Un cielo gris, lodo, una trinchera alambrada que había cumplido su función, una siniestra caravana de camiones atestados de cuerpos, organismos sin vida contenedores vacíos de almas, soldados como zombis recogiendo los pedazos de aquellos que fueron sus amigos, o de aquellos que jamás conocieron… y en la lejanía sobre un claro yacía el cuerpo inerte de un soldado, tumbado sin vida sostenía en su mano derecha la magullada fotografía de su esposa, una rubia joven que con cierto aire presuntuoso llevaba su cabello impecablemente peinado a la francesa, corto y en hondas, sus ojos eran azul cielo aunque en la fotografía no se detallase, y justo sobre sus labios, los mismos que jamás le habían dicho “te amo”, reposaba un pequeño lunar, el mismo que tantas veces le había invitado a hacerla suya.…………………………………………………………………………………………
Más allá, al otro lado del mundo Augusto intentaba mantener la calma, era casi la media noche y su cuñado no se dignaba a darle la cara, había llegado a la ciudad una semana atrás y en todo ese tiempo solo había podido verlo una vez, luego de una fuerte discusión y unos cuantos puñetazos el hombre no había vuelto a casa.
Augusto jamás pensó que su estadía se prolongaría tanto, pero los problemas de su hermana eran más difíciles de lo que pensaba, solo la foto de Ana Lucía, le daba cierta calma… eso y escribir, después de la terrible pelea con su cuñado sentía la necesidad de hablar con su prometida, debido a serios problemas con el cableado telefónico que llegaba a Buena Esperanza no podía llamarla así que decidió escribirle, sin enviarle nada, solo escribirle para no sentirse tan solo y para llenarse de paciencia, aunque estuviera a punto de perderla.
Ahora Augusto se hallaba en el centro de apuestas más putrefacto de toda la ciudad, toda clase de malhechores frecuentaban el asqueroso bar propiedad de su cuñado, no deseaba para nada estar allí, pero debía hacerlo si quería hablar con el idiota que le hacía la vida infeliz a su hermana.
El lugar atestado de mujerzuelas, licor barato y tipos de mal aspecto poseía una pequeña barra donde una regordeta mujer demasiado maquillada despachaba las bebidas, a un lado una especie de tarima improvisada ofrecía una terrible imitación de un popular baile europeo, y del otro lado una portezuela cerrada daba al “despacho” del dueño, hasta allí deseaba llegar Gus, pero un enorme gorila de seguridad se lo impedía, así que valiéndose de sus persuasivos encantos hizo que la mujer de la barra entretuviera al grandulón para entrar al lugar.
Dentro de la minúscula habitación habían dos guardias más al fondo en el medio una mesa cubierta de cartas, cuatro sujetos incluyendo su cuñado se extrañaron al verlo, de inmediato los guardias se acercaron para sacarlo, pero su cuñado que sostenía un tabaco en los labios habló entre dientes sin apartar la mirada de sus cartas.
-Déjenlo.- murmuró.
-Necesitamos hablar.- Respondió Gus intentando respirar a pesar del humo.
-No veo de que…- Contestó el hombre sin mirarlo a la cara.
-Bien que lo sabes, pero si quieres que hable delante de tus amigos, genial, igual la conversación no será muy larga.- Agregó Gus, el hombre hizo una pausa, y luego lo miró a los ojos.
-Bien, todos salgan ahora mismo.- Sus compañeros de juego le observaron sorprendidos.- Ahora!.- exigió.- Los hombres salieron de inmediato, se giró hasta sus guarda espaldas y dijo.- Ustedes también.
El hombre era alto, rubio de profundos ojos verdes, un abundante mostacho le hacía ver aún más tosco de lo que ya de por sí era, sus facciones eran ordinarias como una especie de montañés canadiense, aunque en realidad fuera irlandés, testarudo y con un carácter de los mil infiernos, desde el mismo instante que había demostrado interés por la hermana de Augusto, ninguno de la familia había estado de acuerdo, pero la joven era caprichosa, y su padre demasiado propenso a cumplir los caprichos de su hija.
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Ana desde el silencio
RomansaEl inclinado camino hacia la loma más alta de la hermosa propiedad de su padre le había producido no sólo un severo dolor en sus pies, debido a lo inapropiado de su calzado para tan inesperado paseo, si no también le había proporcionado un vestido t...