CAPÍTULO 6. LA FLOR MÁS PEQUEÑA

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Las calles de la ciudad eran empedradas, con un toque colonial único, la plaza era un lugar bastante concurrido, por ende el bullicio de la gente, el trinar de los pájaros y el ruido de los coches hacían imposible concentrarse.


Pero el obstinado profesor Marcus Bonnard buscaba siempre los más excéntricos lugares para dar su clase de pintura al aire libre, se tomaba muy en serio esto de lograr que sus estudiantes tuvieran la capacidad de concentrarse en sus acuarelas aunque una banda sonora entera estuviera de paso, así que siempre elegía lugares como este, cargados de ruido y transeúntes.


Ana Lucía era distraída por naturaleza así que en esta lección en particular la volvía loca, allí estaba armada con su caballete y sus pinceles, y un lienzo prácticamente en blanco que le gritaba iniciara su obra de una vez, pero aunque sus compañeros ya habían iniciado ella simplemente no podía concentrarse.


En vano había intentado hacer algo bueno, sus trazos eran terribles, no le gustaba pintar en público y eso era algo que su profesor no podía comprender. Si a eso le sumaba que desde la otra calle su malvado vecino y amigo Cristopher Marsden no paraba de hacerle mofas a su profesor para que la chica perdiera totalmente su concentración, se podría decir que su obra era un desastre.


Para cuando la clase culminó se había llevado el regaño de su vida, así que se marchó aturdida y cabizbaja hacia el otro extremo de la acera donde su amigo la esperaba.


- Oye porqué esa cara?.- Dijo el muchacho.


- Quizás porque saboteaste mi clase y mi profesor me acaba de colocar una terrible calificación.- Ana Lucía miraba al suelo.


- Caray, solo bromeaba, no pensé que sería tan serio, lo siento Lucy.- La cara de Ana Lucía se puso colorada de la rabia.


- Para ti nada es en serio Cris, y ya no me llames Lucy, sabes que odio que me digas ese apodo tan corriente.- El chico sonrió, había logrado sacarla de su depresión aunque fuera para molestarse con él.


- No seas tan dramática, en tu próxima clase lo harás mejor, prometo comportarme.


- Espero que la próxima clase sea en un lugar más callado, odio pintar en público y no sé porque mi profesor insiste que es necesario concentrarse en cualquier lado, como si nuestro destino fuera pintar en las calles como los pintores de París.


- Supongo que la idea es prepararlos para cualquier situación.


- Quizás, no lo sé, estoy frustrada.


- Cálmate en la próxima te irá mejor.


- Hablando de otra cosa, ¿dónde has dejado a mi hermana?, creí que habías dicho que le mostrarías la ciudad.


- Y eso hice, la llevé a varios lugares, y le presenté a varios de mis compañeros de la universidad, es solo que al parecer la compañía de uno de ellos resultó ser más placentera que la mía y me ha abandonado para conocer junto a él el resto del casco histórico.


- ¿Y por qué la dejaste sola?, a la tía Margarita no le gustará ni un poco lo que has hecho.


- La tía Margarita cabe en mi bolsillo querida Lucy, ya le inventaré alguna cosa, además deberían entender que ya no están en el polvoriento pueblo del que vienen, son citadinas ahora, y aquí no hay tantos remilgos para ir de un lugar a otro.


Ana Lucía hizo un gesto de desaprobación pero no opinó nada, llegaron a la casa de su tía, una imponente casa colonial cuyos jardines esmeradamente cuidados por el Sr. Brandon daban una vista privilegiada a la imponente morada; como era de esperarse el muchacho envolvió a la tía de Ana Lucía en mil palabras obviando el tema de que Ana Leticia había ido a caminar con otro muchacho. Acto seguido se encaminó a su casa, la mansión junto a la casa de la tía Margarita, era propiedad del abuelo del joven, un General retirado de ascendencia Inglesa llamado Laurence Williams. Este era un hombre canoso y agradable, aunque bastante recto, amaba en demasía a su nieto, al que le daba todo lo que deseaba.

Ana desde el silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora