20. Eunhyuk

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He llamado a mi madre porque necesito hablar con ella. Estaba de compras con Jieun. Será mejor aclarar esta situación lo antes posible. Por desgracia tiene «una infinidad de cosas que hacer» y le falta tiempo para verme. Si no fuera mi madre, pensaría que está tratando de evitarme.

Me obliga a ir hasta la peluquería para decirle que, una vez que acabe de teñirse el pelo, la espero en la cafetería de delante.

Llega a la mesa del bar, después de elegir una tonalidad rojo fuego que, sinceramente, me parece demasiado agresiva para una mujer de su edad. Por lo visto también su pelo es exactamente como ella: incapaz de calmarse.

Cada uno de sus movimientos delata la inquietud propia de alguien que tiene miedo de perder el control. Tiene la sonrisa de plástico de costumbre impresa en la cara, lo que me indica su renuencia a enfrentarse conmigo.

—¿A qué se debe, querido, toda esta urgencia?

—He hablado con papá.

Con sólo nombrarlo, todo su inútil andamiaje se viene abajo.

—Ah —me contesta, levantando una ceja para señalar su contrariedad.

—¿Queremos hacer como si no ocurriera nada?

Saca un cigarrillo del paquete y lo enciende con su imperecedera elegancia.

—¿Qué quieres que te diga? Que desaparezca con esa mujer de la limpieza. Ya no me importa.

—No te portes como una niña...

—Es tu padre quien se porta como un niño liándose con una a la que le dobla la edad y que encima es negra. Luego la gente habla, ¿y crees que me gusta lo que van diciendo de él por ahí?

—A mí me interesa sólo lo que opinas tú, mamá. Y no me gusta que utilices esa palabra.

—¿Qué palabra?

—Negra.

—¡Dejemos ya de fingir que somos tan buenos! —Da una ávida calada al cigarrillo y luego lo apoya con rabia en el cenicero—. Es negra y no es culpa mía. Y es una aprovechada, si hay que decirlo todo, que espera pegar un salto en su miserable existencia. Pero si creen que van a conseguir un céntimo más de lo que les toca...

—Te lo repito, no quiero hablar de él. Me interesas tú. Sólo quiero saber cómo estás.

—Muy bien —me dice volviendo a lucir su sonrisa de plástico—. Una liberación. Y todo mejorará todavía más cuando se haya llevado de casa el último par de calcetines.

—¿Te ha dicho que también quiere dejar la empresa?

—¡Ojalá lo haga! ¿Crees que sirve de algo allí dentro? Todo el día despatarrado en un escritorio y cobrando sin trabajar su generoso sueldo.

—No hables así, te lo ruego.

—Es la verdad, Hyukjae. Y lo sabes perfectamente. Mi única pena es que...

—Yo espero que vuelva a pensárselo bien, sabes que la empresa lo necesita.

—No digas tonterías, querido mío. Aunque no pase a menudo por la oficina, estoy informada al respecto y te aseguro que...

—Ha adoptado una posición defensiva, mamá, olvidándose de sus propios intereses, y la culpa es también nuestra...

—¿Cómo puedes defenderlo así? Tu padre es un gusano, un hombre que...

—Ya está bien. —No tengo ganas de dejarme envenenar por su rabia. Ya tengo demasiadas preocupaciones por mi cuenta.

—Tienes razón, ya está bien. Cambiemos de tema, querido —renuncia—. No merece la pena darle tanta importancia. Hablemos de ti, entonces. ¿Cómo van las cosas con Jieun?

—¿No te lo ha dicho?

—¿El qué?

—Ya no estamos juntos. Por mí no hay problema si seguís siendo amigas, pero intenta dejarla fuera de mi vida, por favor.

Creo que le he causado otra decepción. Pero de ésta se recupera rápido.

—¿Por qué amigas? —replica—. Me gustaba la idea de tener una nuera guapa, sólo eso.

—Es posible que un día la tengas. Y yo esperaré que conserve su personalidad y no se transforme en un clon tuyo.

—Ahora estás siendo maleducado.

—Soy realista.

—¿No querrás decir ahora que tu relación ha acabado por mi culpa?

—En este caso hubiera acabado de todas formas.

Mi madre se relaja, y antes de apagar el cigarrillo en el cenicero me dice:

—Pero era mona, Jieun; muy mona.

—Y estaba loca. De atar.

—Por todos los cielos, querido. Una pizca de locura no molesta a nadie —dictamina mientras nos despedimos.

Esta última afirmación suya me hace pensar en Donghae. ¿Cómo es posible que haya decidido borrarme de esta forma? No podría justificarlo ni con esa «pizca de locura» de la que habla mi madre. Nos estábamos conociendo, y nos gustábamos. Su entusiasmo hacia mi persona era, quedándome corto, arrollador, no puedo creer que haya decidido desaparecer sin ni siquiera un adiós de cortesía, una explicación mínima.

De vuelta a casa no me resisto y pruebo a enviarle otra solicitud de amistad en Facebook. Pero no hay respuesta por su parte. Me ignora como si fuera un desconocido. No me gusta cerrar de golpe una relación tan particular como la nuestra, lo mínimo que puedo hacer para sentirme a gusto conmigo mismo es enviarle un mensaje: «Llegados a este punto, sólo me queda desearte toda la felicidad del mundo, ¿no?», le escribo, tratando de apaciguar mi alma.

***

Una tarde, sobre la hora de cenar, viene a verme Kyuhyun; esta vez trae una de nuestras mejores cosechas de Barolo.

—Deduzco que se trata de otra cita romántica. —Lo dejo entrar en casa con una sonrisa resignada—. Sin embargo esta vez te felicito por tu elección del vino. Te importa mucho este chico, ¿verdad?

—La botella nos la vamos a tomar tú y yo —aclara Kyuhyun, y deja el vino en la mesa—. Quiero pasar una velada con mi mejor amigo, al que le está pasando algo, y quisiera entender de qué se trata.

Por fin logramos hablar un poco, del fin de mi historia con Jieun, de lo increíble que ha sido el reencuentro en Internet con el niño del colegio. Kyuhyun se queda sorprendido.

—Y luego soy yo el pedófilo, ¿no?

—Ahora tiene veinticinco años, habría sido posible.

Pero lamentablemente no ha habido nada. El había dicho que no quería tener que arrepentirse luego de habernos reencontrado, y al final seré yo quien se arrepienta.

—Sungmin ha cumplido los dieciocho, no corro el riesgo de ir a la cárcel, lo ha dicho hasta mi padre, que además lo ha encontrado adorable.

—Vaya, vaya, se lo has presentado a tus padres. ¡Entonces es algo serio! Ya no me queda más remedio, ¡tendré que afeitarme la cabeza!

—Deja tu pelo, no se trata de algo serio, sólo de un polvo muy serio —afirma él, aunque esta vez tiene una sonrisa divertida—. Sexo puro y duro, ¡te lo aseguro!

—¡Deja de decir gilipolleces de una vez!

LovebookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora