26. Eunhyuk

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He quedado con mi madre, me ha pedido que nos veamos. Por teléfono su voz no sonaba normal.

En el coche, durante el trayecto, no dejo de pensar en Donghae y en lo que hemos vivido en Kyoto. Lo he acompañado a casa esta mañana y ya lo echo de menos. No puedo dejar de sonreír cuando pienso en el. Ha ido todo mucho mejor de lo que habíamos esperado. Ya no sé la de veces que he estado en Kyoto, pero verlo a través de sus ojos ha sido una experiencia completamente nueva. Su entusiasmo es casi conmovedor, en cierta manera parece que sigue siendo un niño. Hasta su olor tiene algo de infantil. Sin embargo cuando lo desnudas se vuelve hombre. Cálido, suave, por fin un poco de carne entre los dedos. Acostumbrado al cuerpo de modelo de Jieun, tan huesudo y anguloso, la primera noche me parecía increíble poder hundir mi cara en su pecho. Hubiera querido que me envolviera por completo. Y además hemos hablado, reído, bromeado. Me gusta, me gusta un montón. Y no se trata sólo de un chico con el que estoy a gusto, también es una persona con la que puedo abrirme. Le he explicado tantas cosas de mi vida que antes me habría parecido imposible expresar que he logrado sacarlo todo, expulsar todos mis males, como en un proceso de catarsis.

En la avenida que conduce a la villa, Hitchcock me acoge con más entusiasmo que de costumbre. Creo que él también ha sacado provecho de la separación de mis padres. Ladra con placer, como si ahora, por fin, le estuviera permitido. Se frota contra mis pantalones para demostrarme todo su cariño, y en ese momento Donghae vuelve a irrumpir en mis pensamientos, junto con el recuerdo de la primera vez que entré en el y cómo la sangre se me subió al cerebro. Me da escalofríos.

Es mi madre, en bata y zapatillas, quien abre la puerta. Algo inusual en ella. Normalmente sale de su habitación ya vestida y perfumada, hoy en cambio no lleva ni una pizca de maquillaje y su pelo ni siquiera está limpio. Al menos se ha apagado visiblemente esa inquietante tonalidad rojo fuego que la hacía parecer una vieja bailarina. Me da la bienvenida con un beso, y me pide que pase.

Nos sentamos en el comedor.

—¿Estás segura de que te encuentras bien?

—Sólo estoy un poco cansada, querido.

—Dime la verdad.

Se empeña en evitar mi mirada. Me pregunta si quiero un poco de té y le pide a la camarera un cenicero y dos tazas.

—¿Entonces?

—Entonces cuéntame tú. Tu secretaria me ha dicho que has ido a Kyoto. ¿Tú y Jieun volvéis a estar juntos?

—He ido con otra persona.

Abre los ojos de par en par, pero mantiene su expresión calmada, y eso tampoco es habitual en ella: normalmente, cuando la situación escapa a su control, se pone nerviosa.

—¿Y quién es la afortunada o afortunado? Claro, si se puede saber.

—El afortunado soy yo, por haberlo encontrado.

—¡Por todos los cielos, querido! Nunca te había oído hablar así. ¿Y quién es? ¿Lo conocemos?

Siempre ha tenido grandes expectativas al respecto. Aunque no lo admita jamás, estoy seguro de que para mi futuro aspira a una persona de apellido importante, o al menos un curriculum digno de gran respeto. Si le dijera que he perdido la cabeza por el hijo de la propietaria de la histórica librería-papelería de al lado de la escuela, no sé cómo reaccionaría. Una sobredosis de realidad podría sentarle muy mal.

—¿Entonces? ¿Lo conozco?

Me conformo con decirle que es una persona especial, que a lo mejor no es su tipo, pero que lo importante es que me haga feliz. En contra de lo acostumbrado, su reacción a mis palabras es una sonrisa bonachona, para nada fingida.

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