XIV - El espectáculo de las hadas

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En el lindero de las grandes montañas había un enorme árbol solitario al que llamaban el árbol de las luces. Era el hogar de las hadas, protegido para la preservación de la inusual especie.

Hilda y Eddie habían logrado llegar después de unas horas a las cercanías del sagrado lugar.
Antes de seguir avanzando el rubio le propuso esperar hasta que oscureciera, había escuchado que las luces de las hadas se hacían visibles por la noche y era un espectáculo que valía la pena ver.

- ¿Por qué esperamos? - Preguntó impaciente la chica.

- Para que puedas ver las luces. Dicen que es un espectáculo único, además de que las hadas sólo se encuentran en este lugar.

- Genial.

Tras esas palabras el grupo espero mientras el crepúsculo se perdía en el horizonte. Cuando la noche al fin cubrió el cielo continuaron con el camino. Ya era la hora.
A la distancia se comenzaron a ver algunas luces que alumbraban el frondoso árbol dando inicio a lo mágico del lugar.

- Es hermoso... - Dijo Hilda avanzando lentamente.

El rubio la seguía de cerca en compañía del animal albino, todos mantenían un paso lento y seguro intentando no ser descubiertos.

- ¿Que están haciendo? - Pregunto la peliazul una vez más.

Según lo que Eddie sabía, las hadas se reunían en un baila en homenaje a cada una de las estaciones, y esta no parecía ser una excepción.

- Danzan por el cambio de estación.

Hilda siguió avanzando hasta estar a unos metros del árbol que se hacía más grande de lo que se veía a la distancia.
Las pequeñas criaturas parecían estar danzando, como él dijo, en una sincronía perfecta y armoniosa.

En cuestión de segundos las luces se apagaron por completo alrededor, dejando en absoluta oscuridad todo el lugar. Tal parece que las hadas se habían percatado de estar siendo observadas.

- No queríamos asustarlas. - Dijo Hilda excusándose al mismo tiempo que una pequeña luz se hacía presente cerca de ella y comenzó a rodearla.

- No nos asustas, a no ser que seas brujas. Pero no lo eres, ¿cierto? - Dijo una aguda voz.

- Claro que no, soy Hilda. El es mi amigo Eddie y Twig. - Los presentó ante la pequeña entidad. - Sólo queríamos ver su danza.

- La danza de las estaciones es un acto milenario y sagrado en nuestra especie. Son bienvenidos a ver, nos honra la presencia de la hija del bosque. - Dijo la pequeña para después marcharse fugazmente.

Ese último comentario no dio lugar en la cabeza de la peliazul, solo lo dejo pasar. 

Luego de que aseguraran no ser una amenaza el árbol comenzó a brillar nuevamente por sus pequeñas habitantes, volvía a iluminar el lugar.
Sin duda era algo que no cualquiera tenía la suerte de apreciar en su vida.

Si bien las hadas eran criaturas alegres y amistosas, desde que las brujas descubrieron la aplicación de ellas en hechizos y conjuros comenzaron a ser cazadas. El número de hadas disminuyo tanto que se vieron forzadas a refugiarse bajo sus propios encantamientos, como el que poseía el árbol de luces, invisible a los ojos de las brujas. Pero lamentablemente siempre existía la posibilidad de que las descubrieran.
Aquel encantamiento que las protegía no sólo las apartó de las brujas, también de los animales, humanos y otros seres. Estar expuestas al mundo fuera de su refugio era totalmente peligroso.

- Nunca había visto hadas. - Dijo el rubio que terminaba de preparar la carpa para pasar la noche.

- Creí que si, sabias muchas cosas.

Nuevas raíces: La aventura de Hilda y  WoodmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora