a su hermana sobre sus planes.
Nunca Ana Paula se había enfrentado a una decisión tan terrible, era vergonzoso y para nada educado lo que su hermana había hecho, una cosa era toparse con él por casualidad y otra muy diferente citarlo en privado. De las dos siempre era Ana Paula la más desenfadada, no era precisamente la más adepta rigurosa del buen comportamiento, de hecho de las dos era a ella a quien menos le importaba el “qué dirán”, pero esto rebasaba su actitud sosegada ante casi todo.
Mientras una leve tonada sonaba en el tocadiscos de la sala Ana Paula se debatía entre ir o no a cumplir los caprichos de su hermana. Le había encomendado entregarle una carta de disculpa, solo debía entregarla y volver, pero ya en si hacerlo era para la hermana mayor una desgracia, era rebajarse, además dudaba un poco a cerca de las intenciones del caballero si a estas alturas no se había presentado si quiera a preguntar por la chica que supuestamente amaba no le parecía en lo absoluto, que fuera ella la que tuviera que dirigirse a él para llamar su atención.
Después de un largo debate interno y de las caras de súplica de su hermana terminó aceptando, y ahora estaba allí tirada en el medio de la nada, cubierta de lodo y con cierto mareo a causa de la larga caminata y la irregularidad del suelo mojado.
Sentada y sintiéndose cada vez más débil solo a lo lejos podía distinguir la costosa propiedad de su vecino, con esfuerzo y nada emocionada de hacerlo se levantó y miró al cielo, los relámpagos se habían hecho más seguidos, y unas gotas estaban comenzando a caer. Al cabo de unos minutos Ana Paula estaba harta de esperar, con un dolor de cabeza martillando en la cien y cierta felicidad interna de que el dichoso enamorado de su hermana no se hubiera aparecido.
Sin más decidió marcharse; no había dado dos pasos cuando su pequeño tacón dio su último suspiro, se quebró en la base originando de inmediato que su pié se fuera a un lado, la punzada de dolor que sintió la chica le recorrió el cuerpo, su tobillo se puso de inmediato colorado y un instante después descubrió que no podía afincar el pié, ¿Cómo regresaría a casa?, pronto la lluvia se volvería más fuerte y no vería nada, intentó en vano dar unos pasos y sin darse cuenta terminó de cara al suelo.
Estaba a punto de echarse a llorar cuando escuchó el cabalgar de un caballo, pronto intentó ponerse en pié pero el dolor se hizo más fuerte. El hombre bajó del caballo de inmediato, seguía siendo tan guapo como lo recordaba, quizás un poco más ahora, alto, blanco y con cabello tan negro como el azabache, sin embargo sus ojos eran lo más interesante desde su perspectiva, pues el azul intenso que proyectaban rebelaban un ímpetu que no sabía definir, al punto de hacerla dudar si realmente se trataba del mismo caballero de años atrás, tardó un poco en reconocerlo, aunque sabía que debía ser él, se le hizo tan distinto, se veía con un semblante más serio y mucho más atractivo.
- Señorita Ana?.- Dijo a poca distancia de ella, ella tardó un poco en responder, ante la gruesa voz del muchacho que ahora le miraba con preocupación.
- Sí, soy yo, me he roto el tobillo, o eso creo, la verdad no lo sé pero me duele muchísimo, y me siento algo mareada.- Respondió haciendo un esfuerzo por no parecer tan evidentemente frágil y tonta, después de todo la lluvia había comenzado a caer a mares y estaba empapada, las heladas gotas chocaban con su piel caliente por la fiebre, su boca temblaba, y su larga cabellera entre lisa y ondulada estaba pegada a su cuerpo mientras chorreaba agua en todas direcciones.
- Permítame, le ayudaré a levantarse.- Dijo el muchacho ofreciéndole su hombro.
Ana Paula no estaba nada feliz al respecto pero que otra opción tenía, se apoyó en el joven y este de inmediato la alzó, fue entonces cuando la chica sin previo aviso se desmayó dejando caer de su mano la nota de su hermana que había resguardado en su pequeña bolsa de cuero y que había sacado al ver al hombre acercarse, la nota quedó sobre su vestido como esperando ser descubierta.
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Ana desde el silencio
RomansaEl inclinado camino hacia la loma más alta de la hermosa propiedad de su padre le había producido no sólo un severo dolor en sus pies, debido a lo inapropiado de su calzado para tan inesperado paseo, si no también le había proporcionado un vestido t...