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Al día siguiente, el concubino ciego se levantó ya tarde.

Una vez que el sol llegó a su punto máximo, poco a poco, y lentamente, abrió los ojos. Un intenso dolor se irradiaba desde su cintura, parecía que sus huesos se iban a quebrar, y sus labios fueron mordidos hasta el punto de que la piel quedó ligeramente partida.

Debajo de él había un nuevo cambio de colchón. Su cuerpo también fue lavado y limpiado, con medicina embadurnada en sus heridas.

Ni siquiera se dio cuenta cuando los sirvientes del palacio le atendieron al hacer todas esas cosas. De la cabeza a los pies, su cuerpo dolía como los mil demonios. El dolor agudo en su entrada trasera era increíblemente insoportable, no podía realizar ni el más mínimo movimiento.

La fragancia proveniente de la caldera había sido cambiada por una elegante y suave al olfato. El concubino cerró lo ojos, y por un momento, se burló de sí mismo.

Anoche, sin saber la razón, había recordado de repente todo lo sucedido hacía muchos años atrás. Quizás fue a causa del intenso dolor, que despertó el tormento que había estado enterrado en lo más profundo de su memoria. El dolor fue extremo y violento, de sólo recordarlo lo hubiera hecho añicos, no quería recordar más aquellos momentos.

Se recostó en la cama, por todo su pecho se podían ver manchas amoratadas; tampoco podía alzar los brazos, los ojos estaban en blanco, sin movimiento ni ondulación alguna.

Cerca del mediodía, el emperador regresó a la cámara real, caminó hasta la cama y de forma íntima, lo besó en los labios, —¿ya despertaste?

Asintiendo con la cabeza, el concubino le preguntó, —Su Majestad, anoche, ¿se satisfizo? ¿Pudo disfrutar al máximo?

El emperador le respondió, —si hablas de aquello, por supuesto que sí.

El concubino cerró los párpados, —¿me permite regresar ya?

El emperador frunció el entrecejo, —¿regresar? ¿Adónde?

—A las habitaciones de la servidumbre. Dormí aquí, si muchas personas se enteran, atraerá la atención y será difícil que no se corra el chisme, y tampoco puede ser algo bueno para la reputación de Su Majestad.

El emperador enarcó una de sus cejas, —¿quién se atrevería a hablar? —se inclinó y habló quedamente para consolarlo—. Te permito estar aquí, así que quédate tranquilo, más tarde llamaré a Xiao Bao para que te acompañe.

El concubino rio suavemente, —gracias, Su Majestad.

Con cuidado, el emperador acarició los pálidos y delgados dedos del concubino, —no te dirijas a mí como un emperador, solo llámame por mi nombre, ¿de acuerdo?

El concubino parpadeó, —no debo.

El emperador ahuecó la mano del concubino y le besó el centro de la palma, —te aprecio y por eso quiero lo mejor para ti. Por lo que también deseo que me trates diferente, mucho mejor que a otras personas. Llámame por mi nombre, Rui Xuan.

Sus palabras eran sinceras, la luz en sus pupilas incluía la calma de una laguna. Afianzó la mandíbula y espero serenamente. Las palabras que pronunció conmovían hasta el grado de herir, el concubino movió sus labios, y lentamente comenzó a decir palabra por palabra, —Rui... Xuan.

El emperador se veía lleno de alegría, besando nuevamente su palma con cariño, —bien.

El concubino bajó aún más la mirada, sus largas y espesas pestañas cubrían sus ojos. Había pensado miles de palabras adornadas, íntimas, que le congraciaran con el emperador, pero justo ahora, contra sus palabras sinceras, no tenía absolutamente nada que decir.

El concubino ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora