11: La reina del sur

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"...Si con vos logro escapar de esta tierra sano y vivo...
el rey, más pronto o más tarde, me fa de querer por amigo,
si no...cuanto dejé aquí...no me fa de importar ni un figo..."

La rubia rió cuando la chica terminó de pronunciar el último verso de aquella copia del Cantar del Mío Cid.

—Higo, Natalia, higo. Recuerda que esa letra es muda.

Natalia cuando leía dejaba sus facciones de mujer estoica a un lado, para dar paso a mohines dignos de un infante. Y a Alba le encantaba.

—Si ha de ser muda, no entiendo porqué se pone—dijo frunciendo las cejas y  marcando sus labios en una mueca—.

—Pero así son las cosas—Alba dejó su rostro apoyado en una de sus manos—Has mejorado muchísimo, Natalia. En breves te veré componiendo odas y cantares.

—No es para tanto—ruborizó por el cumplido—Gracias a vos por enseñarme.

—Comparado con todo lo que has hecho por mí, ni siquiera las merece.

Con una sonrisa risueña tras decir aquello, la futura reina se quedó contemplando un rato más cómo la morena miraba hacia los lados avergonzada, pero con una sonrisa igual de bella esbozada en sus labios. Dio una palmada en la barandilla donde se hallaban apoyadas y se levantó.

—Voy a ver qué tal está tu amigo Eilan, ahora vuelvo, ¿vale?

—Como deseéis, Alteza.

—¡Oye!—le puso un dedo en su tórax mientras intentaba aparentar enfado—Ya sabes que prefiero que me llames por mi nombre.

La ex-capitana rodó sus ojos mientras ladeaba una sonrisa.

—Como deseéis, Alba—hizo hincapié en su nombre y la chica se dio por satisfecha—.

Sin decir nada más, dirigió sus pasos a aquellas escaleras hacia la bodega del barco, donde descansaba el corcel. Natalia mantuvo su mirada en ella hasta que desapareció por los peldaños. El viento marino enmarañaba su pelo, haciendo que chocase con su nariz constantemente. Su rostro se tornó de nuevo serio y sereno, y dejó salir un profundo suspiro.

—Te falta cantarle un romance mientras tocas el laúd bajo su balcón.

La voz que de repente emergió a su lado hizo que su corazón diese un vuelco, dándose la vuelta con rapidez y apoyándose en la barandilla del susto. Gruñó y le dio un empujón a la pelirroja, quien reía con malicia mientras se sentaba en una pila de barriles a su lado.

—Jimena...—suspiró pasando sus manos por los ojos—¿Qué quieres?

—¿Yo? Nada—jugueteó con las cuerdas haciendo nudos. Miró a Natalia con ojos curiosos—Sólo preguntarte cuándo se lo dirás.

—¿Decirle el qué?

—No te hagas la boba, capitana.

—No me llames así—dijo mirando al suelo mientras trazaba curvas con sus botas—Ya no lo soy...

—Para mí siempre lo serás—Natalia sonrió a su camarada—Pero no te desvíes, que te conozco. Respóndeme.

Natalia dirigió su vista al frente, pensativa, mientras su pecho se cargaba de nuevo de aquel sentimiento tan sobrecogedor.

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Habían pasado tres meses viajando. De puerto en puerto, de embarcación en embarcación, rodeando toda Europa para llegar hasta el Reino de Medina. Ahora, por fin estaban llegando a su destino. Natalia ya se hallaba recuperada de su herida, a pesar de ciertas molestias y comezones, normal en algo de tal envergadura. Y por su parte, la heredera había logrado sobrellevar con cierta dificultad los hechos pasados. Además, la compañía que se hacían entre las tres lograba que los viajes se hiciesen más llevaderos.

Bajo el mismo Estandarte // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora