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Jue Yu fue guiado con todos los honores hasta las habitaciones de la servidumbre.

Con el rostro hermoso, los músculos y la piel blanca como la nieve, la misma expresión altiva y arrogante, sin una pizca de nerviosismo, como si no fuese a entrar al palacio a encontrarse con el monarca.

El emperador le habló, —el concubino ciego está gravemente enfermo, ¿podrías verle, por favor?

Dio una rápida mirada hacia el concubino, quien se encontraba hecho un ovillo en la enorme cama, para hablar después, —si rogarte es necesario, entonces lo haré.

Jue Yu frunció el ceño, —en otras palabras, lo que Su Majestad dice es que Jue Yu perderá el favor de seguir con una vida como la lleva. Usted tiene el mundo en sus manos. Tanto que basta con un movimiento de la mano de Su Majestad para destruir mi pequeño jardín de perales; sin embargo, me trató con indulgencia porque tomó en cuenta al antiguo gobernante. Sin importar que clase de súplica sea, Jue Yu no puede tomarla en consideración.

El emperador reconoció que no hacia mucho había invadido de forma violenta su jardín de perales y por ello se había ganado un profundo resentimiento, de ahí la razón para que hablara con una voz calmada, —aquel día tuve toda la culpa por actuar con rudeza. No hubiera llegado a tal punto si no fuera por la cuestión que involucra al concubino ciego, porque eso me hizo encolerizar.

El timbre de la voz del joven monarca era casi como un susurro. Pero Jue Yu no se sentía agradecido en absoluto. Simplemente apartó la mirada para observar detenidamente sus dedos.

El emperador no estaba nada complacido, no obstante, dio el primer paso, —no dudes en decirme lo que quieres. Si está en mis manos, te lo daré.

Jue Yu agudizó el pliegue exterior de sus ojos, —lo que pertenece al tesoro nacional, como el oro o la plata, las perlas y las piedras preciosas, las escrituras de un pedazo de tierra; ese tipo de cosas no son lo que vengo a buscar.

El emperador le preguntó, —en ese caso, ¿qué es lo que en verdad deseas?

—Una persona.

—¿Quieres que te otorgue a una persona?

Los ojos de Jue Yu brillaron, —¡así es!

Y después añadió, —supongo que Su Majestad ya sabe quien es la persona deseada sin la necesidad de que Jue Yu le nombre.

El emperador entrecerró los ojos, —por supuesto.

De la boca de Jue Yi se escapó una sonrisa, —entonces, Su Majestad me va a conceder el honor de decretar una orden real en donde se me concede un acuerdo.

El emperador preguntó, —¿quieres que le permita presentar su dimisión del cargo en el gobierno para regresar a casa?

Jue Yu enarcó lo más que pudo sus cejas, —¿quién dice que debe renunciar? Si él continua o no en su cargo es su problema. No tengo ganas de meterme en esos asuntos.

—¿Mm? —el emperador dijo algo confundido—. Entonces, ¿qué clase de acuerdo quieres que te conceda?

Sus ojos brillaron, errantes, —véndemelo como esclavo. Un contrato de esclavitud.

El emperador lo pensó un rato y después le dio su respuesta, —¡de acuerdo!

Jue Yu sacó una pequeña píldora de un suave verde azul desde la manga de sus ropajes y se la dio al concubino. No había pasado ni una hora cuando el vómito y la tos cesaron. Poco después, se tomó su tiempo para revisar el pulso del concubino y realizar entonces la acupuntura.

Estando parado a un lado, Xiao Bao pensó que su técnica en acupuntura era poco común, al menos fundamentalmente diferente, comparado con el método del médico real. En especial la forma en que rotaba y giraba las agujas, o como las alzaba e insertaba. No había visto ese tipo de método en ningún otro lugar.

El concubino ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora