CAPÍTULO 17. AMOR Y GUERRA.

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Luego de que las tropas angloamericanas desembarcaran en Normandía era poco lo que se sabía de la guerra en el pequeño pueblo de Buena Esperanza, pero no faltaba quien opinara al respecto de la actual situación en el frente. Unos hablaban del final de la guerra, para otros era solo el comienzo, sin embargo, más allá, el mundo entero esperaba que pronto la pesadilla terminase, el invierno de 1944-1945 no era especialmente más frío que otros, pero por alguna oscura razón así se sentía, la muerte se pavoneaba con placer absoluto por las destruidas calles, en ese instante nadie podía imaginar que la vida podía algún día llegar a habitar aquellos sitios donde ahora se libraban crudas batallas.

Las tropas nazi habían vencido a los aliados en el frente occidental por lo que el ejército rojo en apoyo a los aliados comenzó la ofensiva de invierno antes de tiempo; tras recuperar sus posiciones a finales de Enero los Aliados cruzaron el Rin y las estrategias antes previstas fueron cambiando forma. La frialdad del enemigo, la acritud de quienes empuñaban las armas, fuera del bando que fuera podían helar la sangre de quien se sintiera solo un poco más humano.

Y justamente así se sentía Bruno, soldado americano, francotirador nato de gran calibre, siempre aplaudido por sus superiores, ahora rogaba a Dios en silencio, si es que podía escucharlo aún. La gruesa suela de la bota del soldado nazi retenía con rudeza su cabeza pegada al fango, intentaba respirar algo que no fuera lodo, y en sus dientes podía sentir el sabor de la tierra mojada, su magullado uniforme se había vestido de escarlata, con sangre de sus enemigos y la suya propia, y a un par de metros divisaba su rifle inerte, estaba atrapado.

El cañón del arma de su enemigo rozó su nuca, y supo entonces que su único camino era cerrar los ojos y esperar que Dios le hubiera perdonado, respiró profundo, el sonido del gatillo chasqueó en su oído derecho, las risas de sus captores le hicieron abrir los ojos, los hombres se burlaban abiertamente, estaba vivo, solo se divertían a su costa, Bruno escuchó a quien lo oprimía contra el piso decir algo en ese maldito idioma que ahora odiaba, luego uno de ellos lo levantó del suelo, le vendó los ojos y comenzó a empujarlo a oscuras.

Bruno tenía información que pocos poseían, también tenía una misión pero había fallado, ahora era rehén y podía sentir la muerte pegada al cuello como una segunda piel, solo algunas personas conocían aquellos parajes donde se hallaba, su fiel amigo Wade que yacía tendido sin vida a unos metros de él, y su también compañero y antiguo superior Máximo, retirado… sí, estaba perdido.

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El ruido de bombas, estallidos y engranajes de tanques, el crujir de las botas en la nieve, el olor de la sangre en cada esquina, lo gris de las nubes, todo aquel ambiente oscuro representaban algo tan lejano para los habitantes de Buena Esperanza, era una especie de cuento de terror del que solo sabían por lo poco  que los periódicos contaban con meses de retraso, pero eso no quería decir que cada habitante como desde el inicio de la historia misma, no estuviera viviendo individualmente una guerra interna, una pequeña batalla dentro de sí.

Y justamente eso definía el interior de Ana Paula, acostumbrada a actuar a su antojo, a pocas veces ser contrariada, una chica que defendía con uñas y dientes su posición aunque fuera la más errada, estaba ahora en un constante vaivén de emociones, amaba a Andrés, de eso estaba segura aunque no lo dijera en voz alta, pero detestaba a muerte que él la sobreprotegiera, que pensara si quiera que era una débil damisela en apuros la abochornaba y sobre todo la ponía furiosa.

- ¿Quieres orillarte para que pueda bajar del maldito coche?.- Gritó Ana Paula desde el asiento del copiloto, estaba sonrojada de la ira, y miraba a Andrés como si quisiera matarlo.

- ¿Te has vuelto loca?, no te dejaré en medio de la carretera Ana.- Vocifero Andrés mientras conducía igualmente molesto.

- Pues si no te detienes ahora mismo haré que frenes por las malas Andrés.- Ana lo miró desafiante, él dio un golpe de mano abierta al volante y frenó.

Ana desde el silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora