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En la capital había una familia con el apellido Wen; una familia adinerada. Sus habilidades medicinales eran heredadas de generación en generación. Los mejores médicos con los mejores conocimientos; con una reputación por demás conocida dentro de la ciudad. Las destrezas de la cabeza de la familia, el maestro Wen Wen, eran brillantes. Ayudaba a la gente enferma, y por si fuera poco, era modesto y amable con todos; además de mantener estrictamente su ética.

A su mediana edad, Wen Wen tuvo otro hijo. Por supuesto que lo amaría y adoraría desde el fondo de su corazón. El hijo más joven se llamaba Wen Mu Yan. Naciendo con una piel limpia y blanca, siendo simpático con sus ojos redondos y brillantes, reía cada vez que veía a alguien. Todos en la familia sin excepción alguna, le sostendrían con esmero entre sus manos.

Día a día Wen Mu Yan crecía más y más. Su rostro era exquisitamente limpio y suave. Era naturalmente alegre como inocente y su manera dócil de hablar lo hacía adorable; era como si estuviese hecho de miel y jarabe, un niño muy dulce. Desde los más grandes hasta los más chicos, no había quien no lo amase.

En un abrir y cerrar de ojos, Wen Mu Yan llegó a la edad del florecimiento, la etapa entre la infancia y la primera fase de la juventud. Sus ojos eran claros y transparentes como el cristal, como las maravillosas aguas de un lago otoñal. Llevaba puesta la mejor seda y un adorno de jade que colgaba de su cintura, un poderoso joven maestro de una acaudalada familia.

Un día, durante el invierno, el Emperador se enfermó gravemente, su condición era seria, tanto que no se sabía su estado de salud. Los médicos reales estaban perdidos con qué debían hacer. Todos los cortesanos había agotado sus ideas pero no había nada que se pudiese aprovechar; entonces, un alto oficial les sugirió que reclutaran a los médicos más famosos de la capital para que ingresaran al palacio y les ayudaran a revisar al Emperador y así darle un tratamiento. Quién sabe, a lo mejor existía un rayo de esperanza para que el Emperador pudiese sobrevivir.

Fue un día con mucha nieve que tocaron a la puerta de la residencia de la familia Wen. El maestro de la familia escuchó el propósito de los oficiales, acto seguido, y al no poder negarse a su deseo, accedió a ir con ellos al palacio. Wen Mu Yan quien se encontraba de pie al lado de su padre quiso ir con él; su padre siempre lo consentía por amarlo tanto y él lo seguía de cerca, ya sea a donde fuese a examinar a sus pacientes, lo llevaba para que lo acompañase.

Wen Wen abriendo, sostuvo el paraguas, Wen Mu Yan llevaba el botiquín médico. Padre e hijo ingresaron al palacio imperial en un día en que el cielo estaba lleno por la nieve que apenas dejaba ver más allá.

La enfermedad del Emperador empeoraba con el paso de los días. Las viejas heridas que se habían acumulado con los años también afectaron. Día a día, el Emperador adelgazaba junto a su espíritu. Todos los médicos famosos de la capital sabían que la enfermedad había llegado a su punto crítico, se había extendido por todo su cuerpo hasta la médula de cada uno de sus huesos. No existía manera alguna de contrarrestar aquella situación, y aun así, no tenían más opción que hacer la acupuntura y de preparar la hierba medicinal con el fin de prolongar la vida del Emperador.

Desde que cruzaron la puerta del palacio, había pasado medio mes.

Wen Mu Yan y su padre vivían en una residencia no muy lejos de la farmacia real. Todos los días se quedaba dentro de la habitación a leer libros, y de vez en cuando, salía a jugar en un lugar cercano al palacio, todavía era joven.

Un día, el medio mes que estuvo cubierto de nieve finalmente terminó, el sol que se volvió difícil de ver apareció. El resplandor dorado brilló en el cabello suave del joven.

Wen Mu Yan estaba encantado desde el fondo de su corazón. Se cubrió los hombros con un abrigo delgado de piel y salió de la habitación para caminar en la nieve.

El concubino ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora