22: Guerra de coronas

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—Dejadnos solas, por favor.

La seca orden de la comandante hacia los soldados no tardó en cumplirse, e inmediatamente salieron del Salón del Trono, dándoles privacidad a las dos allí.

En cuanto se hizo el silencio, Natalia dirigió su irritada mirada hacia la reina. Ella se encontraba de espaldas, y cruzaba sus brazos, acariciándose a sí misma con inseguridad.

—¿Porqué has accedido? ¿Porqué le has dejado negociar, en primer lugar?—le reprochó—.

La reina suspiró, llevándose una de sus manos a su sien. Discutir con ella era lo que menos deseaba ahora. Y menos si el juicio de la comandante se encontraba tan nublado que no le dejaba ver la realidad.

—Natalia, venían desarmados, sin intención de atacar...No dejarles negociar en esas condiciones hubiera sido injusto. No soy una gobernante irracional.

—¡Pues con la decisión que has tomado lo parece!—espetó mirando hacia el gran ventanal—.

Aquello dolió un poco. Pero la rubia no se lo iba a tener en cuenta. Natalia estaba siendo tan reacia por una razón.

—Natalia...mírame...

La suavidad de las palabras de la rubia hicieron que Natalia se mordiera el labio con fuerza. Puso sus manos sobre el cinto de la espada, en jarra, y volvió su vista. Alba pudo observar esos ojos de miedo y debilidad que solo mostraba cuando se sentía acorralada por sus sentimientos.

—Es la única opción que tenemos en estos momentos—puso una de sus manos en la mejilla de la morena, y ésta apretó su rostro contra ella, cerrando sus ojos con fuerza—.

—Que sea la única opción no significa que la vaya a acatar con gusto—pronunció de forma débil—.

—A mí tampoco me agrada...—dijo casi en un susurro la rubia—Pero no voy a dejar que paguen los inocentes por lo que quiero o dejo de querer.

—Lo sé...Tú nunca harías eso...—suspiró al mirar aquellos ojos ambarinos—Y eso es a lo que más temo.

Alba puso sus manos en la cintura de la morena, atrayéndola hacia su cuerpo. La abrazó, dejando su rostro oculto bajo su cuello y sintiendo su acelerado corazón. Natalia tan solo llegó a hacer el amago de corresponderlo, bajando las manos cuando notó su temblor.

Porque eso es lo que era Natalia. Una gigante, una valiente, toda fiereza...hasta que tocaban lo que consideraba preciado en su vida. En ese momento, como una débil estructura, se derrumbaba, dejando ver sus miedos.

Miedo a perder, miedo a fallar. Pánico a no poder proteger.


El rey Tinet había jugado bien sus cartas. Y las había dejado en una gran encrucijada.

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Con paso orgulloso y altanero, el tirano accedió al Salón del Trono. Los soldados los habían registrado. No portaban ningún arma y eran tan solo tres. La reina no sabía qué es lo que pretendía, pero no se fiaba. Accedió a darles audiencia por cortesía. Alguien desarmado tenía derecho a hablar, aunque fuese el enemigo.

Tinet era la antítesis de buen gobernante. Su ambición y egocentrismo le había llevado a numerosas guerras con casi todos los países vecinos, y su ejército se componía de levas llenas de reclutas atemorizados por el servicio militar obligatorio, pues la guerra era el camino que obligaba a todos los hombres a seguir. Si algo salvaba a aquella repulsiva persona, era su gran astucia en el combate.

Bajo el mismo Estandarte // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora