Cuando llego a casa desde la oficina, en la red me espera una sorpresa: por fin Donghae ha aceptado mi solicitud de amistad y, como por arte de magia, está entre mis contactos.
Sin embargo no me ha escrito nada, ni un saludo. Debe de haberse amoldado a mi falta de cortesía. Habría sido mejor si le hubiera escrito algo. Hasta el banal y previsible «¿te acuerdas de mí?» habría sido mejor que nada.
¿Qué me pasa? Nunca he sido paranoico. Será culpa de la red, estas redes sociales acabarán por volvernos locos a todos.
De todas formas nada me impide satisfacer mi curiosidad y echar un vistazo a su perfil, total ya estoy aturdido...
Ha publicado un álbum de fotos.
Se trata de una cena familiar: hay personas mayores, jóvenes, los rasgos de todos son semejantes. La atmósfera parece acogedora. Entre los familiares reconozco a las dos hermanas propietarias de la histórica librería-papelería cercana a la escuela. Al fin y al cabo no han envejecido demasiado en estos últimos años. La más delgada, la del pelo rizado, tiene que ser la madre de Donghae. La recuerdo detallista en la tienda y de andares casi militares cuando venía a recoger a su hijo a la salida de la escuela. Más de una vez se lo llevó a casa arrastrándolo de un brazo; Donghae se dejaba hacer sin quitarme los ojos de encima. Un día hasta llegó a gritarle.
—¡Donghae! —lo riñó—. Deja de mirarlo de esa manera. Es de maleducados, ¡no se hace! —Mientras, le daba tirones para alejarlo y él no apartaba la mirada de mí, embobado.
Y ahora vuelvo a encontrarlos a todos en Facebook, casi quince años más tarde. El pequeño gran mundo de la librería-papelería justo en medio de una cena de familia. Está también la abuela de Donghae, la señora con el pelo blanco y el collar de perlas que cuando yo era pequeño me vendía las gomas de borrar y los cromos Panini. Donghae la abraza a menudo en las fotos, y abraza también al perro, el perro simpático que sale en la foto de su perfil. Su forma de abrazar tiene que ser bastante arrolladora, porque no para de desordenar peinados, incluido el pelo del perro. Además tiene una sonrisa particularmente dulce y una familia que sabe a familia, a comidas consumidas en medio de charlas y risas, al placer de pasar un tiempo juntos. Me recuerda lo agradable que era cada septiembre, antes de que comenzara la escuela, hacer acopio de libros y cuadernos en esa tienda que sabía a nuevo, a mochila todavía por estrenar y a libros aún por abrir.
De la contemplación del álbum de Donghae me distrae Kyuhyun, que irrumpe en mi casa envuelto en perfume y con una botella de Châblis.
—¿Teníamos una cita romántica para cenar? —bromeo mientras lo dejo pasar.
—No me ha dado tiempo de avisarte: yo sí tengo una cita romántica, aquí en tu casa.
—Si necesitabas mi piso me lo podías haber pedido con algo de antelación. ¿Y ahora qué hago? ¿Voy a pedirle ayuda a Cáritas?
—No, te quedas con nosotros. En un momento llegará la cena, he pedido unas especialidades chinas en el restaurante de abajo.
—Espera un momento. ¿Quiénes somos nosotros?
—Viene Sungmin, el chiquillo —me contesta mientras coloca la botella en la nevera.
—¿Lo dices en broma? ¿Y por qué lo has invitado a cenar aquí?
—Ayer se quejó de que no tenemos vida social —aclara, mientras saca todo lo necesario para poner la mesa como es debido—. Entonces se me ocurrió que podía llevarlo a cenar a casa de mi mejor amigo.
—¡Qué idea tan mona! —digo riéndome de él—. Pero ¿no era sólo una cuestión de sexo? ¿De sexo puro y duro?
—Claro, pero una cena se la concedes a todos. Después te dejamos en paz y me lo llevo a casa para seguir esa conversación sobre el sexo puro y duro, que, por cierto, para que conste, se vuelve cada vez más puro y duro, te lo puedo asegurar.
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Lovebook
RomanceDonghae tiene ocho años cuando a la salida del colegio se encuentra con Hyukjae. Él sólo es un niño mientras que Hyukjae es un adolescente. La diferencia de edad entre ellos es una barrera que no se puede romper. Pero quince años más tarde, después...