18: Reina Alba Reché de Guillory

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Natalia recorrió el largo pasillo que separaba el vestíbulo de las estancias reales.

En su mano portaba el yelmo ceremonial, adornado con un penacho de plumas de águila. Su armadura resplandecía como nueva tras recibir un esmerado cuidado. Buscaba con su mirada una determinada puerta, la cual reconoció al ver a un par de soldados apostados delante de ella. Con una pequeña reverencia saludaron a la capitana.

—¿Se halla la princesa aquí?—preguntó, y los guardias asintieron, dándole paso a la estancia.

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Corría el mes de octubre de nuestro año 1220. Ya recaían sobre el Reino dos meses desde que su Reina recuperó el trono legítimo. Dos meses en los que las restauraciones se hicieron de la forma más rápida posible, pues la nación se encontraba en un deplorable estado.

Alba Reché I, se encargó de que aquellos que se hallaban como rehenes fuesen ajusticiados bajo la Ley. Y ordenó que los heridos de guerra fueran atendidos inmediatamente, así como que los habitantes que se habían exiliado en países aliados, al volver, tuvieran su hogar tal como lo dejaron. Se emocionó al saber que su pueblo celebraba por todos los rincones del Reino su vuelta.

Su corazón se volvió más emotivo aún, cuando contempló el reencuentro de Natalia con su familia. Con lágrimas en los ojos, vio a la capitana llorar de alegría en los brazos de su madre, acogida por su padre y con su hermano pequeño envuelto en su pecho.

Todo estaba volviendo a su respectivo orden. Y por fin había llegado el momento culminante. Los mensajeros recorrieron todo el Reino dando la esperada noticia.

Llegó el día de la ceremonia de coronación.

La heredera al trono había convocado un nuevo Consejo Real, formado por 16 mujeres y hombres sabios de todas las comarcas. Sir Capdeville, el más entrado en años de todos los integrantes, sería quien colocase la corona de oro y esmeraldas sobre la cabeza de la joven.

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Sabía que estaría nerviosa. Y por ello Natalia fue a verla antes de que fuese el momento de la verdad. Alba siempre había pensado en su destino de futura monarca como algo de suma responsabilidad, y en su papel como guía para su pueblo se exigía a sí misma la perfección.

La capitana giró con cuidado el picaporte, y con el abrir de la puerta, echó un vistazo al interior. Se quedó con sus castaños ojos fijos en la escena que se presentaba ante ella. Entreabrió su boca, quedándose conmovida y en silencio.

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La diáfana estancia de paredes de mármol blanco se bañaba con la luz de las vidrieras multicolores. Y uno de esos arcoíris reflejados, iluminada una serena figura.

Con un vestido largo de tono marfil y bordados en oro, Alba se encontraba arrodillada ante el rico tapiz que representaba la coronación de su padre. Un grueso manto regio de terciopelo púrpura cubría sus hombros, y sus dorados cabellos se recogían minuciosamente en un moño adornado con pasadores de plata y flores de diamantes. Sus largos pendientes hacían que la luz que incidía en ellos rebotase con más brillo.
Y su rostro. Sus ojos cerrados, en una manera serena y de paz. Sus labios murmuraban una especie de voto.

Bajo el mismo Estandarte // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora