Capítulo 26

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Minho se separó un poco y presionó el hombro de Newt.

—No podemos rendirnos ahora—comentó—Si es necesario, lucharemos contra esas bestias y abriremos un camino hacia el Acantilado. Entrad y abrir la salida mientras nosotros los mantenemos alejados hasta que nos hagan una señal.

Thomas contempló a los tres grupos de laceradores-ninguno se había movido ni un centímetro- y asintió.

—Con suerte, quedarán inactivos durante un rato. Se supone que no necesitaran mucho más de un minuto.

Newt cerró los ojos y no contestó.

Mientras tanto, Minho enfrentó a los Habitantes, que esperaban amontonados unos contra otros.

—¡Prestad atención! Nuestra prioridad es proteger a Teresa, Chuck y Eiden para que consigan llegar al Acantilado...

—No. Yo quiero ayudar, Minho.

—No. Tú te vas con ellos y no hay nada más que hablar.

—Pero Minho yo...

—Tú nada, Eiden. —Minho sujeto al rubio por los hombros. —Aquí no estás seguro. No puedo luchar y protegerte a la....

Su voz fue interrumpida bruscamente por el sonido de los Laceradores que
volvían a la vida. Eiden levantó la vista aterrorizada: las criaturas, alineadas a ambos lados del grupo, parecían haber notado nuevamente su presencia.
Al unísono, avanzaron lentamente, desplegando sus armas y dispuestos a
matar. Agrupados en una formación compacta, los Laceradores cargaron hacia ellos con paso seguro.

Thomas sujetó a Minho del brazo.

—¡Tenemos que actuar ya! —exclamó, apuntando hacia la manada de Laceradores, que se interponía entre ellos y la salida.

Parecían una gran masa de grasa pinchuda y estruendosa que lanzaba destellos rojos. Bajo aquella luz grisácea resultaban todavía más aterradores.

Todo estaba en silencio mientras Newt y Minho intercambiaban una mirada
prolongada. Los nervios previos a la batalla eran todavía peores que el miedo en sí.

—¡Se están acercando! —gritó Teresa—. ¡Tenemos que hacer algo!

—Tienen que irse ya—dijo Newt a Minho, casi en un murmullo—. Abriremos un camino para ellos. Ya.

Minho hizo una señal afirmativa y encaró a los Habitantes con una firme
determinación en el rostro.

—¡Nos dirigiremos directamente a la salida! Pelearemos en el centro,
empujando a los monstruos hacia los muros. ¡Lo esencial es que ellos puedan llegar a la Fosa de los laceradores!

Todos asintieron.

—No quiero que te alejes de nosotros, Chuck. — Dijo Teresa mientras el niño a sentía.

—¡Listos! —rugió Minho, empuñando un palo con alambre de púas en una
mano y un cuchillo plateado en la otra, apuntándolos hacia la horda de Laceradores—. ¡Ahora!

El chico corrió hacia delante sin esperar respuesta. Newt lo siguió
pegado a sus talones con el resto de los Habitantes detrás: un grupo cerrado de chicos aullando con las armas en alto, listos para la última pelea.

Teresa agarró la mano de ambos chicos (ante el desagradó de uno) y los dejó pasar. Mientras esperaban el momento adecuado para entrar en acción, pudo sentir el terror que embargaba a sus compañeros.

Cuando los primeros choques entre los Habitantes y los laceradores llenaron el aire de gritos y ruidos mecánicos, Teresa aumentó la presión sobre sus manos y dijo:

—Muy bien —anunció— Vámonos.

Los tres comienzan a correr hacia el precipicio y una vez allí uno a uno saltó al vació.

A los segundos su cuerpo golpeó el suelo. Estaban en una sala oscura. Eiden soltó un gruñido ronco y con ayuda de una mano pequeña se incorporó.

—¿Y ahora qué? —Pregunto Chuck sobándose el brazo.

—No lo sé. Nunca he estado aquí. —Dijo Eiden observando el cuadrado por el que habían entrado, luego giro la cabeza y miro la sala. Todo estaba completamente a oscuras a excepción de los destellos de arriba.

—¡Chicos, aquí hay una pantalla! —Exclamó Teresa.

Y justo en ese instante una luz roja junto con un zumbido se hizo presente.

—¡Socorro! —Grito Chuck asustado.

Tanto Teresa como Eiden se giraron hacia al niño encontrándose así cara a cara con un Lacerador.

—¡Yo ayudaré a Chuck, tú enciende la pantalla! —Ordenó Teresa.

Eiden rápidamente se separó de ellos y como pudo llegó a la pantalla del otro lado.

Eiden comenzó a presionar todos y cada uno de los botones que había allí, pero sin éxito.

—¡Date prisa! —Grito Teresa fatigada.

—No sé cómo se enciende.

—¡Gilipullo, presiona el botón del lateral!

—Vale, un botón... botón... ¡Botón!

El chico encontró el botón y lo presionó tembloroso.

—¡Hay un código! — Grito Eiden. —¡Ocho números!

Al no recibir respuesta alguna de la chica, se separó un poco de la pantalla y se gira para reclamarle. Pero no sé esperaba la situación en qué estaba la chica.
Teresa estaba tirada en el suelo intentado con todo su ser que el lacerador no la pinchara.

—¡Ayúdala, Eiden! —Suplico Chuck muerto de miedo.

—Sí.... Sí... voy. —Respondió tembloroso.

—¡Deja de joder maldito fuco y date prisa! —Grito Minho saltando sobre el lacerador.

—Sí.

Eiden volvió a girar hacía la pantalla y empezó a pensar posibles códigos.

—Mmm... Ya sé. Las secciones del laberinto— Dijo él. —¡Minho!

—¿Qué quieres? — Contestó este esquivando al lacerador.

—Necesito el Código de las secciones.

—7, 1,5...

El lacerador golpeó a Minho y lo tiro al suelo.

—¡Minho!

—Estoy bien. —Dijo limpiándose el sudor de la cara. —2, 6,4.

Después de comprobar desde la distancia que Minho estaba "bien" introdujo los números.

—Quedan dos.

—8, 3— Dice finalmente.

La pantalla se ilumina de color verde, el lacerador suelto un último gruñido y cae al suelo con un ruido sordo y mientras tanto en la pantalla se reflejan las siguientes palabras:

—¿Quieres desactivar el laberinto?

—¿Es enserio? —Dice incrédulo mientras presionaba la pantalla.





༻нαѕтα єℓ fιиαℓ (мιинσ у тυ)༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora