1: La princesa y la soldado

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Alba recorría una y otra vez el espacio que separaba el ancho pasillo de la estancia de su padre. Comenzó a toquetear el bordado de su manto. No era de su gusto esperar. Alba no tenía defectos en su faceta de heredera, pero a nivel personal, dejaba que desear en algunos aspectos como la impaciencia o su terquedad.

La puerta de la estancia crujió, haciendo que la joven se sobresaltase. Se abrió, y un guardia real salió de ella. Saludando con sumisión, se dirigió a hablar con Alba.

—El rey comunica que podéis pasar, Alteza.

Con un gesto de su mano despachó al guardia y fue hacia la puerta. Esperó en la entrada a que su padre hablase. Se encontraba en su escritorio, firmando como de costumbre órdenes reales. Al fin se levantó, y echando sobre sus hombros su lustrosa capa de tonos bermellones y dorados, se acercó a ella.

—Dime, hija, ¿qué es aquello que tanto te perturba, que vienes hasta aquí, a la habitación de tu padre?

—Le pido disculpas, padre—dijo mientras hacía una leve reverencia—Hay algo que debo consultarle, y admito que no será de su entero agrado.

Michel frunció el ceño y puso sus brazos en jarra. Creía saber por dónde iba a salir su hija, y era cierto, no le iba a gustar. Pasando su mano por su pelo, ajustando su corona, asintió para que Alba continuase.

—Sé que no le gustaría que mi presencia llegase a las zonas en guerra...pero le pido que piense en ello, que me deje ir al menos a las zonas del norte, las menos atacadas.

—Alba, hija, sabes ya que no lo permitiría—Michel puso las manos sobre sus hombros—¿Qué haría si te sucediese algo? Eres la heredera, debes estar a salvo.

—Agradezco su preocupación, padre—dijo Alba manteniendo la voz lo menos irritada posible—Pero entienda que sería de suma injusticia gobernar un pueblo sin saber qué es lo que sufre en su día a día.

El rey le dirigió una mirada tierna. Su hija era testaruda, persistente, y no pararía hasta que su padre aceptase dejarla ir en tal empresa.

—Por favor...déjeme ver qué pasa en nuestro reino...con mis propios ojos.

Efectivamente, en los ojos de Alba, Michel vio reflejada el alma valiente y firme de su madre. En ese momento, tomó conciencia de que Alba era una mujer madura de 24 años, no una chica que necesitase su protección. Suspiró y bajó sus manos.

—Sé que negarse no sería una opción aceptada por ti...Está bien. Pero irás a la zona menos afectada.

Alba casi chilló de emoción. Pero no podía, debía mantener la compostura. Esbozó una comedida sonrisa y se inclinó.

—Os lo agradeceré eternamente.

—Al menos...deja que me asegure que vas bien protegida. Elegiré a la mejor escolta.

—Lo cierto es...que ya he elegido a los soldados que deseo que me acompañen.

El monarca abrió sus ojos sorprendido, pensando en cómo su hija sabía que su petición saldría bien. Había incluso elegido a los escoltas.

—¿Quiénes son, pues, los que tendrán tal suerte?

Alba mordió su labio, y se corrigió a si misma, pues no era un gesto propio de una dama.

—Deseo que me acompañen los caballeros dirigidos por Natalia Archibald.

—Es una extraña decisión...es una de las capitanas de reciente entrada, ¿estás segura?

Bajo el mismo Estandarte // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora