Hace más de una semana que Donghae y yo chateamos cada día. Hasta hemos intentado encontrarnos en el cine, como había propuesto el, pero el destino no nos ha favorecido. Por primera vez en mi vida me he encontrado solo en una sala de proyección viendo una comedia romántica. Este hombre está batiendo conmigo un montón de récords.
Lo he visto en vídeo, más de una vez. Hasta nos hemos invitado a nuestros respectivos pisos, siempre a través del ordenador. Primero en Facebook y ahora a través de Skype. Por lo visto este limbo está organizado en cercos: ¿podrán nuestros héroes alcanzar el paraíso?
En estos días, Jieun me ha llamado a menudo desde Saint Tropez. Ya le he dicho que tengo que hablar con ella. Por teléfono es dulce, dócil, creo que tiene una idea aproximada de lo que estoy a punto de decirle. Volverá la próxima semana, pero repite que, de haber sido por ella, nunca se habría ido, dice que no había peor momento para estar lejos el uno del otro. Y estoy de acuerdo con ella.
De tanto perseguirme por Internet, Donghae ha batido un nuevo récord: es la primera persona en la que pienso cada mañana al abrir los ojos. Su vitalidad me contagia. Me gusta su mirada sobre el mundo, esos desvaríos de su cabecita que te arrastran lejos; pero, sobre todo, me gusta la sinceridad de su mirada. Tengo que admitir que el niño del colegio se ha convertido en un chico fantástico.
Estoy a punto de salir de viaje. Tengo que ir a la Toscana a visitar las obras del Château Relais, el hotel de lujo que estamos construyendo. Escribo a Donghae para decirle que me hubiera gustado llevármelo conmigo. Y por primera vez duda, me confiesa que no sabe durante cuánto tiempo podrá seguir resistiendo la tentación de concederme una cita en condiciones.
Mientras tanto quiere que le describa las maravillas de la Toscana y la historia de nuestro proyecto.
«¿Nunca has estado en Florencia?».
«Sólo una vez», me dice, con el chico del que estuvo enamorado durante nueve años. Me habla de él: tiene un nombre y un apellido, pero el lo llama sencillamente «el sinvergüenza», porque lo dejó por otra sin demasiadas excusas, sólo un «lo siento» mascullado cuando estaba borracho. La otra en cambio recibe el nombre de «la del cabello desordenado», y según lo que cuenta está volviendo infelices a todos los perros del barrio, porque no hace otra cosa que comprar cachorros en la tienda del sinvergüenza para tratarlos luego como muñecos de peluche.
Parece que no se ha recuperado del todo de esta historia, y que la presencia de la tienda de animales del sinvergüenza justo delante de su librería-papelería todavía lo hace sufrir un montón.
«Sufro por los cachorros —relativiza el—; por él ya no demasiado».
Es ese «ya no demasiado» lo que me hiere. Aunque ¿puedo tener celos a causa de alguien con quien sólo intercambio mensajes desde hace unos diez días? Si no fuera el niño del colegio, sería imposible.
Le explico el proyecto: se trata de una estupenda villa de la Toscana del siglo XVI que se encuentra en una de las haciendas vinícolas del grupo. Se me ha ocurrido transformarla en un Château Relais de alto standing en el que se venderán los vinos de la empresa. El paisaje a su alrededor es precioso, se encuentra en una de las pendientes que desde Valiano di Montepulciano bajan dulcemente hacia Val di Chiana y el lago Trasimeno, y naturalmente está rodeada de viñedos.
«Me habría gustado verla. ¿Cómo de avanzadas están las obras?».
Eso es lo que duele. Por desgracia vamos atrasados y estamos gastando mucho más de lo previsto. Mi madre está demasiado ocupada yendo de compras y mi padre se dedica a desaparecer. ¡Si al menos pudiera contar con la familia, a lo mejor el peso que llevo en los hombros resultaría más ligero!
Es la primera vez que hablo de este asunto con alguien.
«A veces es mejor que la familia no esté al tanto de nuestras preocupaciones —me dice—. Hay expectativas que oprimen más que la indiferencia».
Me cuenta que el no está viviendo un buen momento, la librería-papelería está a punto de cerrar y el dolor que lee en la mirada de su familia es más inaguantable que cualquier deuda.
Hasta hace poco tiempo consideraba la tienda una prisión, hasta había llegado a odiarla. Tenía la sensación de que los clientes le robaban su tiempo, y para más inri cada vez que levantaba la mirada más allá del escaparate no podía hacer otra cosa que reflexionar sobre la ruptura de un amor. Hoy lo que más le preocupa es haber entendido demasiado tarde que esa tienda era su futuro, y que en todo ese papel apilado que el creía odiar estaban en realidad escritas todas sus esperanzas.
Mi mariposa parece haber perdido su atractiva ligereza, pero pensamientos tan profundos lo hacen especial. Me confiesa que todavía no se da por vencido, está pensando en ir más allá para intentar salvar la tienda y es como si la vida le hubiera ofrecido la posibilidad de redimirse.
También su optimismo es contagioso, y mientras entro en la autopista pienso que, de alguna manera, debo tratar, como el, de mirar más allá. Al otro lado de la ventanilla se suceden las imágenes de un paisaje rural próspero y variado: ovejas pastando, algún cartel publicitario, edificios comerciales y un par de granjas arropadas por verde hierba. Mañana me espera un día difícil en la obra, trufado de discusiones y cabreos, pero hay un objetivo al final del túnel: la previsión de la idea original. Y no debo olvidarlo, es la única manera que tengo de salir de ésta intacto.
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Lovebook
RomanceDonghae tiene ocho años cuando a la salida del colegio se encuentra con Hyukjae. Él sólo es un niño mientras que Hyukjae es un adolescente. La diferencia de edad entre ellos es una barrera que no se puede romper. Pero quince años más tarde, después...