He pasado toda la noche chateando con Lee Hyukjae. Sí, eso: toda la noche.
Me despierto con ojeras y nuestras charlas, escritas en negro sobre blanco, siguen dando vueltas por mi cabeza. Jamás había chateado con alguien antes, y no sé si es mérito del ordenador y de la distancia que de alguna manera hace que te sientas más protegido, pero he estado desinhibido y espabilado como nunca. Pensándolo ahora con la mente fresca, casi me dan vergüenza muchas de las cosas que le he escrito.
Hemos hablado de todo. En cierta manera ha sido también una liberación poderle confesar por fin todo lo que pensaba de él cuando era niño y que jamás me atreví a decirle. Creo que, en muchos momentos a lo largo de esta noche, he llegado a escribirle sin pensármelo antes, sin reparar en las consecuencias de mis ideas, pero, eso sí, con una confianza intuitiva en su buen juicio.
He descubierto que adora el cine y que ha ido un montón de veces a Kyoto. Compartimos el mismo amor por Truffaut, pero no por su ciudad: por delante de la Ville Lumière, él prefiere, y por mucho, nuestra Seúl. Es un hombre que viaja mucho, tanto por trabajo como por placer; tiene un montón de conocidos, pero pocos que pueda considerar amigos, y una educación estricta, que lo empuja a portarse de una forma muy meditada.
Está licenciado, qué suerte la suya, y es claramente más culto que yo; por suerte he tenido la lucidez de citarle una frase de Truffaut, yo, que para estas cosas tengo muy mala memoria; al menos le habrá hecho olvidar el ridículo que he hecho al creer que el Hotel de Ville era un hotel y no el ayuntamiento, como me ha explicado él, que naturalmente habla el japones como el coreano, ya que cursó la primaria en Tokio.
No hemos hablado de nuestras vidas sentimentales, pero creo que está libre, si no imagino que no habríamos pasado la noche chateando de esa forma. Y, por una vez, durante unas cuantas horas seguidas no he pensado en Suho. Me parece un muy buen principio.
Me he atrevido a explicarle mi punto de vista sobre nuestro encuentro, y hemos empezado un juego del que se podría decir que de momento parece divertido: azuzaremos al destino, sin intercambiarnos dirección ni número de teléfono, para ver si hubiéramos podido encontrarnos incluso sin Facebook. Él me puede encontrar en la librería-papelería, aunque no sabe que pronto la cerraremos; no me parece que venga a cuento contárselo. De todas formas ha prometido que no pasará a verme, a no ser que se lo pida yo, porque al fin y al cabo si no fuera por Facebook ni habría recordado que la tienda pertenece a mi familia.
Me gustaría que nuestro primer encuentro no fuera una banal consecuencia de nuestra amistad en la red. Después de tantos años dedicados a fantasear, es lo mínimo que me puede conceder. Aun así confieso que, después de esta noche, me muero de ganas por encontrarme lo antes posible delante de él.
Facebook será, a lo mejor durante poco tiempo, nuestro limbo. Después llegará el deseado encuentro, vete a saber dónde y cuándo, como dicen en aquella canción, no recuerdo cuál. Mientras tanto quiero prepararme para ese día.
Para empezar he tirado de la nevera toda la comida grasienta, yogur de malta incluido (cuando he leído en el envase la cantidad de calorías que contiene, casi me da algo). Luego he decidido que me apuntaré lo antes posible a un gimnasio para perder ese par de kilos que he acumulado estando sin moverme detrás del mostrador de la tienda.
Cuando, hacia las diez de la mañana, cruzo el umbral de esa prisión, mi madre y mi tía dejan de servir a los clientes para escrutarme alucinadas: llevo un par de gafas oscuras y los auriculares del iPod empotrados en mis orejas para conseguir la energía necesaria de Ma che freddo fa de Nada, canción triste donde las haya, que a mí sin embargo me sienta de maravilla, sobre todo cuando «el chico que me ha decepcionado» y que «ha robado de mi cara esa sonrisa que no volverá jamás» ahora no es lo primero en lo que pienso: ni le he echado un vistazo a Mundo Animal para ver si está allí. Puede que el amor esté volviendo, «para un corazón de chico», porque, además, «¿qué es la vida sin el amor?». Tienes toda la razón, Nada, «es sólo un árbol que ha perdido sus hojas».
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Lovebook
RomanceDonghae tiene ocho años cuando a la salida del colegio se encuentra con Hyukjae. Él sólo es un niño mientras que Hyukjae es un adolescente. La diferencia de edad entre ellos es una barrera que no se puede romper. Pero quince años más tarde, después...