Capítulo 13

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Era obvio que los Laceradores ganaban terreno a un ritmo alarmante. Le dolía cada milímetro de su cuerpo. Los miembros le suplicaban que dejara de correr, pero no se detuvo, rogando que el corazón no lo abandonara.

Algunas curvas más tarde, apareció delante de ellos algo que no alcanzaba a registrar. Era algo... incorrecto. Y la luz débil que provenía de sus perseguidores no hacía más que convertirlo todo en una ilusión.

El pasillo no terminaba en otra pared de piedra. Lo único que se apreciaba era la negrura.

Entornó los ojos mientras se acercaban al muro de oscuridad, intentando comprender qué era aquello. Las dos paredes de hiedra que se encontraban a ambos lados parecían cruzarse únicamente con el cielo. Pudo ver algunas estrellas. Al aproximarse, se dio cuenta de que era una abertura: el Laberinto se acababa.

¿Cómo es eso posible?, se preguntó.
Después de años de búsqueda, ¿cómo puede ser que nosotros lo hayamos encontrado tan fácilmente?

-No os entusiasméis -Dijo Minho, que parecía percibir sus pensamientos, respirando con dificultad.

A unos dos metros del final del pasadizo, el Corredor se detuvo, apoyando su mano en el pecho de su compañero para asegurarse de que ellos frenaran también.

Eiden paro en seco, se puso en cuchillas e intento respirar.

El ruido de la avalancha de Laceradores iba en aumento.

Thomas al parecer no quería darse por vencido y se adelantó a los otros dos.

Estaba por comenzar a amanecer y el cielo se había iluminado
considerablemente en el último minuto. Contemplaba todo incrédulo, sin entender cómo era posible eso. Era como si alguien hubiera construido un Laberinto y luego lo hubiera puesto a flotar en el cielo, suspendido en el medio de la nada para siempre.

-No entiendo -susurró Thomas.

-Cuidado -repuso Minho-. No serías el primer larcho en caerse por el Acantilado -le advirtió, y lo sujetó del hombro-. ¿Acaso te olvidaste de algo? -preguntó, señalando hacia atrás, al interior del Laberinto.

Eiden recordaba haber escuchado antes la palabra Acantilado, pero no sabía dónde.

Los Laceradores ya se encontraban a unos diez metros, formando una sola fila, moviéndose increíblemente rápido.

Todo resultó obvio de repente, aun antes de que Minho explicara el plan.

-Estos monstruos serán despiadados -comentó-, pero no pueden ser más
tontos. Eiden quédate cerca, Thomas...

Thomas lo interrumpió.

-Ya lo sé. Estoy listo.

Thomas y Minho arrastraron los pies hasta que estuvieron pegados uno al lado del otro delante del precipicio, en medio del pasillo. Y Eiden como era de esperar estaba justo al lado de Minho, pero pegado a la pared. Casi parecía que quería ser uno con ella.

- ¡Tenemos que estar sincronizados! -exclamó Minho, y su grito fue ahogado por el ruido ensordecedor de las púas chocando con la piedra-.
¡Prepararos!

Era un misterio por qué los Laceradores se habían colocado en una sola hilera.
Quizás el Laberinto les resultaba muy angosto para trasladarse uno al lado del otro. La cuestión fue que rodaban uno por uno por el pasadizo de piedra, repiqueteando y gimiendo, dispuestos a matar. Los diez metros se habían convertido en cuatro y los monstruos ya estaban a pocos segundos de estrellarse contra los chicos.

- ¡Listos! -dijo Minho con firmeza- Espera, todavía no...

Sólo quería cerrar los ojos y no ver a un Lacerador más en toda su vida.

༻нαѕтα єℓ fιиαℓ (мιинσ у тυ)༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora