Capítulo 9

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Eiden pasó la mañana limpiando cada pequeña superficie de la cocina. Ya que era lo único que Fritanga le permitía hacer. Limpiar.

A media tarde, Eiden estaba a punto de desplomarse del agotamiento.
Cansado y adolorido, se dirigió a donde Fritanga por algo de comida y agua.
Mordió una manzana y se sentó en el suelo entre Thomas y Chuck. Newt también estaba allí, pero se sentó solo, ignorando a todos los demás. Tenía los ojos rojos y líneas profundas en la frente. Eiden observó el estado de alteración de su amigo.

Chuck se dio cuenta e hizo la pregunta que él tenía en la cabeza.

—¿Qué le pasa? —Susurró.

—No sé. —Respondió Thomas.

—¿Por qué no le preguntas?

—Estoy escuchando cada una de sus malditas palabras. —Dijo Newt en voz alta. —No me extraña que nadie quiera dormir con vosotros.

Sintió como si lo hubieran pillado robando, pero estaba realmente preocupado. Sospechaba porque Newt estaba en ese estado, pues el mismo llevaba todo el día dándole vueltas al pensamiento de que Minho estaba muerto y eso le dolía. Pues, pese a que nunca lo iba a admitir, ese maldito asiático había robado toda su atención.

—¿Qué es lo que anda mal? —Quiso saber Chuck—, No es por ofenderte, pero tienes un aspecto de plopus...

—Todas las criaturas del universo... —Respondió, y luego se quedó en silencio observando el espacio. Eiden estaba a punto de hablar, pero el muchacho continuó. —La chica de la Caja. Sigue gimiendo y diciendo todo tipo de cosas extrañas, pero no se quiere despertar. Los Docs. hacen todo lo posible por alimentarla, pero cada vez come menos. Les aviso desde ahora que hay algo muy malo en toda esta maldita historia.

Eiden le dio otro mordisco a la manzana. Ahora tenía un sabor amargo. Se dio cuenta de que estaba inquieto por la chica, tenía que decir la verdad. O más gente moriría de la misma forma que Ben.

—Shuck. Pero eso no es lo que me tiene más jodido. —Dijo Newt, tras un largo suspiro.

—¿Y qué es entonces? —Preguntó Chuck.

Eiden se inclinó expectante. Sabia lo que iba a decir. Newt entornó los ojos mientras miraba hacia una de las entradas del Laberinto.

—Alby y Minho. —Murmuró. —Debieron estar de vuelta hace horas.

Antes de darse cuenta, Newt ya lo había mandado a vigilar a la chica.
Pero creo que no fue una buena idea. Cada vez que miraba a Teresa la sangre le hervía más y más hasta el punto de sentir su cuerpo arder.

Para distraerse vigilaba constantemente la Puerta del Oeste, esperando ver alguna señal de Alby y de Minho: Newt le había contagiado su intranquilidad.
Había dicho que ellos deberían haber vuelto antes del mediodía, el tiempo necesario para llegar hasta el Lacerador muerto, explorar durante un par de horas y luego regresar.
Minho es el mejor en lo que hace. Todos lo saben, por ello, todo el mundo esta tan inquieto. No podemos perder a Alby y Minho.

Por más que trataba de tranquilizarse diciendo que era posible que sólo estuvieran examinando el lugar y divirtiéndose, no podía evitar pensar en las horribles historias que contaban sobre el Laberinto.

Esa noche, los Habitantes comieron como si se tratara de la última cena.
Los Corredores habían retornado a la hora de siempre. La preocupación de Eiden había ido en aumento al ver cómo Newt corría de Puerta en Puerta mientras los Corredores entraban en el Claro. Pero Alby y Minho nunca aparecieron. Newt obligó a los Habitantes a ir a comer lo que Fritanga había preparado y que tanto se merecían, pero él insistió en quedarse de guardia hasta que llegaran los dos que faltaban. Nadie lo dijo, pero todos sabían que de un momento a otro las Puertas se cerrarían.

Siguiendo las órdenes al igual que todos, Eiden se encontraba compartiendo una mesa con Chuck, Thomas y Winston, en la parte sur de la Finca. Solo había logrado comer un par de cucharadas.

—No puedo estar aquí comiendo mientras ellos están allá afuera. —Dijo Thomas, dejando caer el tenedor en el plato. —Voy a vigilar las Puertas con Newt. —Agregó, se levantó y salió corriendo.

Eiden intento detenerlos, pero Chuck y Thomas desaparecieron de su vista antes de que el siquiera se levantará. Y tal vez eso fuera lo mejor. No soportaría estar allí cuando ellos... ellos...

Después de cenar Eiden ayudo a Fritanga recogiendo todo y al terminar se dirigió a las puertas a buscar a sus amigos con la esperanza de que le dieran bunas noticias.

Al llegar un ruido atronador sonó en todas direcciones sobresaltándolo. Luego siguieron los crujidos y los chirridos de la piedra contra la piedra. Las Puertas se estaban cerrando. Llegaba la noche.

El muro de la derecha resbalaba por el piso con gran estruendo, arrojando
tierra y piedras a su paso. La hilera vertical de conos, se dirigía hacia los orificios correspondientes de la pared izquierda, listos para cerrarse herméticamente hasta la mañana siguiente. Era la primera vez que
observaba impresionado el gigantesco muro en movimiento, que desafiaba cualquier ley de la física.
De pronto, una leve agitación hacia la izquierda llamó su atención.
Algo se movió dentro del Laberinto, en el largo pasadizo frente a él.

Al principio, un brote de pánico lo atravesó. Retrocedió inquieto, pensando que sería un Lacerador. Pero luego se fueron delineando dos formas que se acercaban con dificultad por el callejón hacía la Puerta. Una vez que sus ojos pudieron enfocar después de la momentánea ceguera de miedo, se dio cuenta de que era Minho, con uno de los brazos de Alby colgando sobre los hombros, trayéndolo casi a rastras. El levantó la mirada y vio a Thomas, que lo observaba con ojos exorbitados.

—¡Ellos le picaron! —Gritó, con la voz ahogada por el agotamiento.

Cada paso que daba parecía ser el último.

Eiden estaba tan aturdido por el giro de los acontecimientos que tardó en reaccionar.

—¡Ya vienen! ¡Puedo verlos! —Gritó Thomas.

—¡Minho! —Exclamó finalmente.

Quería correr hacía el Laberinto y por raro que pareciera quería abrazarlo, pero la regla de no salir del Claro estaba grabada en su mente.

Eiden volvió a mirar hacia el Laberinto y el terror se apoderó de él. Alby se había zafado del brazo de Minho y había caído. El Corredor trató de levantar al chico sin resultado, entonces comenzó a arrastrarlo de los hombros, por el piso de piedra.

Todavía se encontraban a unos treinta metros. La pared de la derecha se deslizaba velozmente. Sólo quedaban segundos para que se clausurará por completo. No había posibilidad de que llegaran a tiempo. Ninguna.

Echó un vistazo a Thomas. El cual está muy nervioso.
Miró otra vez hacia el Laberinto y hacía el muro que se cerraba. Sólo unos pocos metros más y todo habría concluido.
De repente, Minho tropezó y se desplomó. No iban a lograrlo. El tiempo se había acabado. Era el fin.

Sin tiempo para pensar en un buen plan, Eiden cogió una cuerda de cobertizo y se la lanzó a Thomas, quien rápidamente supo lo que hacer.
Utilizarían la cuerda para arrastrar a Alby hasta el Claro.

—¡Átala, Eider.! —Exclamo preocupado.

El chico rápidamente busco un lugar para atar la cuerda.
Thomas se había pasado su extremo por el hombro, por lo que él debía atar su extremo en un lugar firme.

Acto seguido escuchó unos gritos de Newt a sus espaldas.

—¡Tommy, no lo hagas! ¡Ni se te ocurra, cabrón!

Los conos de la pared derecha parecían brazos que se estiraban, buscando aferrarse a esos pequeños agujeros donde encontrarían su descanso nocturno.
Mientras tanto, los chirridos de las Puertas seguían aturdiendo el aire.

Un metro y medio. Un metro. Sesenta centímetros.
Thomas no pudo resistirse y se movió hacía delante, entrando al Laberinto y arrastrando a Eiden, el cuál todavía sujetaba el otro extremo de la cuerda.

Los muros se cerraron con fuerza detrás de ellos. Pudo oír el eco del estruendo, como una carcajada enloquecida resonando por las paredes cubiertas de enredadera.

¡Esté era el fin!

༻нαѕтα єℓ fιиαℓ (мιинσ у тυ)༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora