19. Donghae

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He decidido eliminar el contacto de Hyukjae. El sistema de Facebook me ha preguntado: «¿Estás seguro de querer eliminar su conexión con Lee Hyukjae? Esta acción no se puede anular».

No ha sido fácil. Me he quedado en remojo en la bañera toda la tarde, luego me he decidido.

Zas, como sacarse un diente, a la espera de que el dolor pase lo antes posible.

Por otro lado he aceptado a otro amigo, aunque amigo amigo no será nunca, ya que cada vez que pienso en él vuelvo a recordar también nueve años de amor, y me resulta difícil ocultar que durante mucho tiempo he esperado este acercamiento.

Cuando llego a la tienda, a la hora de apertura, me doy cuenta de que los dos estamos levantando los cierres metálicos casi al mismo tiempo. Nos miramos, cada uno desde su acera, y nos sonreímos, como hacía mucho tiempo que no pasaba.

Suho me invita a desayunar en la cafetería de la esquina. Me parece tan raro volver a hablar con él... Hemos estado juntos toda la vida y sin embargo a ratos me paro a preguntarme quién es ese que está a mi lado y si de verdad es él.

Le ha crecido un poco el pelo y ha ganado unos kilos, pero sigue teniendo esa cara de pillo que antes me enloquecía.

—Ayer cerraste la tienda —le digo—. Pusiste la excusa del luto.

—A decir verdad —me contesta casi con dificultad—, no se trataba exactamente de una excusa. Sí que hubo un luto. Más o menos.

—¿Quién murió? —pregunto palideciendo de repente.

—No murió, por suerte ahora se encuentra mejor. Está en el veterinario con suero.

—Pero ¿quién?

—Cotton Ball —me contesta—. El pastor de los Abruzos de Jessica. Debes de haberlo visto alguna vez por la tienda.

No sabría decir si me alucina más el hecho de que haya estado mal o de que lo hayan llamado Cotton Ball. Por otro lado, qué puedes esperar de alguien que se llama Jessica, a lo mejor incluso con «h» final.

—¿Qué le pasó?

—Casi me da vergüenza decirlo...

—¿Por?

—Porque toda la culpa es mía, por vendérselo.

—¿Qué le pasó?

Al final Suho se deja convencer y me cuenta lo que pasó.

—Jessica se olvidaba a menudo de darle de comer —me explica—, por esta razón estaba desnutrido; pero lo peor fue que lo dejó sin beber durante casi tres días. Cuando el veterinario y yo le preguntamos cómo había podido olvidarse de eso, ella contestó que era culpa de Cotton Ball, que jamás le había pedido nada.

¡Dios mío, es peor de lo que pensaba!

—Ya lo sé, no digas nada —se me adelanta Suho, rascándose la cabeza—. Ya me siento suficientemente culpable. Ahora por suerte se ha acabado todo. Mi relación con ella, quiero decir.

Ya está, sabía que tarde o temprano iría directo al grano. Pero no tengo ganas de sacar ese tema, es un camino peligroso. El riesgo es que sin darme cuenta me convierta en el perfecto confidente, y no tengo la menor intención de dejar que eso pase.

—¿Y el otro cachorro? —le pregunto para cambiar de tema—. ¿El labrador?

—Naturalmente se lo hemos quitado. Ahora está en casa de mi madre; por cierto, si supieras de alguien que pudiera estar interesado... ¿Y tú cómo sabías que yo le había vendido también un labrador?

LovebookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora