XVII - El muro del bosque

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El bosque oscuro, colmado por completo por árboles tan grandes como edificios. Con una densidad que no permitía notar cuando era de día o de noche, siempre estaba oscuro. Al menos eso era lo que decían aquellos que lograban entrar y salir de aquel misterioso bosque.

Un lugar apartado de seres humanos que se convertía en el habitat perfecta para animales mágicos como ciervozorros.
Su existencia era custodiada por entes que solo le permitían la entrada a quienes eran aptos, pero estaba estrictamente prohibida para las brujas de cualquier tipo.

El grupo llegó a la que se suponía era la entrada al Bosque Oscuro, un enorme arco de piedra con símbolos tallados que se extendía en una circunferencia por enormes columnas de piedra. Parecía no tener nada en su interior, sólo a su alrededor habían dispersas otras rocas inmensas, como si de colosos se tratara.

- No me agrada este lugar. - Dijo el rubio mientras se acercaban lentamente a la extraña estructura.

Hace rato Cuervo los había dejado para ocuparse de sus asuntos con los espíritus del clima. Al parecer habían dejado la montaña y la cercanía de Blackstreet para ir a discutir a otro lugar.

Aquellas rocas inmensas que estaban al rededor se comenzaron a levantar sacudiendo la tierra y dejando ver unas criaturas de piedra que aseguraban impedir el paso a los no aptos.
Se negaban a recibir a criaturas malditas, más aún que estuvieran bajo la maldición de un mismísimo guardián del bosque.

- No puedes pasar, ser maldito. - Se escucho con una voz ronca provenir de una de las criaturas. Aquel mensaje iba dirigido al rubio que miraba extrañado.

- ¿Qué? - Dijeron al mismo tiempo los jóvenes que retrocedían por la imponente presencia.

A pesar del miedo, Hilda cogió valor y encaró a las criaturas que parecían ser los golems de los que Cuervo hablo como una simple leyenda de pobladores.

-¿Quienes son ustedes? - Les preguntó con serenidad.

- La última voluntad de nuestro guardián. Los protectores del Bosque Oscuro.

-¿Y qué es un guardián?, ¿donde está? - Volvió a cuestionar con duda la peliazul. Si ellos no estaban dispuestos a dejarlos entrar, quizás podría hablar con ese guardián para persuadirlo.

El golem más cercano se inclinó a la altura de ella observándola durante unos segundos.

- Veo en ti la presencia de uno, ¿como es que preguntas qué es un guardián?

Hilda se quedó muda.
¿La presencia de un guardián en ella?
No comprendía que estaba ocurriendo o que era lo que decía.
Ella volteó hacia Eddie con intriga en su mirada.

- ¿Por qué él no puede entrar? - Preguntó con miedo en su voz aún manteniendo la vista en su compañero.

- Un guardián lo maldijo. - Respondió una de las criaturas. - Hace más de un siglo.

Un escalofrío recorrió de pies a cabeza al rubio, con sólo esas palabras supo a que se referían las criaturas.

- ¿Eddie, eso es verdad? - Dijo su amiga sacándolo de sus pensamientos.

Hilda podía sentir su pulso acelerar cada vez más. Creía que en cualquier momento perdería la fuerza en sus piernas y se desplomaría en el suelo, pero no sabía porqué.

- ¿Ella puede pasar? - Finalmente soltó mirando fijamente al golem, manteniendo una expresión de culpa.

Las criaturas asintieron al mismo tiempo ante la interrogante.

- Hilda, ve. Sabes cómo invocar la grieta y ya casi es tiempo.

La chica negaba con la cabeza mientras se mantenía firme. No dejaría a su amigo solo. Tal vez en ese bosque podrían encontrar alguna solución al hechizo de la bruja.

Nuevas raíces: La aventura de Hilda y  WoodmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora